Poco a poco vamos comprobando como eso de la nueva normalidad no es más que una frase hecha que, entre todos, vamos vaciando de contenido y, también, de sentido sin siquiera aproximarnos, ni de lejos, a lo que ha de ser la manera más adecuada para abordar el presente, el futuro inmediato y, también, el mediato.

El concepto de nueva normalidad, que ahora está tan de moda, no es nuevo y, a pesar de la existencia de diversas teorías sobre su origen, lo más plausible es que fuese acuñado para referirse a las nuevas condiciones financieras surgidas tras la crisis de 2008 (“new normal”). En cualquier caso, y con independencia del origen del término, su uso más común es para referirse a algo que previamente era anómalo y que pasa a ser común.

Si asumimos que esto es así, que pasa a ser común lo que antes no lo era, entonces no parece que estemos haciendo un uso adecuado del concepto, porque lo que se está viendo, dicho en términos coloquiales, es “más de lo mismo”. Sí, cada día lo que se ve en la política, en la economía, en la judicatura o en la sociedad no difiere mucho de lo que veníamos viendo ya por muchos años.

Vamos por partes. Parece evidente que una gran mayoría de la clase política sigue viviendo y actuando en clave pre-Covid y que sus respectivos discursos ni han avanzado ni se han adaptado ni, mucho menos, hacen referencia a las nuevas necesidades y desafíos que, como sociedad, enfrentamos y enfrentaremos.

En economía, y con independencia de haberse alcanzado acuerdos más o menos históricos en el ámbito de la Unión Europea, lo cierto es que los agentes económicos y sus soluciones siguen siendo y actuando en clave prepandemia, obviando la necesidad de replantearnos el modelo económico que necesitaremos para salir adelante de una situación sin precedentes.

No parece que el escenario surgido de esta pandemia, así como el parón mundial a nivel productivo y económico, les haya hecho ver la necesidad de plantear un nuevo modelo más sostenible, asumible y que, de igual forma, permita satisfacer las necesidades económicas de todos. En este ámbito, el económico, no está claro que se haya asumido que la globalización ya parecería una construcción del pasado más que una apuesta de futuro… siguen como antes y eso no es nueva normalidad.

A nivel de judicatura podríamos decir que sucede otro tanto, se sigue alejando la aplicación del derecho del marco propio de una democracia, se sigue pensando en claves que distan mucho de ser, de una parte, las propias de un estado democrático y de derecho y, de otra, las necesarias para dar respuestas a los problemas surgidos con esta pandemia pero que, además, en muchos casos ya se arrastraban de antes.

Estamos ante una justicia que ha decidido primar la celeridad por sobre la modernidad, los intereses grupales o corporativos por encima de los derechos individuales y que más piensa en términos políticos que jurídicos. Al respecto, y hablando siempre de las altas instancias jurisdiccionales, basta ver las últimas declaraciones de Lesmes o los recientes movimientos judiciales en contra del independentismo. En cualquier caso, lo esencial es que siguen pensando que agilizar es sinónimo de modernizar y este error tampoco puede ser asumido como nueva normalidad.

La nueva normalidad si queremos que no sea más de lo mismo es algo que depende única y exclusivamente de nuestra madurez individual y colectiva y, por ello, no proyectemos nuestras propias responsabilidades en otros

A nivel social tampoco parece que lo estemos haciendo mucho mejor, nuestros comportamientos individuales y colectivos siguen anclados en el pasado o, como poco, no se corresponderían con lo que encajaría en el concepto de nueva normalidad.

Seguimos actuando de forma egoísta, individualista e irresponsable. Basta ver las causas reales de los rebrotes de la Covid para comprender que seguimos actuando y pensando en claves impropias de la experiencia que hemos vivido y del largo confinamiento sufrido que, entre otras cosas, debió servirnos para dimensionar el problema y reflexionar sobre la mejor forma de abordar el presente y el futuro.

Hemos salido del confinamiento no ya sin miedo al virus sino sin siquiera respeto. Estamos haciendo y asumiendo que el encierro colectivo no fue más que una pausa en el camino en lugar de entender que se trató, o debía tratarse, de un punto de inflexión entre una forma de enfrentar la vida y otra muy distinta que es la que ahora toca.

Los rebrotes son una señal de alarma en lo sanitario, pero, sobre todo, en lo social, donde parece evidente que no estamos asumiendo la realidad y que estamos viviendo como si nada hubiese sucedido. Pensar, como están haciendo muchos, que pueden vivir y disfrutar como antes y que eso no tendrá consecuencias, o que si las tiene será culpa de los políticos, es tanto como negarse a ver la realidad.

Seguramente, parte de la confusión en la que todos estamos sumidos provenga de la forma en que se enfrentó la pandemia, en cómo se nos hizo creer que estábamos en una guerra y que entre todos la ganaríamos. No solo el gobierno central nos posicionó en una suerte de escenario bélico, también fueron muchos los iluminados que así lo difundieron.

No era una guerra —nos han engañado— y, de haberlo sido, deberíamos de asumir ya que la hemos perdido y que hemos sido ocupados, rodeados o colonizados por la Covid, que ha venido para quedarse, al menos en tanto en cuanto no se encuentre una vacuna y la misma sea distribuida masivamente.

Parece claro que la mejor forma de enfrentar el desafío que representa este virus no es otro que el de asumir que deberemos convivir con él y que la mayor o menor supervivencia provendrá de nuestros comportamientos individuales que, agregados colectivamente, sirvan para frenar su propagación.

En definitiva, no terminaremos de abandonar los viejos parámetros, y de asumir los nuevos y necesarios para afrontar los desafíos que la Covid nos ha planteado, si, en primer lugar, no somos capaces de partir por lo básico que es el responsabilizarnos individual y colectivamente de la situación para, de ahí y como sociedad madura, exigir a los agentes políticos, económicos y judiciales que estén a la altura de las circunstancias.

La nueva normalidad si queremos que no sea más de lo mismo es algo que depende única y exclusivamente de nuestra madurez individual y colectiva y, por ello, no proyectemos nuestras propias responsabilidades en otros. El futuro está en nuestras manos y las sociedades valientes asumen esos desafíos.