Hace dos días, un amigo nos ha enviado un artículo con la reseña de la aportación científica de Nancy Hopkins, una genetista del MIT (Massachussets Institute of Technology, EE.UU.) que propuso hacer una busca metódica de genes causativos de cáncer mediante el análisis de mutantes con un desarrollo alterado en pez cebra. Una persona valiente que se atrevió a usar un modelo no mamífero para estudiar el cáncer en los años noventa. Hopkins tardó años, esfuerzos y un grupito de científicos muy motivados bajo su liderazgo para poder hacer esta lista de genes que ahora son reconocidos e importantes también como causativos de cáncer en los humanos. Sin embargo, lo que es más relevante de todo el artículo ha sido su activismo para reconocer el trabajo que ejercen las científicas mujeres a fin de que su aportación sea reconocida en igualdad de condiciones que sus compañeros masculinos.

Hay una frase chocante: "Muy pronto Hopkins se dio cuenta de por qué tan pocas mujeres escogen hacer una carrera científica: porque dirigir un laboratorio requiere mucho tiempo y es muy difícil de combinar con la maternidad. Ella misma tomó la difícil decisión de renunciar a tener hijos para centrarse en la ciencia". Durísimo. Durísimo, pero cierto. Como ella también reconoce, no es sólo que sea difícil de combinar una carrera científica de éxito con la familia, sino que las mujeres científicas lo tienen más difícil, y el camino es más duro. Hopkins se dio cuenta de que por mucho trabajo que hiciera, y por muy bien hecho que estuviera, siempre pasaba más desapercibida, como si en el trabajo realizado por mujeres la cubriera un velo de invisibilidad. Primero pensó que ella no era lo bastante "agresiva", pero se dio cuenta de que a muchas científicas les pasaba lo mismo. Descubrimientos que habían hecho un grupo de científicos, aunque las mujeres hubieran sido las pioneras o las que habían hecho los descubrimientos, sin saber cómo, acababan siendo "asumidos" por sus compañeros masculinos, que recibían todo el reconocimiento.

Muchas mujeres se encuentran bajo presión excesiva cuando quieren conciliar una carrera profesional de éxito con la familia

Este no es un caso único, sólo que ha tenido más resonancia. Pero también ha pasado con otras grandes científicas, como con Rosalind Franklin, que generó las imágenes de difracción de rayos X que inspiraron el famoso modelo de la doble hélice del ADN en Watson y Crick. O a Barbara McClintock, una de los pocos premios Nobel mujer, que dedicó toda la vida a trabajar sobre elementos genéticos móviles del maíz, que nunca se casó y a la que el director de su departamento le dijo que si se casaba, ya no hacía falta que volviera porque no podría dedicarse a la ciencia. Existen un montón de científicas que han aportado sus conocimientos y han hecho descubrimientos muy relevantes, y que pasan desapercibidas, invisibles. Hace poco he tenido en las manos un pequeño libro maravilloso, La ciencia oculta, con pinceladas de las historias de algunas de estas mujeres, que han aportado ideas y saber, que han contribuido a construir el edificio de la ciencia que nos hace crecer como humanidad. Pero eso no es cosa del pasado, y siguen haciéndose patentes estas desigualdades dependiendo del género en artículos publicados en muchas revistas científicas importantes.

Es un hecho que la conciliación familiar con el trabajo es siempre mucho más difícil para las mujeres. En teoría, las costumbres cambian y la sociedad es más abierta, y es verdad que las tareas de intendencia doméstica como la limpieza y la compra son compartidas o se pueden delegar, pero el control de la intendencia y muchas otras cuestiones familiares recaen mayoritariamente en las mujeres. Aunque hay excepciones (¡menos mal!), en general son las mujeres las que tienen en la cabeza y en la agenda los calendarios de los hijos, las que controlan vacunaciones, actividades extraescolares, aquel libro que hace falta para mañana y las bambas que se tienen que comprar urgentemente porque se han roto. También saben cuándo y cómo los abuelos tienen visitas médicas, y si hay que acompañarlos, o cuándo necesitan compañía. Si, además, quieren desarrollar con éxito una carrera profesional y esta es muy exigente y sin remuneración elevada, como la científica, muchas mujeres nos encontramos bajo una presión excesiva, en la que tenemos que sobresalir en todo, lo irreal e imposible de alcanzar el mito de la súper-mujer.

Las mujeres tenemos que reclamar el espacio, el tiempo y los méritos que nos corresponden

Y hay mujeres, como Janet Rowling, que no les duele reconocer que en los años sesenta sólo podía trabajar media jornada, y que tenía que interpretar los resultados de los experimentos cuando ya llegada a casa, mientras jugaba y hablaba con sus hijos, al mismo tiempo iba reconstruyendo las fotos de los cromosomas de personas con leucemia para comprender la causa genética. O como Carol Greider que, cuando la llamaron pronto por la mañana, desde el Comité Nobel para anunciarle que había ganado el premio Nobel de Fisiología y Medicina del año 2009, la encontraron poniendo una lavadora porque, como dice ella, alguien lo tiene que hacer, pero para recibir una noticia como esta, podía dejarlo para más adelante.

Las mujeres profesionales se pasan la vida haciendo juegos malabares, sin poder parar, con múltiples pelotas en el aire, rogando para que no se caiga ninguna y puedan continuar en este tipo de equilibrio mínimamente estable. Un equilibrio precario que se mantiene a costa de una elevada cantidad de energía personal, de borrar momentos de relajación, de posponer momentos para una misma, para los amigos o la pareja. En definitiva, un equilibrio mantenido a costa de muchas pequeñas renuncias. Así y todo, hay mujeres maravillosas que continúan adelante, siempre con una sonrisa en la boca. Pero eso no justifica esta situación que acaba siendo injusta para tantas y tantas mujeres, que nunca pueden acabar de competir en igualdad de condiciones para conseguir mejores condiciones. Nancy Hopkins cogió un metro y se dedicó a medir el tamaño del laboratorio que le habían adjudicado, cuando compañeros suyos, hombres, tenían un 25% más de espacio. Y reclamó lo que le correspondía.

Quizás nosotras, como mujeres profesionales, también tenemos que coger un "metro" imaginario, y empezar a reclamar el espacio, el tiempo, y los méritos que nos corresponden.