Desde el inicio de curso de los niños, se han paseado por nuestros medios "especialistas" de asociaciones diversas para hablar de educación. Hace tiempo que, por voz de maestros, de padres, o de cualquiera que tenga vínculos con el mundo de la educación de este país, detrás de los cargos políticos que entienden la educación como un simple análisis de datos, transcurre el runrún de que en los centros catalanes hay una más que evidente falta de respeto generalizada a la autoridad. Me refiero a la educación pública, evidentemente, que es la que pagamos entre todos. Hace no muchos días, se viralizó la intervención en "La Selva" —el programa de Grasset— de la presidenta de la Associació de Mestres Rosa Sensat: "me hace estremecer la palabra disciplina asociada a las aulas y a los militares". Esta demonización reduccionista e infantilizadora es propia de alguien que no ha pisado nunca un aula. O de alguien que no está en contacto con quienes tienen a un grupo de alumnos a su cargo. O de alguien a quien, sencillamente, todo eso le importa un comino, porque el escaparate de ideas le parece más importante que la calidad real de la educación del país.

La disciplina es un elemento fundamental para el aprendizaje porque pone al alumno en posición de asimilar lo que le servirá para seguir adquiriendo conocimiento. Y lo hace en detrimento de los deseos del alumno que, por comodidad, siempre —o casi siempre— escogería poner la cabeza en aquello que no le supusiera ningún esfuerzo. La disciplina, pues, es lo que le permite sobreponerse a su pereza, o a su desconocimiento, o a su inconsciencia, y ponerse en manos de quien, por edad, por estudios y por experiencia, sabe más. Es atisbar que existen bienes mayores que los deseos primarios de uno mismo. La disciplina empuja a hacer el esfuerzo de pasar por encima de la incomodidad incipiente: para poder ir por el mundo, hay una serie de cosas que hay que hacer y que hay que saber, porque existe un mundo más grande que las preferencias iniciales de un niño o un adolescente, y es necesario orden y método para, como mínimo, poder mostrárselo.

Para alfabetizar a alguien debe haber alguien dispuesto a alfabetizar y alguien más o menos dispuesto a alfabetizarse

Pensar que preparar a alguien para que pueda ser un adulto funcional, para que pueda tener un lugar más o menos propio desde un pensar sin ser vilmente manipulado, o para que pueda exprimir todo el jugo que la vida le puede ofrecer, es hacerle un deservicio, en realidad, es consecuencia de una noción de libertad tan plana que queda reducida a la autonomía total, también en aquellos estadios de la vida en los que todavía no existe criterio para tomar decisiones trascendentales. En realidad, todo ello parte de la idea de que el sacrificio siempre es un castigo y nunca un instante de abnegación que puede jugar a favor de quien lo ejerce. Para no tener que pensar en la línea que marca la diferencia, en lo que un niño o un adolescente tiene que soportar para hacerse mayor —en todos los sentidos— y en lo que no, estas tesis antiintelectuales renuncian a cualquier idea de libertad que no sea la autonomía presente del sujeto a disciplinar y, en consecuencia, les hacen menos libres. Y sí, también se les hace menos libres cuando, con disciplina, la transmisión de conocimientos no versa sobre ninguna otra cosa más que el bienestar emocional y los valores que deben o no deben tener.

Tiene que haber un orden de arriba hacia abajo para que el conocimiento pueda ir de arriba hacia abajo. Me parece que solo un majareta entendería esta consigna como una opresión, en vez de entenderla como uno de los fundamentos de la democracia. Y este orden tiene que poder existir sin que eso sea sinónimo de anular al alumno. No lo es. Si no tiene que haber cierto sentido de la disciplina, que exista un "sistema" educativo no tiene ningún sentido, porque para alfabetizar a alguien debe haber alguien dispuesto a alfabetizar y alguien más o menos dispuesto a alfabetizarse. Pero para que eso sea posible, también tiene que haber una relación de respeto e, incluso, de confianza, en el representante del sistema que quiere educar. El problema es que en este país ha habido una serie de pedagogistas organizados que se han dedicado a hacer pasta —con dinerito público— de propagar sus ideas sobre un Departament d'Educació donde nadie de los que podía pararlo tuvo una mirada lo suficientemente largoplacista para hacerlo. O una cabeza lo suficientemente despierta como para detectar que la anarquía absoluta en la educación pública rema a favor de la educación privada, en la que, la mayor parte de las veces, la disciplina no es cuestionada. Ahora tenemos una malla de profesores desprotegida cuando tienen que ejercer autoridad, porque la cúpula ideológica del sistema del que forman parte la desprecia. Tenemos un marco de evaluación que, impregnado por estas tesis, se adapta para no dejar en evidencia los nefastos resultados académicos de los alumnos catalanes. Y tenemos algunas familias a las que, desengañémonos, dejar a los hijos en manos de un sistema educativo que se encargará de no buscarles muchos problemas, ya les está bien. A todos los que nos parece un despropósito mayúsculo, supongo que nadie nos preguntará gran cosa.