Una sala de espera de dentista blanca, desnudada, y un ficus enfermo de fondo. En realidad, había dos, pero en la fotografía que ha corrido por las redes y en la prensa solo se ve uno. El escenario estaba completamente desprovisto de simbología, pero a veces el vacío tiene un significado más vasto que el que pueda tener una bandera. O dos. Este martes, el president Illa y el president Puigdemont se reunieron en Bruselas, en un encuentro que ninguna de las dos partes, o ninguno de los dos sectores políticos que ambos representan respectivamente, pudo explicar en los términos que hubiera preferido. Catalunya se encuentra en un momento de transición, en un punto de inflexión en el que ninguno de los dos relatos —el de los juntaires y el de los socialistas— explica la vida política del país. Esta incapacidad tiene un punto de voluntad: la intención de aparentar distancia política e ideológica los unos con los otros. Y esta intención, a su vez, esta apariencia de distancia, es lo que acaba generando distancia con la realidad.
Desde el PSC —que es el PSOE— se propugna una normalidad política e institucional que no existe. La reunión se celebró en Bruselas, para que nos entendamos. Y se celebró en Bruselas porque no se podría haber celebrado en muchos sitios más. Los socialistas llaman normalidad a la ausencia de conflicto, o a la apariencia de la ausencia de conflicto. Mientras queden catalanes, no habrá normalidad política. Y mientras los candidatos a la presidencia de la Generalitat tengan que concurrir a las elecciones en la desigualdad de condiciones en la que tuvieron que concurrir la última vez, no habrá normalidad institucional. La presidencia de Illa es una anormalidad en sí misma: está donde está porque los españoles tienen la capacidad y el poder de adulterar el juego democrático a conveniencia para aniquilar, desprestigiar, perseguir y humillar al brazo político del independentismo siempre que sea necesario. Los socialistas pregonan la "normalidad" para generar un marco conceptual en el que el estado actual del independentismo político sea, precisamente, la norma. Pero todavía existen rémoras del diecisiete y del diecinueve que les impiden acabar de extender este marco. Todavía tienen que ir a Bruselas. La normalidad que hacen pública todavía es anormal; esta es la distancia de los socialistas con la realidad.
No se puede ser una de las partes pactantes de la pax socialista y luego dirigirte a la sociedad catalana como si eso no hubiera pasado
El discurso de Junts se aprovecha de esta anormalidad para reivindicarse, para reivindicar a su líder y para justificar ser categorizados, todavía, como independentistas. Pero la realidad va un poco más allá: los juntaires validan el discurso de la normalidad socialista cada vez que pactan con ellos y se sirven de ellos para obtener algún tipo de beneficio político que les garantice rédito electoral. Protestar contra la anormalidad democrática que el exilio del president Puigdemont aún representa no debería ser sinónimo de legitimar el concepto de normalidad que los socialistas pregonan, que es el de una Catalunya regionalizada con los anhelos nacionales capados de raíz. En Junts, sin embargo, no tienen ni la fuerza ni el crédito ante la sociedad catalana para construir un discurso que de verdad pueda hacer de contrapeso a los socialistas. Hace demasiados años que no tienen ninguna idea de país robusta, que anuncian días históricos y que el ideal y los hechos van por senderos paralelos. Esta es la distancia de los juntaires con la realidad: se hacen llamar independentistas, apuntalan gobiernos españoles socialistas, y aspiran a recobrar la confianza de los votantes perdidos desde esta incongruidad. No se puede ser una de las partes pactantes de la pax socialista y luego dirigirte a la sociedad catalana como si eso no hubiera pasado.
Justo en medio de este embrollo, un ficus. Un ficus porque, a pesar de todo, Puigdemont e Illa no se habrían dejado representar por las mismas banderas. Porque la normalidad de Illa no existe y porque sabe que, a Puigdemont, lo único que le queda para reivindicarse son los símbolos. Desde Junts, hacía meses que se reclamaba con tono de súplica que Illa fuera a Bruselas para reunirse con Puigdemont, y los socialistas han escogido el momento actual para servirse del gesto, porque necesitan una cierta deferencia política con Puigdemont para sacar adelante unos presupuestos. El ficus es la representación del soterramiento de un conflicto para poder atenerse, ambas partes, a sus respectivas necesidades de partido. Y tiene un punto de gracia, porque a veces la voluntad de disimular es más obvia que la voluntad de no hacerlo, y en este caso apunta directamente a las contradicciones de cada uno. Un ficus resecado y medio enfermo, esta también es la metáfora profética del precio que pagaremos por haber dado la espalda a la nación.