Vivimos en unos días de nervios indescriptibles. La angustia nos atenaza en todos. Y sobrevivimos como podemos. El sector de la cultura es seguramente el mejor termómetro. Bruno Oro ha tenido que hacer taquilla inversa en un concierto porque la gente no sale de casa. No estamos para fiestas, y como decían los productores de Polonia, no estamos para reírnos. Nada de lo que está pasando nos hace gracia y estamos en estado de choque permanente.

Esta situación es comprensible. Y lo es, entre muchos otros factores, porque muchos de nosotros nos hemos despertado con una realidad dura y cruda: en nuestro entorno pervive el franquismo sociológico. Viejos tics y rumores. Que han creado en muchas personas de este país un sustrato que ha permanecido dormido durante mucho tiempo y que se ha despertado de la forma más violenta. Y esta realidad no tiene nada que ver —o si tiene, es muy poco— con los partidos políticos.

Se ha despertado la fiera feroz. Comentarios como "Si los Jordis están en prisión es que algo habrán hecho", o bien "Los consellers sabían que si se saltaban la ley todo su peso les caería encima" o uno no menos famoso, "La gente es una irresponsable: ¿se pensaban que 13.000 policías habían venido aquí para estar mirándose el 1 de octubre"?.

Sabíamos que las instituciones del Estado poco habían cambiado. Pero ahora nos damos cuenta de que muchas de las personas de nuestro entorno tampoco. Legitimar la represión política y social no tiene justificación. Utilizar los medios públicos y los privados como una extensión doméstica del Consejo de Ministros, tampoco. Y sobre todo, doblarnos al pensamiento de que los bienes de la democracia, los derechos y las libertades no prevalecen por encima de todo, es sencillamente condenable. Vivimos momentos de duda e incertidumbres. Es bueno. Se tiene que desconfiar de aquellos que desde un lado u otro del conflicto político que vivimos, se crean que lo hacen todo bien. Ha habido errores. Por parte de todos los actores. Y cuando te encuentras con esta disyuntiva, lo mejor es volver a los valores supremos que tenemos como sociedad y que poco a poco y desgraciadamente han perdido todo significado. Hoy, el valor del lenguaje es más importante que nunca. Se han apropiado de palabras y han pervertido el contenido de una forma repugnante. La palabra libertad la han asociado a pensar como el statu quo. La palabra democracia la han ligado a sus elecciones, hechas bajo sus parámetros y, según parece, casi con los resultados que ellos decidan. Y el no menos memorable golpe de estado lo vinculan a un Parlament escogido, como su Govern, de forma democrática.

Sabíamos que las instituciones del Estado poco habían cambiado. Pero ahora nos damos cuenta de que muchas de las personas de nuestro entorno tampoco

Es la hora de reapropiarnos del lenguaje. Hay que asociar las palabras a los hechos y a las realidades. No utilizar las palabras de forma frívola, por ninguna de las partes. Un golpe de estado se refiere a derrocar un gobierno por la fuerza; la democracia pertenece al pueblo y a nadie más y a la soberanía popular. Y la libertad es una palabra tan compleja que cada día la vamos modelando, pero que seguro que no tiene relación ni con encarcelar gobiernos legítimos por llevar a cabo propuestas que estaban dentro de programas electorales, ni con encausar mesas del Parlament para dar al ágora de la soberanía popular la oportunidad de hablar de todo.

El día 21 habrá elecciones. Decían que el 1 de octubre no tenía garantías. Seguramente con toda la razón. Pero esta realidad no puede ser una excusa y un argumento para aquellos que se esforzaron para que así fuera. Votamos en la clandestinidad. Pero lo hicimos con obstinación y conscientes de que defendíamos un valor supremo. Los próximos comicios tampoco tendrán garantías. Con 13.000 policías, el Govern y líderes sociales en prisión, pocas tendrán. Con la espada de Damocles de miembros de la clase política asegurando que, si el resultado no es el correcto, volverán a violar a nuestro Govern, no hay garantías. Y no las hay, porque nadie hablará ni de trabajo, ni de seguridad social ni de medio ambiente.

Hasta el día 21 tenemos mucho trabajo. Ganar la batalla de las ideas pero también, y mucho más importante, la del lenguaje y las palabras. Llamar las cosas por su nombre. Y no menos importante: desenmascarar al franquismo sociológico que –muchos de forma inconsciente– tienen en su ADN. No podemos permitirnos el lujo de que ganen los que defienden el concepto de que todo estaba "atado y bien atado".