Actualmente, estoy produciendo y codirigiendo un programa de tele donde buena parte del equipo es muy joven. Hace poco, a raíz de la conversión de Dani Alves y su predicación en una iglesia de Girona, pude hablar con ellos sobre la idea del perdón de Jesús. El cristianismo se fundamenta en el hecho de que Jesús vino para salvar a los pecadores y devolverlos a la comunión con Dios. Mis interlocutores quedaron sorprendidos por el mensaje —no lo habían oído nunca a pesar de vivir una cultura cristiana— e hicieron preguntas bastante profundas sobre el tema. Me emocionó y fascinó su genuina curiosidad, y me hizo pensar en la gran diferencia con la generación anterior, donde la persona de Jesús o las conversaciones sobre religión a menudo eran ignoradas e incluso despreciadas. Algo está pasando y podemos percibir evidencias sutiles como las referencias cristianas del último disco de Rosalía o el presunto aumento de jóvenes que se declaran cristianos en las últimas encuestas.
Los jóvenes que ahora tienen entre veinte y treinta años son hijos de una generación que ha construido su relación con el mundo a través del materialismo salvaje: lo que importaba para sus padres era todo aquello que se podía tocar, comprar y vender. Y esto lo hemos aplicado, incluso, a las relaciones románticas. El éxito era equiparable a poseer cosas y personas y, para rematar, a disfrutar de placeres rápidos. Pero a pesar de la parafernalia que rodea este hedonismo egoísta, la mayoría hemos descubierto que esto no nos llena: las cosas materiales son transitorias y, al final, nos perdemos algo fundamental: el sentido de la vida y el propósito de nuestra existencia. Peor aún, si la vida solo tiene sentido en relación con la riqueza material, ¿qué hacemos con los jóvenes que hoy en día no tienen grandes expectativas económicas ni estabilidad profesional? ¿Qué hacemos con esta generación que no tiene un trabajo estable, ni una vivienda asequible, ni un coche en condiciones...? Estas frustraciones dejan un vacío —no solo económico, sino existencial— porque los placeres materiales solo son peldaños en una escala interminable. Disfrutar de un placer material nos prepara para aspirar a otra cosa un poco mejor que la anterior. Es el ciclo del consumo que no solo aplicamos al trabajo, sino también al sexo, el amor o las relaciones de amistad.
Pero las personas —también los jóvenes— tenemos un espíritu que busca algo trascendente. No un éxito material, sino cierta gloria que nos sobreviva. "Somos pecadores con una gran sed de gloria. Y es que la gloria es nuestro fin", escribía Joan Sales. Otro gran autor, C. S. Lewis, decía que “tenemos un agujero en el corazón que tiene la forma de Dios”. Ningún objeto ni experiencia —satisfactoria o no— puede llenar este agujero; solo una relación con Dios satisface este anhelo profundo.
Creer en Jesús es punki, porque subvierte el sistema. Jesús no se presenta como amo, sino como servidor
Además de esta falta de significado del paradigma materialista, debemos pensar que los jóvenes son, por naturaleza, rebeldes y contestatarios: van a contracorriente del pensamiento hegemónico de su momento, y ¿cuál es el pensamiento hegemónico heredado de sus padres? La veneración del egoísmo, de la superficialidad y, sobre todo, la adoración del yo. El mensaje dominante hoy es: “no tengas hijos, vive la vida; no trabajes demasiado; disfruta de la libertad; haz autoayuda; céntrate en ti mismo”. Este mensaje no responde a las preguntas sobre el sentido final del cosmos, solo las encubre. Por eso, creer en Jesús es punki, porque subvierte el sistema. Jesús —a pesar de ser Dios— no se presenta como amo, sino como servidor: “El que quiera ser grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:26). Jesús viene a servir, no a ser servido, y dice que “los últimos serán los primeros”. Esto es radical, contracultural, disruptivo. No construye tu vida colocándote a ti en el lugar de Dios, sino que pone al Señor como rey y a ti mismo como servidor. ¿Hay algo más contracultural que esto? ¿Hay algo más loco? ¿Más radical y disruptivo?
A pesar de que las grandes encuestas muestran que muchos jóvenes formalmente no se identifican con ninguna religión, sí que hay signos de que una parte significativa se interesa por la fe y la Biblia, y de que la aproximación a Jesús no es superficial, sino profunda —una búsqueda de verdad en un mundo confuso y saturado de opciones y mensajes contradictorios. En estudios recientes, millennials y Gen Z han aumentado el compromiso personal con Jesús y el compromiso con la lectura del Evangelio, y en algunos lugares, jóvenes de veinte años asisten a servicios religiosos más a menudo que hace unos años.
Cuando habíamos asumido que Dios estaba arrinconado, el efecto del consumismo egoísta lo ha vuelto a poner en primera página gracias a una generación en busca de sentido y firmeza moral. Creer en Cristo hoy no es volver a rituales antiguos: es rebeldía, profundidad y autenticidad. Es punki.
*Oriol Jara es escritor y director de televisión