Los finales de año suelen ser momentos que se aprovechan para volver la vista atrás y ver qué es lo que ha sucedido, qué es lo que no ha pasado, qué se ha logrado y cuáles son las tareas y objetivos pendientes. Así este año que termina ha sido de todo menos sencillo. En cualquier caso, sobra decirlo, el año no podía acabar mejor pero ello no implica que no sea necesaria una retrospectiva de estos últimos doce meses.

En estos doce meses hemos vivido situaciones muy complejas, algunas también en lo personal, cuando nos hemos transformado en objetivo de lo que no es más que una guerra por otros medios y que en términos anglosajones se denomina lawfare. Pero, en lo profesional, no podemos no estar satisfechos porque muchos de los objetivos planteados se han conseguido y, sobre todo, porque se ha puesto en valor algo que para nosotros resulta muy importante: el trabajo que se está realizando a partir, con y desde el exilio.

No han sido pocas las críticas que hemos recibido, tampoco las que despiadada e interesadamente reciben nuestros defendidos por hacer, justamente, aquello a lo que se comprometieron con quienes les eligieron para liderar un proyecto destinado a superar el autonomismo.

Han sido doce meses de críticas, desaires y risas, unas veces soterradas y otras a carcajadas; sin embargo, las recientes resoluciones del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 19 y 20 de diciembre y las consecuencias que de ellas se derivan, hacen que, incluso, haya valido la pena pasar por esos ataques.

Ahora bien, si se me pregunta qué destacaría de este año no es tanto ni lo negativo que hemos vivido ni lo positivo de los resultados sino, simplemente, las lecciones de vida que hemos recibido y que, en este año, han venido, justamente, de aquellos a los que defendemos y que, junto a nosotros, han sido objetivo predilecto de esos ataques a los que me refiero.

[Puigdemont y Comín] tenían y tienen un objetivo claro y ante las dificultades se crecen, son capaces de esperar y, sobre todo, de conservar la calma y mantener la dignidad

La lección ha sido clara y se basa en la determinación de quienes han llegado a sacrificarlo todo a cambio de cumplir con los compromisos adquiridos, asumiendo todas las consecuencias que de ello se desprendan. El exilio no fue una opción sencilla, tampoco una decisión carente de valor, sino, muy por el contrario, fue un paso complejo de dar y que, para mantenerse, requiere de unas dotes de valor, determinación y dignidad que rara vez se ven y muchas veces ni tan siquiera se aprecian.

La elección del campo de batalla no es una decisión táctica sino estratégica y, para adoptarla, primero se han de tener las ideas claras, luego se han de tomar las decisiones adecuadas y, finalmente, ha de saberse mantener la posición para no sucumbir al primer envite. Esto y no otra cosa es la que ha guiado el comportamiento de quienes decidieron seguir luchando desde fuera.

La historia lo dejará más claro que un balance de fin de año pero, cuando lo decidieron, tenían claro algo esencial: era imposible superar una contienda desigual atados de pies y manos y la única forma de conseguir los objetivos propuestos pasaba por el sacrificio del exilio, el trasladar el campo de batalla a ese terreno más favorable que, como se está demostrando, no se encuentra dentro de las fronteras del Estado.

Elegida esa opción las dificultades fueron, y están siendo, muchas; la primera de ellas es la incomprensión, la segunda la crítica y la tercera la deshumanización, que permite desacreditar cualquier acción que se aborde. Pero ahora ya no pueden caber dudas de que la decisión de seguir la lucha en el exilio fue la adecuada y ello no solo por los resultados sino también por los métodos para obtenerlos y los costos de conseguirlos.

Paso a paso se van cumpliendo los objetivos estratégicos, lo que se puede denominar un éxito si bien aún parcial, pero no todo éxito es legítimo y, en este caso, por los medios utilizados lo son pero, más aún, también lo son por los costos asociados que, en ningún momento, han llevado a renuncia alguna.

Desde que conocí a los exiliados hay algo que siempre me llamó la atención y que ahora, mirando en retrospectiva, me doy cuenta de que es algo más que un punto de atención: todos ellos compartían y comparten un objetivo pero, sobre todo, una determinación a prueba de balas y que les ha permitido afrontar todo, absolutamente todo, desde una postura que se ha transformado, para mí, en una auténtica lección de vida.

Seguramente el momento más complejo que hemos vivido en estos dos años tuvo lugar el pasado 2 de julio cuando por decisión mía ni el president Puigdemont ni Toni Comín cruzaron la frontera germano-francesa para acudir al Parlamento Europeo. Era una trampa, fuimos advertidos y supimos reaccionar a tiempo.

Fue complejo porque se aprovechó por muchos para desprestigiarles, a los abogados también para atacarles, a los abogados también, para marginarles, a los abogados también, y para intentar humillarles, a los abogados también. Aún recuerdo algunas risas y algunas carcajadas que vivimos en esos días.

En el viaje de regreso a Bélgica, que era todo menos una fiesta, fue cuando mejor aprecié de qué material estaban hechos porque ambos, antes que amilanarse o rendirse, solo nos preguntaron: ¿Cuánto tiempo tardará en resolverse el tema legal? Y con la respuesta en la mano siguieron luchando, que es como mejor se superan las dificultades.

Tenían y tienen un objetivo claro y ante las dificultades se crecen, son capaces de esperar y, sobre todo, de conservar la calma y mantener la dignidad para, desde esa base, seguir luchando por aquello a lo que se han comprometido. En Brujas, haciendo transbordo, recuerdo que tanto el president Puigdemont como Toni Comín, mirándome seriamente, me dijeron: “Ni un pas enrere” y lo han cumplido.