Si hay algo que ha sido una constante durante estos años de represión, y seguirá siéndolo mientras no pongamos fin a la creencia de que todo lo publicado tiene base para serlo, es la creación de relatos, su instalación y el uso de estos como método para debilitar al independentismo, sus apoyos e incluso su defensa, así como forma para ir señalando a los objetivos para que, después, cualquier cosa que digan, hagan o les pase parezca normal cuando no lo es.

El mecanismo según el cual surgen los relatos es de sobra conocido, pero no por eso menos dañino: alguna “fuente” oficial explica un “hecho” —en algunos casos hasta supuestamente se lo “documenta”— a algún periodista de confianza, quien, días más tarde, lo publica. A partir de dicha publicación, la llamada “noticia” comienza a tener vida propia a través de otros medios, y lo que no es sino un bulo malintencionado termina convirtiéndose en una suerte de verdad publicada que una gran mayoría de la ciudadanía termina por creerse. De ese modo, se genera una apariencia de realidad muy peligrosa para cualquier sociedad democrática que tiene derecho a una información veraz.

Cuando se han dado estos procesos y nos ha afectado directamente o a nuestros defendidos, y no han sido pocos los casos, hemos contactado con los divulgadores, que no quiero llamar periodistas, y lo primero que nos dicen es: “Bueno, esto me lo ha dicho una fuente de toda solvencia”, “esto no lo hemos contrastado porque la fuente nos lo ha asegurado” o “¿cómo voy a dudar si quien me lo está diciendo es de toda solvencia?”, y otras respuestas por el estilo que nunca cumplen con los mínimos estándares de ética periodística.

En realidad, siempre se trata de filtraciones interesadas, que en algunas ocasiones provienen de las más altas instancias jurisdiccionales o fiscales y en otras de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado; es decir, siempre de una parte interesada en instalar un determinado relato.

Pero el problema no es ese, sino el de asumir como propio el marco mental y el relato del contrario, es lo que algunos denominan “dejarse colonizar el imaginario” que es un paso previo a la asunción de una situación, incluso una derrota, que ni tan siquiera se ha producido, pero con la cual se coquetea a partir de, justamente, la aceptación del relato del contrario.

Era evidente que las cloacas del Estado, en su incesante defensa de la indisoluble unidad de la nación española, no desaprovecharían el momento político, ni el creciente ambiente de rusofobia imperante a partir de la invasión de Ucrania y que, dentro del marco de resurgimiento de la política de pensamiento único, rescatarían y pondrían nuevamente en circulación un relato ajado según el cual existió una influencia rusa en el procés que llegaba hasta niveles tales como la delirante idea de una fuerza expedicionaria de 10.000 soldados rusos que vendrían a garantizar la independencia de Catalunya en medio de un país miembro de la OTAN.

Si se va a pasar lista de quiénes hemos o no tenido contacto con ciudadanos rusos, y a partir de ahí establecer buenos y malos y creernos todo lo que las cloacas irradien, mal vamos

Insisto: el problema no es que surjan los relatos y que, de tanto insistir se termine por instalar, de hecho, eso es algo con lo que siempre se ha contado y para lo que ha de estarse preparado. El auténtico problema surge cuando el relato es avalado y difundido por quienes se supone han de ser compañeros de viaje o, como mínimo, tan víctimas de la represión como los destinatarios del relato… En definitiva, no hay peor ataque que el que se produce desde dentro de la propia trinchera pero que, además, responde no ya a intereses mezquinos sino, sobre todo, a un auténtico cambio de trinchera.

Asumir acríticamente una ideación represiva, hacerse parte de ella y reavivarla como si fuese real no es que sea una mala idea, simplemente, es una traición no a los afectados directos del relato sino a todos aquellos que llevan, llevamos, años sufriendo una salvaje represión construida a partir de relatos insostenibles, viciosos y muy mal construidos.

Gestar ideas delirantes sobre supuestas redes de espionaje ruso, de colaboraciones con ellas y de aceptación de ayudas y de intervención de los más oscuros centros de poder del Kremlin no es más que algo que surge con una clara finalidad y lo que no se debe hacer, jamás, es darle alas sino, firmemente, oponerse a ello.

Si se va a pasar lista de quiénes hemos o no tenido contacto con ciudadanos rusos, y a partir de ahí establecer buenos y malos y creernos todo lo que las cloacas irradien, mal vamos, porque, entonces, entraremos en una dinámica macartista, en una auténtica caza de brujas que siempre se sabe cómo comienzan, pero nunca dónde terminan y de la cual solo salen beneficiados los de siempre.

La caza de brujas, con lo que nos ha enseñado la historia, tiene una serie de inconvenientes y uno de ellos es que, como digo, siempre se sabe cuáles son las primeras brujas que arden en la hoguera, pero avivada esta, al final siempre se necesitan nuevas víctimas para mantener el fuego en su punto y, además, satisfacer el ansia represora de quienes alientan tales procesos.

Por mucho que se empeñen en buscar pruebas de una supuesta injerencia rusa en el procés y se gasten cientos de miles de euros de dinero público en ese delirio, no la encontrarán porque no la hubo; alentar tales bulos lleva a escenarios en los cuales, al final, tan creíbles resultan las conexiones de los independentistas con el espionaje ruso como las de Esquerra con políticos o agentes prorrusos porque puestos a comprar relatos, qué más da uno que otro si todos sirven para avivar el fuego de la hoguera, tanto lo ya aparecido como lo por aparecer, porque es impensable que se haya hecho política exterior y que esos contactos se haya limitado a una única persona, ahora sospechosa.

El marco mental en el que deben instalarse las víctimas de la represión, no es aquel que establece el represor y sus cloacas, sino el propio, el construido a partir de los deseos y aspiraciones de aquellos que son víctimas de la represión, entre cuyas formas también se encuentra el uso sistemático del relato como instrumento de desgaste y daño del enemigo como el que se ha venido haciendo hasta ahora.

Pensar que se está en una suerte de atalaya moral, por estar más cerca del represor, no es solo un error sino simplemente una traición.

Trasladarse de marco mental no solo es un error, seguramente también es una traición y, por tanto, mientras antes nos decidamos en qué trinchera estamos antes estaremos en condiciones de asumir cómo ha de actuarse ante situaciones como las vividas estos últimos días… Fijémonos bien quién mece realmente la cuna y, seguramente, veremos quiénes son las víctimas, cuál es la auténtica realidad de las cosas y, además, comprobaremos que, a Bond, James Bond ni está ni se le espera.