El debate ya no es si las pantallas afectan a nuestros hijos. La evidencia es abrumadora: están dañando el desarrollo cognitivo, emocional y social de toda una generación. Mientras Europa da marcha atrás y países como Suecia o Francia endurecen sus restricciones, España sigue experimentando con los cerebros de sus menores.
La realidad de los datos españoles: una radiografía alarmante
Los números son demoledores. El 70% de los niños españoles entre 10 y 15 años ya tiene móvil, una cifra que se dispara al 96% a los 15 años. Pero lo más preocupante es que el 42% de los menores usa el teléfono por primera vez antes de los 8 años y el 53,2% muestra irritación o ansiedad cuando se les limita el tiempo de uso.
La situación en las aulas es igualmente preocupante. El 90% de los menores utiliza dispositivos con conexión a Internet, y más de la mitad lo hace durante más de dos horas diarias. Además, el 37% presenta síntomas de dependencia digital y un 22% sufre alteraciones del sueño por el uso nocturno del móvil, según el Hospital Sant Joan de Déu.
El 97,3% de los chicos y el 78,3% de las chicas menores de 18 años consumen pornografía de manera habitual
Pero quizá el dato más escalofriante es este: el 97,3% de los chicos y el 78,3% de las chicas menores de 18 años consumen pornografía de manera habitual, con una edad media de primer contacto entre los 9 y 11 años. Estamos ante una generación que conoce la sexualidad a través de contenidos violentos y distorsionados antes de entender qué es el amor.
El fracaso internacional de la digitalización educativa
La experiencia internacional es contundente. Suecia, que había sido pionera en digitalización educativa, ha dado marcha atrás rotunda. El gobierno sueco asignó 150 millones de euros para eliminar las pantallas de las aulas y volver a los libros de texto. Desde septiembre de 2026, implementará una prohibición nacional de teléfonos móviles en todas las escuelas.
Finlandia, referente educativo mundial, está siguiendo el mismo camino. Sus resultados PISA han caído 30 puntos en lectura, 23 en matemáticas y 11 en ciencias desde la introducción masiva de pantallas. La escuela secundaria Pohjolanrinne ha vuelto al papel y los libros tras comprobar que los dispositivos “perjudican más de lo que ayudan”.
Francia ha endurecido las restricciones en colegios secundarios, Noruega fijó los 15 años como edad mínima para redes sociales, y los Países Bajos reportan mejoras en concentración en el 75% de escuelas que limitaron pantallas.
Las evidencias científicas del daño cerebral
La Asociación Española de Pediatría (AEP) ha actualizado sus recomendaciones en 2024, extendiendo la prohibición total de pantallas hasta los 6 años (antes eran 2).
La evidencia científica es irrefutable: el uso excesivo de pantallas provoca alteraciones estructurales y funcionales del cerebro.
Los estudios demuestran disminución del volumen cerebral en regiones relacionadas con la atención, la memoria y la regulación emocional. También se ha documentado menor grosor de la corteza cerebral, deterioro de funciones ejecutivas y reducción del coeficiente intelectual.
El neurocientífico Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Harvard y Navarra, es categórico: “El abuso de móviles es responsable de los problemas de salud mental detectados en niños y adolescentes”. Las pantallas no solo correlacionan con trastornos mentales, sino que son su causa directa.
Los problemas en las aulas: cuando la tecnología fracasa
En España, el uso intensivo de tecnologías en educación ha demostrado ser contraproducente. Los datos PISA muestran que nuestro país ha obtenido el peor resultado de la historia en matemáticas, y los estudios confirman que más de una o dos veces por semana de uso tecnológico reduce significativamente el rendimiento.
Las tablets escolares generan mayor fatiga que los libros tradicionales, reducen la capacidad de concentración y no favorecen la creatividad. Los profesores tienen escaso margen para desarrollar su labor educativa, limitándose a usar programas “enlatados” que no fomentan el aprendizaje real.
Francisco Villar, psicólogo clínico infantojuvenil, es claro: “Hicimos un ensayo con una generación entera introduciendo un producto que no estaba probado”. Catherine L’Ecuyer añade: “Digitalizamos las aulas porque era sinónimo de progreso, pero no teníamos pruebas del impacto positivo”.
Los riesgos del móvil sin supervisión: una bomba de relojería
Dejar a los menores con teléfonos sin supervisión equivale a abandonarlos en el lugar más peligroso de internet. El 82% de los chicos y el 50% de las chicas han visto pornografía antes de los 11 años, contenidos que afectan a la empatía y la construcción de la identidad sexual.
Los riesgos se multiplican: ciberacoso, grooming, estafas, exposición a violencia, juego online y adicciones comportamentales. Los adolescentes pasan ya una media de 8,20 horas frente a pantallas, creando un círculo vicioso en el que “los niños con problemas son más propensos a usar pantallas, y los que usan pantallas en exceso son más propensos a tener necesidades emocionales insatisfechas”.
Propuestas institucionales: del discurso a la acción
Es urgente que España siga el ejemplo europeo, y para ello, las administraciones deberían prohibir tablets individuales en Educación Infantil y Primaria, en la línea que ha tomado ya Madrid. Restringir el uso de móviles en todos los centros educativos hasta los 16 años. Implementar verificación de edad obligatoria para acceso a contenido pornográfico. Formar al profesorado en metodologías analógicas efectivas. Crear campañas de concienciación sobre los riesgos reales de las pantallas, fomentando charlas con padres y alumnos, donde se asuman compromisos por parte de las familias.
El Gobierno debería aprobar una ley integral de protección de menores en entornos digitales, siguiendo las 107 medidas propuestas por el comité de expertos del Ministerio de Juventud e Infancia.
Recomendaciones para las familias: recuperar el control
Los padres pueden y deben actuar ya. Por ejemplo, teniendo claro el “cero pantallas hasta los 6 años”, salvo excepciones puntuales con supervisión adulta. Máximo una hora diaria entre 6 y 12 años, dos horas para adolescentes. Crear espacios libres de pantallas: dormitorios, comedor, horarios de comida.
Es imprescindible que, para que todo esto funcione, demos ejemplo: los padres que pasan dos horas en redes sociales no pueden exigir límites a sus hijos. O los que comen mirando el móvil. O los que no desconectan sus ojos de la pantalla.
Ofrecer alternativas reales: deporte, lectura, juegos, contacto con la naturaleza. Usar controles parentales y supervisar contenidos constantemente es una responsabilidad que deberíamos tener clara desde el momento en que dejamos que nuestros hijos tengan un dispositivo. Es una batalla ardua, pero hay que darla.
Para identificar problemas, señalan los expertos que es bueno vigilar señales como irritabilidad al limitar el uso, deterioro del rendimiento escolar, aislamiento social, trastornos del sueño o pérdida de interés por actividades no digitales. Animemos a nuestros hijos a salir al parque, a dar una vuelta con sus amigos. A jugar, y también asumamos que el aburrimiento es necesario y sano. No pasa nada por no tener nada que hacer. Sin pantallas, los libros ofrecen un espacio estupendo para ser recuperados.
La encrucijada de una generación
No estamos ante un problema tecnológico, sino ante una emergencia de salud pública. Cada minuto que perdemos debatiendo es un minuto más de daño cerebral irreversible en nuestros hijos. La evidencia es clara, los países referentes ya han actuado, y las herramientas están disponibles.
La pregunta no es si debemos limitar las pantallas, sino si tenemos el valor de hacerlo. Porque al final, como dice la sabiduría popular, más vale prevenir que curar. Y en este caso, lo que está en juego es el futuro cognitivo y emocional de toda una generación.