Cuando se celebran competiciones deportivas de élite, como los Juegos Olímpicos, a muchos de nosotros, aunque no practiquemos mucho deporte, nos interesa saber si en la carrera de los 100 metros lisos o en el salto de altura o longitud se ha batido un nuevo récord. Supongo que nos atrae ver cómo algunos humanos sobresalen en actividades físicas y consiguen valores y medidas que parecen inverosímiles. Yo muchas veces me pregunto si no estaremos ya muy cerca del límite a que puede llegar a conseguir un cuerpo humano. Actualmente, para rebajar el tiempo una centésima más o saltar un centímetro más allá, solo puede ser gracias a factores externos, como que el lugar de celebración de los Juegos Olímpicos esté alto y alejado del centro de la Tierra, con lo cual la fuerza de la gravedad es ligeramente menor, tal como pasó en los Juegos Olímpicos de México, donde se batieron récords en muchas disciplinas deportivas. Podemos pensar también que las mejoras en el diseño e ingeniería de materiales de la ropa, las zapatillas de deporte o de los artículos deportivos, como la lanza y el arco, pueden ayudar a un poco en algunas actividades. Evidentemente, también puede haber factores ilegales, como el dopaje (que favorece un incremento de la capacidad muscular o una mayor producción de hematíes y la hemoglobina que transporta el oxígeno al músculo), por no hablar de posibles mejoras por la incorporación de piezas de ingeniería dentro del cuerpo o de una potencial mejora genética.

El año 490 aC, Fidípides, un soldado griego, corrió los 42 kilómetros que separaban la ciudad de Maratón a Atenas para anunciar que habían ganado la guerra contra los persas. Aquellos 42,2 km supusieron la muerte por extenuación del abnegado corredor y, durante un tiempo, se consideró como el límite máximo de un esfuerzo sostenido, una prueba de fuego de resistencia humana. Hoy día sabemos que para prepararse físicamente para correr un maratón hay que emplear mucho tiempo y esfuerzo, sobre todo si queremos competir, pero también sabemos que no es el límite que puede correr a un humano si está bien entrenado, alimentado y, sobre todo, bien hidratado. Hay investigadores que hace poco establecieron cuáles son los récords actuales de la intensidad de la fuerza humana, tanto en ejercicio explosivo (anaeróbico, como la carrera de los 100 m lisos o el salto de longitud) como en ejercicio aeróbico (ciclistas, corredores de medio y largo fondo) en hombres y mujeres. Pero estas medidas hablan de fuerza muscular y no de resistencia, ni de gasto energético y metabólico. Resulta que cuando no hablamos de ganar carreras sino del hecho de poder correrlas, es decir, si nos fijamos en la resistencia en el ejercicio sostenido y mantenido a lo largo del tiempo, a los humanos no somos tan diferentes entre nosotros, pero sí que somos diferentes con respecto a otros simios.

El gasto metabólico en los humanos se adapta a la duración del tiempo del esfuerzo

En un trabajo publicado no hace mucho se estudió cuál es el gasto energético total y los requerimientos de agua (hidratación) en ejercicio físico continuado de 12 horas a 48 horas (por ejemplo, caminar largas distancias) en los humanos de varias condiciones, y se compara con la requerida por otras especies próximas y las que se supone requerirían otros representantes del género Homo. Las medidas se refieren siempre al metabolismo basal de la misma persona o animal. El humano puede hacer un ejercicio que requiere hasta 10 veces el gasto energético basal durante dos días y resiste bien, sin necesidad de entrenamiento. En otras palabras, aunque no formemos parte de la élite deportiva, los humanos podemos hacer esfuerzos sostenidos que requieran resistencia y elevado gasto energético, por ejemplo, recorrer durante una semana una parte del Camino de Santiago o hacer una travesía por los Pirineos. No iremos tan rápido como los que están entrenados, pero si no tenemos problemas de salud, llevamos buen calzado, comida en el zurrón y suficiente agua para hidratarnos, todos lo podemos hacer. Nuestro cuerpo es resistente y resiliente al esfuerzo sostenido, sobre todo, a la marcha (nuestra evolución hacia el bipedismo, tanto en la longitud de las piernas, la posición con respecto a la pelvis y el arco de la planta de los pies, nos permite ser más eficientes que otras especies Homo), al menos en intervalos de tiempo cortos. Ahora bien, ¿y si en lugar de hablar de resistencia a uno o pocos días, hablamos de resistencia a largo plazo? ¿Somos realmente una especie resistente a esfuerzos sostenidos de meses?

¿Dónde están nuestros límites? Justo se acaba de publicar un artículo que hace una comparativa del gasto energético total y tasa metabólica en ejercicio muy sostenido en el tiempo, y demuestra que el gasto metabólico en los humanos se adapta a la duración del tiempo del esfuerzo. Es decir, si hacemos un esfuerzo intenso de pocas horas, por ejemplo, un torneo de tenis, una caminata de todo un día, gastamos mucha energía y la tasa metabólica es muy alta. Eso quiere decir que no obtenemos bastante energía de lo que hemos comido y hacemos circular la energía rápida almacenada en músculo e hígado (glucosa acumulada en forma de glucógeno). En estos casos, llegamos a más de 10 veces la tasa metabólica basal. Pero este altísimo gasto no es sostenible mucho tiempo, y si tenemos que seguir durante más días (por ejemplo, los ciclistas que hacen el Tour de Francia o una travesía de algunas semanas), adaptamos nuestro metabolismo bajando la tasa metabólica hasta 5-6 veces la tasa basal y empezamos a utilizar las reservas de proteínas y de grasa. Pero, de nuevo, este gasto tan alto no es sostenible, quiere decir que gastamos más de lo que incorporamos. Acabaríamos con todas las reservas y, por lo tanto, con nuestra vida. Pues bien, comparando cuál es el gasto energético y la tasa metabólica de los deportistas que han hecho travesías árticas largas, y corredores que corren un maratón al día durante 20 semanas (cruzan de punta a punta a los Estados Unidos recorriendo 250 km a la semana), han visto que al cabo de pocas semanas, la tasa metabólica de los corredores baja hasta unas 2,5 veces más que la tasa metabólica basal, donde se estabiliza. En estas condiciones (unas 4.000 calorías diarias por término medio), el cuerpo puede incorporar a través de la comida la misma energía que consume y llega a un equilibrio estable, que puede sostener indefinidamente. Así pues, el límite humano en el ejercicio sostenido no es la capacidad muscular o pulmonar, el límite es la cantidad de alimento que podemos digerir e incorporar eficientemente sin estropear hígado y riñones.

Pues bien, resulta que este punto de equilibrio es el mismo al que llegan de forma natural y sostenida las mujeres embarazadas (y las que amamantan), ya que desde el inicio del embarazo, hormonalmente, se regula el gasto metabólico con el fin de mantener a la madre y el bebé (que, por cierto, tiene unas elevadísimas necesidades energéticas) en 2,2-2,3 veces el gasto metabólico basal. Aunque las madres tenemos que incrementar la alimentación progresivamente y subimos de peso, en un embarazo normal hasta un incremento de 12 kg, el cuerpo se adapta y resiste metabólicamente llegando a un equilibrio y, por eso, podemos seguir corriendo un "maratón", cada día y cada noche, durante 9 meses de embarazo y los que caigan de lactancia (si el bebé solo se alimenta de leche). Y no nos hemos entrenado, sencillamente, la selección natural nos ha llevado a ser naturalmente resistentes. ¡Mira por dónde, igual que los deportistas de élite! O si me permitís, todavía un poco mejor, porque los corredores que corren el maratón transcontinental no están haciendo nada más que correr todo el día, mientras que las mujeres durante el embarazo trabajamos en muchas otras actividades, algunas son físicas, pero muchas requieren concentración intelectual.

Reto a cualquier corredor que, a la vez que está corriendo un maratón, intente escribir un artículo científico, enseñe a leer y a escribir a criaturas, cuide de los enfermos o atienda a los clientes... ¡Ey, y sin despeinarse!