Me marcho de vacaciones. Las necesito. Como todos ustedes, supongo. Este año, por lo tanto, no voy a escribir durante el mes de agosto, como tenía por costumbre. Este será un verano de desconexión total. El pronóstico sobre que el otoño va a ser catastrófico invita a tomar la decisión. El anuncio de un descalabro tan monumental me ha llevado a pensar en el milenarismo, aquella creencia trágica sobre el desenlace del mundo. Puesto que me imagino que ahora no les viene a la cabeza de qué les estoy hablando, se lo resumo. El milenarismo arranca de la interpretación que los judíos y los cristianos de los primeros siglos hicieron de un pasaje del Apocalipsis. Creían que antes del juicio final, Cristo instauraría un reino de mil años en la tierra. El bienestar tenía fecha de caducidad, por lo tanto. El movimiento milenarista es recurrente en la historia del cristianismo —y por extensión de la humanidad—, y a menudo los malos augurios se convierten en realidad por la expansión de las calamidades como por ejemplo el hambre, las guerras, la inseguridad, etc. Este tipo de creencias religiosas también tuvieron un fuerte impacto en los movimientos sociales, especialmente campesinos.

El historiador británico Eric J. Hobsbawm estaba convencido, tanto como lo estaba el historiador francés Jean Chesneaux, que las ideas milenaristas fomentaban los disturbios esporádicos y con poca planificación protagonizados por los campesinos del mundo arcaico. La orientación milenarista de estos “rebeldes primitivos” contrastaba con la visión revolucionaria que mostrarían los movimientos sociales modernos. Hobsbawm, que era un marxista más ortodoxo de lo que se dice, advertía, además, sobre que los movimientos sociales primitivos solo atacaban los abusos locales, mientras que el objetivo del movimiento moderno incluía los problemas globales. Así pues, estos “rebeldes primitivos” eran los Robin Hoods universales, los anarquistas andaluces (los catalanes parece que eran otra cosa), los bandoleros sicilianos, las sectas obreras británicas, la Mafia, los lazaretos italianos o los campesinos de Colombia y Perú. Grupos prepolíticos, según él, que todavía no disponían de un lenguaje específico mediante el cual expresar sus aspiraciones de mayor justicia social y su determinación de luchar contra la “conspiración de los ricos”, contra el capital. 

Se supone que nosotros vivimos en sociedades dominadas por la modernidad, pero la realidad es que el milenarismo vuelve con la expansión de un pensamiento antipolítico y populista basado en las supersticiones, los rumores y la desconfianza. Ha contribuido a ello la crisis de la democracia, carcomida por la corrupción, las persecuciones políticas, las amenazas contra la libertad de expresión y la hegemonía de un conservadurismo que ha convertido la socialdemocracia en un apéndice del neoliberalismo. Los liberales de verdad escasean, porque los que dicen serlo a menudo no lo son. Como por ejemplo en Austria y en España. Este conservadurismo, que impide implantar políticas reformistas y atrevidas, es el caldo de cultivo que favorece el renacer de las creencias milenaristas. Unas ideas que se promueven incluso desde algunas instancias gubernamentales en manos de los populistas de todos los colores. Es difícil comprender por qué lo hacen. O quizás no y todo se resuma en el hecho de que estos políticos han detectado que dirigirse a las emociones, positivas o negativas, de las personas es más eficaz para generar adhesión que ofrecerles un programa político, ideológicamente muy perfilado y eficaz. Los políticos fomentan el atavismo, o sea, el retorno a un tipo más primitivo, por no dar toda la brida del futuro a los ciudadanos.

Se supone que nosotros vivimos en sociedades dominadas por la modernidad, pero la realidad es que el milenarismo vuelve con la expansión de un pensamiento antipolítico y populista basado en las supersticiones, los rumores y la desconfianza

Avisar exageradamente del apocalipsis económico es una forma de difundir el miedo entre la gente y es tan tramposo como atribuir exclusivamente a la crisis climática los incendios veraniegos. El cambio climático no mata. Lo que realmente mata es no hacer nada para apaciguar los efectos del abandono de la agricultura y de los bosques, de la construcción de urbanizaciones ilegales, etcétera, etcétera. No es la primera vez que cuando alguien pretende engañarnos, los resultados sean estremecedores. Cuando yo accedí a la universidad tenías que pasar una oposición que, entre otras pruebas, te obligaba a preparar una clase que debías defender ante el tribunal que te juzgaba. Elegí la lección, porque entonces me dedicaba a la historia económica, sobre el crac del 29. No repetiré la clase, que fue larga, prolija en datos y más bien pedante por mor de mi juventud. El resumen es el siguiente. Aquella espectacular crisis bursátil de principios del siglo XX se generó por la gran bola de nieve que se fue formando con los rumores de todo tipo que amenazaban la economía mundial. La venta generalizada de acciones la tarde del 23 de octubre en la bolsa de Nueva York fue el detonante de una crisis que rápidamente fue replicándose. Estos son los hechos. El tsunami destrozó la economía y generalizó la miseria. ¿Pero qué o quién provocó ese ataque repentino de pánico? Eso ya es más difícil determinarlo. Como ocurre casi siempre, los factores a tener en cuenta son muchos, entre los que también hay que apuntar el estado de ánimo, los rumores y las mentiras.

No se trata de negar que en otoño se notarán todavía más las repercusiones de una inflación que provoca que los precios suban de tal manera que el empobrecimiento de los trabajadores será espectacular. Si los salarios no aumentan, la consecuencia será esta. El problema es que con posterioridad a cada episodio inflacionario, la pérdida de poder adquisitivo generaliza la pobreza y, por lo tanto, amenaza una economía basada en el consumo. Esta es la paradoja. La fractura social va agrandándose, mientras que desde los gobiernos se aportan soluciones que solo son parches. Todas las medidas económicas anunciadas por Pedro Sánchez sufren del defecto que no son estructurales. Son medidas tácticas que obvian el espíritu, no ya revolucionario, sino simplemente reformista, de alguien que dice ser socialdemócrata. Ante propuestas como estas, que en Catalunya se agravan, pues la autonomía es cada vez más un pomposo decorado burocrático, las alternativas ahora acostumbran a ser muy simples. Aviva el milenarismo con formas muy distintas. Unos reclaman salir del sistema democrático para refugiarse en la protesta verbosa sin acción, aunque crean hacer muchas cosas, y otros se lanzan en brazos de la extrema derecha. Es el pasado que no pasa, que es el nombre que puse a mi blog para resaltar la idea del historiador italiano Benedetto Croce (1866-1952) que toda historia es, al fin y al cabo, historia contemporánea, aunque sea imposible que la historia se repita exactamente del mismo modo.

Regresaremos de las vacaciones y seguramente lo hagamos más pobres. Habrá quién tomará la decisión de divorciarse. Otros habrán encontrado un nuevo amor. Los niños habrán crecido un palmo y los padres y las madres desearán la vuelta al cole de los hijos mientras harán cuentas de lo que se han gastado durante una estadía veraniega, por otro lado, merecida y que costó mucha sangre conseguir que fuera remunerada. Casi tanta como la que se tuvo que derramar para que se aprobara la jornada de ocho horas. Retomará la vida política y seguramente en Catalunya la presidencia del Parlament ya estará en manos de otra persona y los juzgados seguirán aplicando la represión sistemática contra la juventud independentista para acabar con la esperanza que habían depositado en la independencia. Los partidos independentistas, dando muestras de una galopante arteriosclerosis, se dedicarán a lo suyo, como siempre. Los republicanos apelarán otra vez al juego de manos de una mesa de diálogo que no va a ninguna parte; los anticapitalistas seguirán excitándose con el satisfayer revolucionario, y los de Junts, que habrían podido formar el partido transversal de los independentistas, seguirán peleados, más tensos y descapitalizados. Entre una cosa y otra, el apocalipsis. El fin del mundo. El milenarismo que revive porque nadie propone una alternativa que no se base en los trucos de la magia.

Pasen ustedes un buen verano, estimados lectores.