Acabada la moción de censura de Ramón Tamames, la sensación es parecida a antes de empezar: dentro de un tiempo, bastante poco tiempo, no quedará nada de este momento estrambótico, de esta performance surrealista. Se convertirá una curiosidad, una anécdota, una más, en la historia política española. Pero, ¿y a corto plazo? ¿Cui prodest? ¿A quién beneficia, si es que beneficia a alguien, el espectáculo extravagante y más bien triste que acabemos de contemplar? Vamos por partes y repasemos a los principales protagonistas: Vox, PP y el gobierno del PSOE y Unidas Podemos.

Con respecto a Santiago Abascal y Vox, que son los que montaron este tinglado, diría que no sacarán gran cosa. Más bien parece que recurrieron a una moción de censura —lo que hemos visto se llama así, pero es una flagrante desvirtuación, una fraudulencia, de lo que deberían ser las mociones de censura— simplemente para intentar romper la tendencia de ir haciéndose pequeños. Para recuperar la iniciativa ante el PP de Alberto Núñez Feijóo, que los ha ido arrinconando. Por desesperación. Mi impresión es que los miedos de muchos dentro de Vox ante la moción de censura era justificada y que la payasada —con el respeto que merece el señor Tamames— no los ayudará mucho, por no decir nada.

¿Y el PP? En la medida en que la estratagema de la ultraderecha no ha funcionado, a ellos les ha ido mejor de lo que les pudo haber ido. Los de Núñez Feijóo han evitado votar, 'no' como hizo el PP de Pablo Casado en la anterior moción de censura de Vox. Parece que Feijóo —que se equivocó al no estar presente en el Congreso— pensó que una abstención era la posición más defensiva ante el ataque contra el PP que, de hecho, era la moción de censura. Además —y esta es una segunda razón que seguro que pesó—, no votar en contra, no mostrar rechazo, es la manera de no contrariar a la cúpula de Vox y —sobre todo— a aquellos electores que de Vox están volviendo hacia la casa madre, es decir, el PP.

En cuanto al Gobierno, Pedro Sánchez hizo lo que ha hecho manta vez. No contestó a Tamames —a quien procuró tratar respetuosamente— y se dedicó a apañar un discurso largo y complaciente con el Ejecutivo y, por lo tanto, con él mismo. Él no pierde nunca la oportunidad de hacerlo. A bodas me invitas, pues. Más interés tuvo la intervención de Yolanda Díaz, la vicepresidenta, que fue protagonista por obra y gracia, e intención política, de Sánchez. Díaz fue más áspera con el viejo profesor. Aprovechó la ocasión para lucirse y, de alguna manera, reforzar su posición como futura candidata a la izquierda del PSOE. Yolanda Díaz es, sin duda, lo mejor de lo que dispone esta área ideológica para hacer de cabeza de cartel. El problema es que, por una parte, va tarde —las elecciones españolas serán antes de acabar el año— y, de la otra, que las riñas amenazan con abortar su proyecto antes prácticamente de empezar a andar. Díaz presentará su proyecto —Sumar— el próximo día 2 en Madrid. Lo que pasó en el Congreso fue, pues, una especie de preestreno.

El único que ha ganado claramente y sin discusión con el momento berlanguiano vivido en el Congreso es, sin duda, su protagonista, Ramón Tamames. A sus casi noventa años el antiguo comunista ha conseguido tener —él está convencido— su momento de gloria, quizás el más importante de su vida. Tanto le da que fuera un discurso a medio camino entre lo académico y lo lúdico, con algunos errores evidentes. No han sido los quince minutos de fama de los que hablaba Warhol, sino dos días enteros, dos días completos siendo protagonista. El narcisismo se mantiene en este pobre hombre como si no hubieran pasado décadas y décadas. Quizás es ahora más vanidoso que cuando era alguien realmente respetado. El hombre se ha querido conceder un último capricho, un último gusto, y grande. No se ha podido aguantar. No ha podido dejar pasar este último ego trip (un viaje vicioso al ego; actuar para sentirse importante). Tal como declaró pomposamente —y evidenciando que está seguro de ser todavía alguien a quien hay que escuchar—, él lo que quería es dirigirse "a los cuarenta y siete millones de españoles". Y, añadiría, que la tele lo retransmitiera todo en directo. En fin, dejémoslo estar. Tenía en eso toda la razón el líder del PP cuando dijo que, si fuera su padre, no le hubiera dejado hacer tal papelote. Yo, al mío, tampoco.