Cuanto más avanzamos en la defensa de los exiliados, más cuenta me doy de que existe un desenfoque de tal magnitud que cuesta pensar que los mismos que han llevado el tema judicial hasta el punto en que se encuentra sean capaces de reconducirlo a un punto que permita superar una etapa tan inútil como nefasta de la judicialización de la política.

Parece ser, y siempre puedo equivocarme, que el desenfoque proviene de un entendimiento de la realidad que es tan local que no les deja ver que sus esquemas, métodos y soluciones no encuentran encaje más allá de los Pirineos, y eso es grave, porque es tanto como mantenerse mirando el dedo en lugar de fijarse en los cráteres de la luna, que, por cierto, son visibles desde la distancia, si uno se fija lo suficiente.

Ejemplos de este tipo de visiones confusas, más bien borrosas, que impiden ver la realidad, hemos tenido muchos y, por sorprendente que parezca, se van repitiendo una y otra vez sin que nadie parezca ser consciente de la corta vida que tienen las mismas, aunque para el consumo interno puedan servir… por un rato.

Ahora ya sabemos que el Tribunal Constitucional ha rechazado, de una sola sentada, 33 recusaciones correctamente presentadas y fundamentadas en contra de dos de los nuevos magistrados del Tribunal Constitucional y todo el esfuerzo e imaginación se ha centrado en buscar la vía para inadmitirlas bajo la excusa de evitar una suerte de paralización de dicho tribunal.

La solución que hayan encontrado, y conoceremos cuando sean notificados los autos correspondientes, sin duda que se estrellará, una vez más, con esa muralla europea que cada día se les hace más y más infranqueable para quienes ven el derecho como un instrumento de opresión y control social en lugar de una técnica de solución de conflictos.

En realidad, solucionar ese tema era sencillo, pero han terminado haciendo lo que se les ha antojado, pero eso no quiere decir que hayan superado un escollo que no es culpa de los exiliados ni de su defensa, sino de los criterios seguidos para elegir a los componentes del propio Tribunal Constitucional y la idoneidad de estos para asumir temas con garantías de imparcialidad.

Los criterios que hemos usado a la hora de plantear estas y anteriores recusaciones son todos aquellos que, previamente, han establecido los grandes tribunales europeos y, por tanto, todos ampliamente conocidos por cualquier jurista que se precie y, por tanto, claramente previsibles.

No hemos planteado nada sobre lo que el derecho europeo no se haya pronunciado anteriormente y esos criterios, insisto, eran y son conocidos, por lo que no pueden sorprender a nadie.

Rechazar las recusaciones planteadas, que es lo sucedido, y pretender que Europa avale a Arnaldo como persona idónea para formar parte de un Tribunal Constitucional es pedirle demasiado a Europa

Pensar, y tratar de justificar, que las recusaciones no son más que maniobras dilatorias o artimañas de leguleyo es tanto como pretender tapar el sol con las manos; no son artimañas y, es más, para la defensa del exilio nada mejor que el rápido agotamiento de la vía interna que nos permita llegar, cuanto antes, a tribunales europeos, por lo que nada más alejado de nuestras intenciones que dilatar y tal planteamiento más parece una excusa de mal pagador.

La garantía del derecho al juez imparcial, tan ausente en todo el proceso seguido en contra de los exiliados, es un derecho fundamental reconocido, por ejemplo, en la propia Constitución española, en el Convenio Europeo de Derechos Humanos y en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

Es decir, las recusaciones se basaban en la exigencia de un derecho y no en las ganas de incordiar, que es como parecen entenderlo aquellos para los que el derecho es solo que un conjunto de referencias y no un marco de convivencia.

Como digo, estoy convencido de que han encontrado una solución y que la están vendiendo como una respuesta contundente a un nuevo desafío de los exiliados, pero el problema es que esa solución tendrá, como todas las que han ido buscando en estos años, un recorrido tan corto como el que han tenido otras respuestas surgidas del imaginario nacional, en lugar de proceder de los libros de derecho.

Justificar ante los tribunales europeos 33 inadmisiones a limine de otras tantas recusaciones sin que eso parezca la respuesta a una causa general contra el independentismo catalán será tarea imposible, de eso estoy seguro.

Desde que los hoy exiliados decidieron continuar su lucha desde un escenario jurídico imparcial, todo lo hecho ha partido de una premisa que algunos siguen sin asumir: en un contexto europeo, las respuestas nacionales tienen escaso recorrido.

Rechazar las recusaciones planteadas, que es lo sucedido, y pretender que Europa avale a Arnaldo como persona idónea para formar parte de un Tribunal Constitucional es pedirle demasiado a Europa. En realidad, es pedirle que rebaje sus criterios en materia de derechos fundamentales hasta unos niveles que implicarían que no actúe como Europa y eso no va a suceder.

Otro tanto ocurre con la recusación que hemos planteado respecto al juez Llarena en el Tribunal Supremo. Creer que en Europa se entenderá que un juez que es premiado por perseguir a los exiliados y que lo hace en un acto al que acuden, entre otros, una representación de Vox, que es acusación popular, sigue siendo imparcial, es tanto como pensar que más allá de los Pirineos también creen que la Tierra es plana.

No entienden a Europa y mientras no lo hagan, será muy difícil, seguramente imposible, que encuentren respuestas que en Europa estén dispuestos a comprar

Las recusaciones, que debieron ser abstenciones, no son acciones pensadas para incordiar ni generarles malos ratos a quienes desde sus correspondientes atalayas ven un escenario que ya nadie ve, sino que son medidas necesarias para intentar restaurar a los exiliados en sus derechos fundamentales o, al menos, poner en evidencia que aquí eso no se conseguirá.

Nunca hemos concebido la defensa en clave interna o nacional, sino en clave europea e internacional y, por tanto, todo aquello que hacemos no debería ser visto ni evaluado desde una perspectiva que ya se ha demostrado como errónea sino bajo el prisma de una Europa sin fronteras concebida como espacio de libertad, en el que se garantizan los derechos de las minorías.

Cualquier respuesta que no asuma ese escenario es, insisto, una salida en falso, una vez más, que llevará a un nuevo fracaso de unas tesis que, claramente, se han demostrado como equivocadas e incapaces de pasar por el tamiz democrático que ha establecido la jurisdicción europea.

Pensar, como hacen algunos, que Europa no les entiende o que no tienen suerte en Europa es un error; en realidad, el problema es justo el inverso: no entienden a Europa y mientras no lo hagan será muy difícil, seguramente imposible, que encuentren respuestas que en Europa estén dispuestos a comprar.

Ya han llegado grandes titulares y explicaciones sobre la forma en que han puesto a los "golpistas" en su sitio, pero nada de ello tendrá gran recorrido ni servirá para solucionar un problema que, llevo años diciéndolo, no es judicial sino político.

Tal vez, y siempre pensando en que haya alguien al volante, la solución pase, como en el fútbol, por sacar nuevos jugadores al campo y que con las energías y las ideas renovadas puedan encontrar la salida del laberinto en el que solitos se han metido.

Lo que no podrán decir, porque será falso, es que no se los hemos puesto fácil y no les hemos indicado, escrito a escrito, por dónde deben caminar si quieren abandonar el embrollo en el que se han perdido.

Basta una atenta lectura al conjunto de nuestros escritos, incluso solo fijándose en algunos de ellos bastaría, para que encuentren el camino a Europa y la salida del laberinto… En cualquier caso, solución hay, pero no es la que están pensando. Más pistas no vamos a darles.