Iba el miércoles hacia el programa de Jordi Basté y llegaba tarde después de sortear unas obras en la C-16 a la altura de Terrassa —que hacen aconsejable, para ahorrar cinco minutos, ir primero en dirección contraria hacia Viladecavalls—, el semáforo de la entrada del túnel y el carril bici de la Via Augusta. Y en el coche escuché, como el anchorman de RAC1 tiene la costumbre, la conexión de cada miércoles con el Congreso de los Diputados para seguir, bien hecho, el cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. El presidente del Gobierno de España y el jefe de la oposición. No me interesó. Pero es que pensé que, en realidad, esa pelea por unos wasaps y vete a saber qué más no le interesaba a nadie. Básicamente porque se hablaban a ellos, no a la gente. Dijo una vez, Iñaki Gabilondo, que los periodistas nos dirigimos a la gente y que nos hemos olvidado de ella, que tenemos que hablar de nuevo a la gente. Pues bien, los políticos también olvidan demasiado a menudo que a quienes deben hablar es a la gente, no a los periodistas ni a los demás políticos.

La vida es para vivir, no para dedicarte a pagar facturas

Esto ocurría al día siguiente de la muerte de José Mujica. No lo descubriré yo; nunca le he hecho ninguna entrevista ni tengo un conocimiento de su vida y obra que aporte nada nuevo de todo lo que ya habréis leído, oído y visto. Pero sí quiero hacer una reflexión, ligada con la sesión de control. Mujica gustaba porque vivía de forma austera, porque era casi un icono pop con ese coche destartalado. De acuerdo. Todo esto. Pero sobre todo gustaba porque hablaba a la gente. Y podría hacer una larga recopilación de frases que no hace falta que haga porque las ha hecho todo el mundo, pero básicamente consisten en decir que la vida es para vivir, no para dedicarte a pagar facturas.

Y mira, como nos hemos dedicado todos, yo el primero, a demonizar las redes sociales, hay que decir que el pensamiento de Mujica ha llegado al mundo y de forma transversal gracias a este invento. El expresidente y exguerrillero recuperó la filosofía por encima de la economía. Decía cosas inteligentes y con sentido común. No trataba a la gente de idiota. Y el problema de tratar a la gente de idiota es que acabamos convirtiendo en estrellas a personajes como Frank de la Jungla y nos acaba pareciendo más interesante hablar de las contradicciones y desventuras de este personaje con calcetines de tenis y crocs que tener debates políticos serios, porque demasiado a menudo brillan por su ausencia. Sobre todo si solo comunicas propaganda, pero, en cambio, eres incapaz de dar la cara cuando hay problemas, aunque vengan de lejos. Como el caso de la niña que fue víctima de una red de pederastas estando bajo el paraguas de la DGAIA. Que, si no lo saben —ellos mismos—, significa 'Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia'. Pues vaya atención a la infancia y la adolescencia, señores y señoras.