Alberto Núñez Feijóo no tiene suerte. O no tiene capacidad de liderazgo. O la tiene, pero Madrid es un campo de minas. O en realidad no es el líder de su partido, sino el becario. O todo a la vez. Sea por lo que sea, el hecho es que Feijóo atraviesa una situación surrealista: es el líder de su partido en el peor momento de su adversario político y, sin embargo, parece más impotente que nunca para ejercer el liderazgo.

Sobre la realidad política no hay muchas dudas: es el sueño de cualquier esforzado spin doctor que deambule por Génova con el encargo de inspirar al aspirante presidencial. Este es el cuadro: Pedro Sánchez está en minoría parlamentaria, con los aliados al acecho y sin posibilidad de aprobar ninguna ley relevante; tiene a la mujer y al hermano a las puertas del juicio; su glorioso vicepresidente Santos Cerdán está en prisión preventiva, investigado con el otro excompañero del Peugeot, maese Ábalos, exministro, exsecretario de organización, y ex de todo; y ahora mismo la Audiencia Nacional ha abierto investigación a las cuentas del partido, en busca de financiación irregular. Si añadimos su irrelevancia en política internacional, y la animadversión que genera en los principales poderes fácticos españoles, es evidente que está en su punto máximo de fragilidad. Sánchez está en el ojo de un huracán del que no parece que pueda librarse, más allá de ganar tiempo. Una situación, pues, catastrófica que debería ser enormemente provechosa para su rival político, que lógicamente aspira a ocupar su lugar.

Y, sin embargo, cuanto peor está Sánchez, peor está Feijóo, siguiendo un insólito proceso de simetría. De entrada, ha sido incapaz de resolver la crisis de Mazón, un año después de la tragedia de la DANA, y haga lo que haga ahora, ya llega tarde. Es evidente que Mazón caerá de una manera u otra, pero el año de desgaste no lo pagará el presidente valenciano, que ya está acabado, sino un Feijóo que no ha sabido y/o no ha podido cortarle la cabeza cuando correspondía. No deja de ser curioso que el mismo Mazón que le complicó sus elecciones cuando pactó con Vox precipitadamente y asumió la presidencia, sea quien le complique las siguientes, por no haber dejado el cargo. En cualquier caso, respecto a la tragedia, Feijóo ha sido un líder que no ha liderado, y la política no acostumbra a perdonar la falta de autoridad.

Está como estaba al principio: ganó y no gobernó; podría hacer caer al Gobierno y no puede hacerlo

Aparte del caso Mazón, nada le sale bien. No ha sido capaz de crear sinergias con otras opciones políticas y, por lo tanto, ahora no puede presentar una moción de censura, justo cuando podría hacerlo, porque no tiene a nadie con quien pactarla. Tanto pedir que Junts rompiera con el PSOE, y de nada le sirve la ruptura. Tampoco parece capaz de articular alguna estrategia paralela para hacer caer al Gobierno. Está como estaba al principio: ganó y no gobernó; podría hacer caer al Gobierno y no puede hacerlo. El eterno ganador a nada.

A su vez, la alargada sombra de Vox lo condiciona hasta el punto de radicalizar sus posiciones, sobre todo en materia territorial, y lo aleja de la centralidad. El ejemplo del catalán en Europa es, en este sentido, emblemático. Es posible que el PP, él solito, hubiera hecho el mismo mal papel que ha hecho al respecto, pero en todas sus decisiones se percibe la presión de un Vox que lo gana en la carrera de ser español muy español. Es tanta la necesidad de no perder votos por el flanco extremo, que acaba perdiendo el discurso y la imagen. No es Abascal, pero tampoco es Feijóo, y por el camino de perderse entre uno y otro, acaba no siendo nadie.

Y a partir de ahí, error tras error. El último, el show del Senado pensado para diluir el mal trago del año de la DANA, y con un único objetivo: dejar a Sánchez en evidencia, arrinconado en el córner de sus escándalos. Pero Sánchez se puso las gafas de mirar de cerca, se rio de todo el mundo y salió indemne. Sánchez era el nominado, pero Feijóo fue el expulsado, y el resultado refuerza la idea de que no sabe ejercer el liderazgo. Esto no quiere decir que Sánchez pueda salirse con la suya, dada la tormenta perfecta que lo rodea, pero tampoco parece que pueda hacerlo Feijóo, más allá de la muleta de Vox, que es la que realmente se engrosa. ¿Acabará siendo el habitante de la Moncloa? Probablemente, pero a medida que pasa el tiempo más se consolida la idea de que será una casa compartida. Sin Abascal, Feijóo no llega a ninguna parte. Esta es su maldición: quien lo puede salvar es quien lo ahoga.