Copiar o no copiar, esta es la cuestión... me imagino yo que se deben plantear algunos de mis alumnos, simulando Hamlet, en la prueba de síntesis de Genética Molecular, una de las asignaturas que tengo el honor de enseñar. Y digo honor porque considero que es un absoluto privilegio poder dedicarme a la docencia de esta asignatura, tan básica en el mundo de la biología, y poder transmitir el conocimiento que he ido ganando a lo largo de los años ―a costa de leer mucho y experimentar en el laboratorio un poco― a los estudiantes que justo empiezan a ver que dedicarse a la ciencia es una cosa seria, pero apasionante. Es muy posible que algunos de los que leáis este artículo discrepéis de mi opinión, pero mi experiencia como alumna (y sí, recuerdo muy bien mi época de estudiante, en la cual aprendí a ser docente por comparación, entre profesores mediocres; algunos, pocos, muy malos y, también, otros absolutamente increíbles) me enseñó que lo más importante como profesor es que te apasione lo que quieres explicar, te importen los alumnos y sepas cuál es el mensaje que quieres transmitir. Quizás parece una ecuación sencilla, pero hay que considerar que la probabilidad de que las tres características confluyan está condicionada y, por lo tanto, bastante menor de lo que esperaríamos si sólo tenemos en cuenta una de las condiciones. Seguimos.

Sea como sea, desde el punto de vista de las competencias del profesor, también hay que considerar qué se tiene que evaluar con respecto a la adquisición de conocimientos y competencias por el lado del estudiante. Hoy en día, tenemos un montón de manuales que enseñan cómo podemos o hay que evaluar al alumno. Creo que en la Universidad, lo tenemos una poco más fácil que en estudiantes más jóvenes. La media de edad de los alumnos de Genética Molecular en la UB es de 20 años. Por lo tanto, nos llegan estudiantes que son mayores de edad y, en teoría, adultos, es decir, capaces de adquirir conocimiento que les interese, sopesar situaciones, integrar conocimientos, tomar decisiones, actuar y aceptar las consecuencias de sus acciones. Muchos manuales de evaluación en la Universidad priorizan las competencias antes que los conocimientos, y proponen hacer muchas evaluaciones, que cuentan muy poco y suman globalmente, pero en la asignatura de la cual os hablo (y que comparto con otros profesores), hemos llegado a la conclusión de que no tiene demasiado sentido ir dividiendo la asignatura y evaluarla en trocitos pequeños porque, de hecho, las células actúan de forma conjunta y coordinada y la asignatura intenta integrar conocimientos y relaciones más que hacer un recuento de datos inconexos.

Este planteamiento holístico suele asustar a los alumnos, al menos de entrada. Están acostumbrados a exámenes parciales cada x días y no les acaba de convencer que haya pruebas que pidan integrar muchos conceptos, conceptos que quizás han tenido que ampliar utilizando fuentes diversas (que no incluyen el Whatsapp o Instagram). Para acabarlo de arreglar, el examen no es memorístico, ya que intentamos que muchas de las preguntas sean inclusivas e integrativas. Eso sí, se tiene que estudiar, porque la ciencia infusa no existe.

Y, entonces, llega el día de la prueba. Hay que detenerse, leer, pensar. Uno de los problemas que hemos detectado es que puede fallar (y falla cada vez más) la comprensión lectora. Muchos alumnos leen en diagonal, el inicio y el final de una frase y se dejan el verbo, el adverbio o la conexión. Quizás me diréis que tenemos que ser flexibles, ciertamente, pero supongo que aceptaréis que lo que hay que priorizar en cualquier prueba es ser justo. Para todo el mundo. Las "reglas" de la evaluación tienen que ser igualitarias y lo más justas posibles. Los criterios tienen que ser ajustados a la realidad y tienen que ser justos, no pueden ser arbitrarios e ir cambiando según si nos cae bien o no el alumno en cuestión. Por lo tanto, los profesores tienen que hacer una prueba que sea: 1) justa, que pueda captar la consecución de objetivos ―tanto de conocimientos como de competencias que el profesor ha explicado o ayudado a alcanzar― según criterios transparentes, y 2) discriminativa, para dar al alumno una idea del grado de consecución de estos objetivos. No puede ser una prueba muy fácil (los que se han esforzado más no se ven recompensados y se enfadan) ni muy difícil (los que han estudiado más no sienten que han alcanzado los objetivos y se desaniman). Se tiene que conseguir un equilibrio correcto entre esfuerzo pedido, competencias y conocimientos alcanzados, y la compensación final. Creo que todos estaremos de acuerdo en que aprender cuesta, y a los humanos nos satisface la compensación por el esfuerzo realizado y el reconocimiento a las capacidades individuales.

¿Cuál creéis que tiene que ser la actitud de los estudiantes en una evaluación de las competencias individuales realizada de forma conjunta, es decir, en un examen que puntúa?

Seguro que se pueden matizar algunas de mis afirmaciones, segurísimo, pero ahora llego a la cuestión principal con la cual he iniciado este ejercicio de "reflexión" evaluativa. Os pregunto: ¿cuál creéis que tiene que ser la actitud de los estudiantes en una evaluación de las competencias individuales realizada de forma conjunta, es decir, en un examen que puntúa? Por lo que respecta a mi manera de pensar, yo lo tengo claro. Me parece fatal, mezquino y estúpido, copiar a algún compañero la respuesta o respuestas que no sabemos o dudamos. Esta madurez que asumimos que tienen nuestros estudiantes, tanto hilar delgado en el mecanismo de evaluación individual, y entonces, el día D, los alumnos caen en actitudes antiguas, nada edificantes y claramente discriminativas, como es "copiar". Lo siento, pero yo no condono esta actitud, me parece patética, así que antes de empezar el examen, ya aviso de que se supone que son adultos capaces de gobernar su vida y tomar decisiones, incluidas las que tienen consecuencias negativas. ¿Porque estamos formando a gente adulta, verdad? Gente que puede decidir, actuar y aceptar las consecuencias de lo que hacen. De hecho, no aceptamos que nadie haga trampas en la declaración de renta ni se salten las multas que les corresponden si hacen faltas, porque los impuestos que se pagan sirven a todos. ¿Y no aceptamos que no hagan las tareas que les corresponden en un trabajo y cobren igual que el resto de nosotros, verdad? Y pedimos a los médicos que intenten curarnos, a los abogados que defiendan cuando haga falta, y a los bomberos que apaguen incendios, y a los políticos que tomen decisiones y que no se escuden en las acciones de otros... Y también nuestros estudiantes piden que cuando soliciten un trabajo puedan optar y se les valore por sus méritos y calificaciones, no que se los contrate porque sean amigos de alguien o porque tengan mejores notas, por el hecho de que han copiado las respuestas al compañero o compañera, o porque le han regalado la nota... ¿autoengañándose y engañando a los otros, verdad que no?

Así que la respuesta al dilema inicial es "no copiar". Yo creo que tenemos que enseñar que la deshonestidad no tiene lugar en nuestro mundo. Que no nos gusta la picaresca ni la condonamos. Que la consideramos una falta grave, y que nos afecta a todos. Porque recordad que estos que engañan y nos pueden hacer gracia cuando son jóvenes, después nos dejan sin trabajo, sin esperanza y sin futuro.