Efectivamente, en el quinto aniversario de las grandes movilizaciones de los días 1 y 3 de octubre de 2017, ha llegado el momento de la catarsis política en Catalunya, cuando sólo unos pocos la querían y nadie la esperaba, lo que no ha de ser necesariamente negativo, sino todo lo contrario. La crisis del Govern de coalición puede contribuir a poner a cada uno en el auténtico lugar que le corresponde, que ya era hora, y empezar de nuevo. Si a peor no se podía ir, el cambio sólo puede ser a mejor.

No hace falta esperar a saber qué dicen los militantes de JXCat. Hay un ciclo político que ha terminado y comienza otro con algunas certezas y nuevas incógnitas. Lo más evidente es que Esquerra Republicana, más allá de su discurso increíble, ha sabido siempre qué quería y ha mantenido su rumbo inalterable para llegar a donde ha llegado. La incógnita es cómo evolucionará Junts per Catalunya, una organización política heredera de Convergència Democràtica que aún no ha encontrado la fórmula para conciliar la moderación y la cultura de Govern propia del pujolismo con la posición rupturista que supuso pasar de la reivindicación del derecho a decidir al independentismo.

Ya hay suficientes evidencias para constatar que, más allá de la propaganda, la independencia de Catalunya como objetivo político a corto o medio plazo nunca ha figurado en la hoja de ruta de ERC. Era el partido encargado de crear las estructuras de Estado, pero no creó ninguna, y nunca creyó en la DUI, pero presionó para que fuera Carles Puigdemont quien diera marcha atrás y poder ir a las elecciones tratándolo de traidor (155 monedas de plata). Esa jugada no les salió como esperaban porque, Puigdemont, sin más opciones, optó por la supervivencia y la reacción del Estado al 1 de octubre no la tomaron, como esperaba ERC, sus interlocutores gubernamentales, sino los jueces, pero a la larga sí lograron el rédito político buscado. Porque hay que reconocer que su calculada estrategia ha sido exitosa. Los republicanos han conseguido prácticamente todo lo que se habían propuesto: lograron el sorpasso a Convergència/Junts, han conquistado la presidencia de la Generalitat, su concurso es imprescindible en la gobernabilidad del Estado y para no alargar más la lista de trofeos, ERC ha sido primera fuerza municipal en tres de las cuatro capitales catalanas.

La estrategia de ERC ha sido exitosa. No era conseguir la independencia a corto y medio plazo, sino desbancar a Convergència y consolidarse como principal administrador del poder autonómico. En cambio, Junts per Catalunya aún no ha sabido encontrar su hoja de ruta y la crisis de Govern lo aboca, en el mejor de los casos, a intentar la enésima refundación de Convergència.

No hay motivos, pues, para cambiar esta hoja de ruta, aunque Pere Aragonès tenga que gobernar en minoría. Por ahora, la presidencia no peligra, dado que puede pactar los presupuestos con el PSC o puede prorrogarlos y además recibirá todo el apoyo del establishment mediático, siempre favorable a las opciones que apuestan por la estabilidad política española. En otras circunstancias sería el momento más oportuno para que Salvador Illa, en tanto que líder de la oposición, presentara su alternativa con una moción de censura, aunque fuera testimonial, pero no está en condiciones de aprovechar la crisis para acorralar al Govern Aragonés, dado que el PSOE necesita los votos de ERC para aprobar los presupuestos del Estado. Quizás la dirección de ERC mantenga los discursos inflamados los fines de semana para quienes se los quieran tragar, pero el partido se ha consolidado como principal administrador del poder autonómico y bien orgulloso que está Oriol Junqueras de haber llevado el partido hasta aquí.

La principal incógnita es el rumbo político que tomará Junts per Catalunya. Así como Esquerra Republicana no tiene motivos para cambiar de rumbo, el partido que lidera Carles Puigdemont los tiene todos y construir un proyecto nuevo requiere tiempo, audacia y suerte. Al fin y al cabo, la Convergència de Jordi Pujol no pasó de ser la cuarta fuerza política en las primeras elecciones a las que se presentó y fue ganando espacios en la medida en que los socialistas dieron prioridad a la política española. Así que para empezar debe resolverse la contradicción de una organización que, por un lado, no quiere dejar de representar lo que podríamos denominar el pujolismo sociológico, mientras que por otro, algunos de sus dirigentes mantienen discursos insólitos de barricada. En el ADN de Junts figuran referencias políticoideológicas que han tenido que reprimirse por los pactos con ERC y Comuns y que no tiene más remedio que recuperar: la apuesta por el progreso económico, tan sostenible como se quiera, pero generador de riqueza, la mentalidad bussiness friendly, la colaboración públicoprivada en la educación, la sanidad y los servicios sociales, la modernización de las infraestructuras, puertos, aeropuertos y transporte ferroviarios, las políticas digitales etc. Una prueba de que esto sigue formando parte de la identidad de JxCat es sin más lejos que todo el mundo en el partido ha suplicado a Xavier Trias que asuma la candidatura a la alcaldía de Barcelona, que es una opción inequívocamente de orden y es precisamente por eso que se le considera una carta ganadora. Por su parte, Laura Borràs hace un discurso más radical, de confrontación con el Estado, pero, tampoco nos engañamos, cuesta mucho imaginar a la presidenta del Parlament tras una barricada rodeada de maulets. Le guste o no, Borràs también forma parte de ese pujolismo sociológico. Y para colmo resulta que, hoy por hoy, la principal referencia del partido es el liderazgo del president Puigdemont, obligado desde el exilio a mantener una posición de resistencia con el Consell de la República, que desde el interior no se sabe cómo encajar. Sea como sea Junts per Catalunya, en el mejor de los casos y aunque suene a revival, está abocado a intentar la enésima refundación de lo que supuso el espacio político de Convergència (y Unió) porque es una pieza que falta en el puzzle. Obviamente no todo el mundo estará de acuerdo. Los procesos catárticos suelen ser traumáticos y no siempre tienen éxito. Habrá altas y bajas, escisiones e incorporaciones y tendrán que aparecer nuevos liderazgos.

Ahora bien, bienvenido el día que todo el mundo vuelva al sitio que le corresponde. Todo va a ser más auténtico. En la medida en que se enfrenten proyectos ideológicos, es muy probable que la cuestión soberanista quede relegada, pero, ¡ojo!, relegada como instrumento artificial de propaganda electoral, que al fin y al cabo es lo que ha sido desde que hace cinco años se decidió plegar velas, aceptar el 155 y centrar los esfuerzos en minimizar los daños y las secuelas de la represión. Siempre será la verdad y no el engaño lo que les hará libres. Y volveremos a luchar y volveremos a sufrir y como dijo el poeta, la mer, toujours recommencée.