Este es el título de una de las canciones que más me gusta de Billy Joel. El mensaje de la canción es que es muy fácil encontrar a alguien que te diga lo que quieres oír y te esconda la verdad porque todo el mundo dice mentiras; la honestidad es una palabra solitaria, pero es lo que el cantante reclama porque necesita a alguien a quien creer. Este es mi sentimiento muchos días cuando escucho o leo las noticias. Quien no exagera, miente, y quien no, distorsiona la realidad para que encaje con sus objetivos. Tanto da que sea verdad o mentira, porque en muchos casos se trata de medias verdades o dudas sobre hechos no contrastados, porque la maledicencia, las noticias morbosas y las dudas sobre la honorabilidad o las intenciones de las personas nos atraen mucho más la atención y perduran mucho más en el recuerdo. Y aquí se abona todo el mundo, es el reino de las fake news. A todo eso también tenemos que añadir que muchas veces hablamos por hablar, y se hacen improvisadamente tertulias en cualquier emisora o canal de televisión, con tertulianos que quizás saben mucho de un tema concreto, como de política o de economía, pero que se atreven a hablar, comentar y pontificar sobre muchos temas de los cuales no saben ni una pizca.

Un problema muy grave es el altavoz que tienen las noticias y comentarios que son equívocos. Nos tragamos cualquier noticia sin contrastar, y la propagamos en conversaciones y en redes sociales, dando cada vez más revuelo y difusión a noticias y opiniones, amplificando su relevancia real que, muchas veces es nula o casi nula. Por otra parte, muchas de estas noticias y opiniones son de consumo rápido, porque generan respuestas y contra-respuestas, algunas ingeniosas, otras ácidas, otras superficiales y, tan pronto como se desvanece el día, volvemos a empezar con un nuevo escándalo, real o inventado, a ver quién la dice más grande. Pero las dudas que se han generado quedan, hay credibilidades que quedan destruidas para siempre, sin contrastar la mayoría de veces. Es la undécima plaga bíblica, el aniquilamiento absoluto de una persona o una institución. Al menos para mí, es realmente agotador porque muy pocas veces sé a quién creer. Me falta un buen análisis de la realidad. Muy pocos de los políticos que usan esta estrategia, de los periodistas que lo hacen público o de los tertulianos que hablan son fiables. No sé de dónde sacan los datos porque la mayoría no los dan o los tergiversan. Hablar por hablar sale gratis, y las noticias se han convertido en un arma de destrucción masiva con efectos colaterales. ¿Es esta la sociedad que realmente queremos? ¿Una sociedad rodeada de gritones que hacen públicas las pretendidas miserias de otros? Este tipo de actitudes son destructivas. Construir la credibilidad de las personas o instituciones cuesta mucho tiempo y esfuerzo, destruir cuesta muy poco. Está claro que hay que pedir transparencia a todas las personas que están al servicio público, sea rey, médico, ministro, político, juez o profesor. Hace falta mucha transparencia y pedir cuentas del trabajo hecho, pero también hace falta que los que comentan o lo critican, pisen fuerte antes de abrir la boca... Honestidad. Una palabra muy solitaria.

Me gustaría escuchar voces calificadas, levantándose y argumentando con firmeza todas las razones por las cuales nuestro sistema universitario público, aunque recibe una misérrima inversión de dinero público por el gasto que tiene, con un profesorado maltratado, envejecido o con contratos temporales indecentes que no permiten la renovación, todavía puede ofrecer una educación de calidad

Si hay unos bienes intangibles que nuestra sociedad tendría que defender a capa y espada, son la sanidad y la educación públicas. Pero estamos tan bien acostumbrados, que nada nos parece lo suficientemente bien hecho y lo podemos criticar sin dar nada a cambio. Los médicos y los profesores son, muchas veces, quienes pagan el pato. Ni están bien reconocidos ni bien pagados, y en lugar de escuchar las centenares de miles de veces que aciertan el diagnóstico y curan a las personas, o enseñan, se preocupan y forman a nuestros hijos, sólo nos interesan los errores o las deficiencias, que al ser comunidades con un elevado número de personas, por probabilidad, seguro que tiene que haber. Lo mismo pasa con el sistema público de Universidades, tan despreciado por unos y otros últimamente. El tema de los másteres aprobados sin ir a clase cuando la presencialidad era obligatoria, y los favores que algunos políticos han recibido para obtener "fácilmente" títulos universitarios, si está bien fundamentado y documentado se tiene que denunciar. Pero de aquí a hacer una generalización de todos los títulos de máster y de todas las universidades, hay un abismo. En tertulias, quien más quien menos opina sobre lo mal que funciona la Universidad. Y no os lo creeréis, la mayoría de gente que opina sobre másteres y tesis doctorales ni han cursado ni tienen ni idea de su dificultad. Incluso encontramos políticos que banalizan su experiencia limitada diciendo que el hecho de regalar títulos es muy frecuente en la Universidad. Pues yo puedo decir que según mi experiencia (de más de 30 años), en la Universitat de Barcelona (una de las mejores universidades del mundo según muchos rankings universitarios) no regalamos ninguno.

De verdad, ya basta de tonterías. Todas estas noticias y comentarios me han tocado la moral. Si alguna cosa sabemos los que estamos en la Universidad es de dar clases de licenciatura y máster, dirigir trabajos de investigación, valorar doctores y doctorados y evaluar los conocimientos adquiridos con tanto esfuerzo por miles y miles de estudiantes. Yo me pregunto, ¿por qué en lugar de hablar sin saber del tema, no se invita a personas especialistas que sí que sepan? Que les pregunten a los estudiantes universitarios si es fácil sacarse un máster, si les han regalado alguna asignatura, y si una tesis doctoral se hace en un abrir y cerrar de ojos. Que les expliquen a los estudiantes de doctorado cuántas horas trabajan a la semana, incluidas noches y días de fiesta, haciendo experimentos e intentando avanzar en un camino duro y difícil, cuando muchas veces no tienen ni una beca que les pague un mínimo sueldo. Me gustaría escuchar voces calificadas, como la de todos los rectores de la CRUE, levantándose y argumentando con firmeza todas las razones por las cuales nuestro sistema universitario público, aunque recibe una misérrima inversión de dinero público por el gasto que tiene, con un profesorado maltratado, envejecido o con contratos temporales indecentes que no permiten la renovación, todavía puede ofrecer una educación de calidad. Y si hay a alguien que hace trampas, sea alumno o profesor, se lo tiene que echar del sistema y que deje lugar a alguien que sepa aprovechar la oportunidad de educarse o trabajar y hacer investigación. Pero no empezamos a decir que en todas partes regalan los títulos porque es sencillamente FALSO y nos desmoraliza a todos, a quienes nos esforzamos por dar docencia de calidad, a los estudiantes que reciben la formación, y a las familias que hacen esfuerzos económicos para hacerlo posible.

Evidentemente que hace falta que los políticos de nuestro país estén bien formados y preparados para la labor que tienen que hacer, al servicio de todos. Un título universitario de más o de menos no nos dirá si están bien preparados para valorar la realidad, escoger buenos asesores, hablar, pactar y decidir, que es su trabajo, y sobre todo, para no mentir. Gritar mucho, razonar poco y poner en marcha el ventilador, todavía dice menos de su preparación. A los políticos que votamos y nos representan les tenemos que pedir, por encima de todas las otras cualidades, honestidad. Honestidad e integridad personal.