Más que de un silencio, quienes no vivimos la Guerra —ni la posguerra— y hemos hecho el esfuerzo de vivirla desde las anécdotas de familia, venimos de un gesto. Un gesto de incomodidad, un gesto de preocupación sutil al hablar de ello. Mi bisabuelo paterno, Francesc Pareras, fue cautivo y torturado por los anarquistas, o eso me ha llegado. Estaba alistado en el ejército republicano —de hecho, tengo el documento que prueba su alistamiento—, pero era un hombre de fe. Cuando la gente de la FAI, al inicio de la Guerra, hizo barbaridades contra monjas y curas del pueblo, mi bisabuelo Francesc se opuso a ello. Nunca he sabido de qué tipo de oposición se trató, pero después de un año de cautiverio, murió de tifus. Mi bisabuela volvió a casarse con un hombre que llevaba el mismo apellido, por estas cosas que se hacían antes, así mi abuelo y su figura paterna no llevarían un apellido distinto. Mi abuelo paterno nunca me habló de nada de eso. De hecho, mi padre, hasta que fue mayor, pensó que el hombre con el que estaba casada su abuela era, de verdad, su abuelo biológico. Mi madre lo sabía, porque en la Garriga ese tipo de cosas se sabían.

El hermano de mi bisabuelo materno se exilió a Argentina al terminar la Guerra. Se llamaba Andreu Dameson, era caricaturista —entre otras muchas cosas— y cercano a ERC. Murió en el exilio y nunca pudo regresar a la Garriga. De hecho, su descendencia tampoco ha vuelto más que de visita, en un ejercicio de reparación familiar. Aunque se trata de una historia familiar con una vertiente más o menos pública, porque Andreu Dameson fue una persona pública, creo que tampoco oí nunca que mi abuelo materno hablara de ello. Me da la sensación de que todo lo que sé sobre las historietas familiares de la Guerra me lo ha explicado mi madre de forma fragmentada, mientras íbamos extraescolares arriba y abajo, a lo largo de los años. Y yo, a lo largo de los años, me he dedicado a unir sus piezas para tener una fotografía más o menos fiel de los hechos, para entender qué efecto tuvo la Guerra sobre mi familia y para entender, también a grandes rasgos, mi familia. De un lado y del otro.

Las generaciones que no hemos vivido la Guerra ni la posguerra, y que ya tenemos alguna generación por encima que no vivió ni la Guerra ni la posguerra, no venimos de ningún silencio. Más bien, venimos de los silencios de los demás. Venimos del gesto extraño que las primeras generaciones que hablaron abiertamente de determinadas cosas en familia y sin miedo tuvieron que inventarse para poder hablar de ello en familia y sin miedo. Un gesto angustioso, sin embargo: el gesto de quien tiene que poner palabras al silencio que ha recibido para poder garantizar que la parte de la historia que es personal, la parte que configura nuestra identidad y que lo hace desde unos nombres y apellidos que nos son propios, pudiera llegarnos a las siguientes generaciones. Yo vengo de este gesto. También del gesto de haber tenido que salir a buscar una historia personal que, sin hacer el esfuerzo de querer abrazarla, no está a nuestro alcance. Hay una parte de la historia, la que mis bisabuelos y mis abuelos guardaron bajo llave dentro del baúl del silencio, que habla más fidedignamente de mí —y de todos— que los apuntes de historia de segundo de bachillerato. Ahora el baúl ya no existe, pero nos ha quedado el gesto. Un gesto amargo.

Las historias que nuestros padres y nuestros abuelos recuperaron de las manos de quien no podía hablar de ello son las que hoy nos permiten tener una idea colectiva de quiénes somos y de quiénes fuimos

En esto de tener que encontrar el hilo personal para entender la historia, la catalanidad juega un papel importante. He escrito alguna vez que ser una nación oprimida distorsiona la relación que tenemos con la propia historia porque nos empuja a las corrientes históricas españolas. Porque la historia la escribe quien manda. Con la Guerra Civil, que en realidad fueron tres guerras —social, nacional, religiosa—, esto se ve más clarividentemente que con ninguna otra cosa. El gesto desficioso de quienes han procurado que determinadas historias nos llegaran a las manos, sin embargo, nos ha permitido y todavía nos permite abrir una ventana a los relatos oficiales. Las historias que nuestros padres y nuestros abuelos recuperaron de las manos de quien no podía hablar de ello son las que hoy nos permiten tener una idea colectiva de quiénes somos y de quiénes fuimos que no pasa por las garras oficiosas, simplificadoras, superficiales y, llegados a este punto, embaucadoras de una historia que no es exactamente la nuestra.

Es un gesto todavía preocupado, todavía preso de una actitud heredada toda hacia dentro. Y diría que da lo mismo lo apasionado ideológica y políticamente que sea quien explica la batallita familiar en cuestión, que el gesto, al llegar a la vertiente personal de la historia, sigue siendo encogido. Me parece que este gesto, que en este caso he procurado ejemplificar con la relación familiar con la Guerra, es el gesto de un pueblo que ha sufrido y que, en cuanto a carácter y en lo que se refiere a la traslación política que tiene este carácter, todavía sufre. Somos legatarios, también, de las heridas que la historia ha infligido sobre las generaciones que nos han precedido. El gesto que hoy identifico en mis padres cuando me hablan de la historia que ellos recibieron en silencio es todavía un gesto que explica un carácter construido a golpe de garrote. Que hayan hecho el gesto, sin embargo, a pesar de que sea poniendo a disposición fragmentos, a pesar de que a veces no tengan todos los detalles, a pesar de que tenga que reconstruir la fotografía a base de asunciones, a pesar de que sea angustioso y preocupado, me permite desovillar una historia que me hace más libre, porque me permite leer el país con un mayor volumen de información al alcance. Y con una información que no ha escrito quienes llevan siglos ganando. Una información que me permite ser consciente de los silencios y de los gestos y que, en consecuencia, me permitirá decidir de qué gestos querré o no ser cautiva cuando me toque explicar el país, y la familia, y la guerra, a mis hijos el día que tenga.