Sin duda es éste un extraño mes de julio. No tenemos pacto concreto de gobierno a la vista en la política española, mientras el panorama mundial nos distrae dramáticamente con ISIS (algunos dicen que era lo que nos hacía falta para despertar del sueño de niños malcriados en el Estado del bienestar). Lo único que hasta la fecha ha sucedido se veía venir, y es que hacer de la necesidad virtud pasaba en el PP por conquistar a Ciudadanos, y en este último, igual que en el partido que se dijo Convergència, reconocer que a lo sumo pueden buscar sillas en la Mesa del Congreso (en el primero) o grupo parlamentario (en el segundo), si quieren tener algún papel en la frágil representación que será la decimosegunda legislatura de la Cortes.

Sólo dos escenarios posibles, a cual más mortífero para casi todo el mundo, se vislumbran en el horizonte: o el partido ceñido a Rivera dice sí al PP (incluido Rajoy) para que el PSOE acepte abstenerse, o nos vamos por toda la orilla arremangados hacia la tercera convocatoria electoral. El PP ya sabe a estas alturas que ha sido el único partido que no sufre desgaste y, patéticamente debe reconocerlo el resto, resignadamente hemos de reconocerlo los espectadores, gracias precisamente a no haber pestañeado el candidato más viejo, el menos sexy, el más previsible, pero que no tropezó. La corrupción, reconozcámoslo ya, nos importa un bledo.

El mes de julio se acaba y los protagonistas de la obra van cambiando de estatus. Se desdibuja Sánchez en el reconocimiento de que, haga lo que haga, se le da por amortizado dentro y fuera de su partido, y con él peligra que desfilen quienes lo apoyaron, porque es justo que así sea, porque sólo los mejores Fouché pueden salvarse de tal lance. Y en su difuminación como el líder que nunca llegó a ser, se recortan otros personajes alternativos en servicio de la que amagó con dar y no dio, esa que, por tanto, difícilmente podrá emular al andaluz que copó durante años la presidencia del Gobierno.

Se desdibuja Iglesias, entre el error de proponer a Xavier Domènech como presidente del Congreso

Se desdibuja también Iglesias, entre el error de proponer a Xavier Domènech como presidente del Congreso, porque con ello ha alejado así (por un rato) la complicidad de ERC y ha complicado eso que tanto preconizó, la unidad de la izquierda modo de revisitado Frente Popular, por la indisposición que el tema catalán genera en el PSOE de la actualidad. Un PSOE que mira al tercer actor desdibujado, Ciudadanos, porque sabe aquél que en éste, después de la desbandada de populares que han vuelto al PP, quedan algunos convergentes despistados y muchos socialistas que todavía creen que Zapatero apadrina tripartitos con partidos independentistas. Pero no, la oportunidad de Ciudadanos de ser un partido reformista se difumina también al tiempo que los dos grandes partidos estatales se afirman y luchan por ser el más “español, español, español…” mal jugados los tiempos, o mejor dicho, extralimitada la baza de ser (considerado) un partido anticatalán.

Y así las cosas en esos tres, el partido de Rajoy pospondrá cortarle la cabeza a su líder actual, entre otras razones porque si alguien esperaba que perdiera votos, o escaños o porcentaje en el total de participación, ha visto sus ambiciones puestas en barbecho para mejor momento. No será posible comprobar si con otro candidato habría obtenido el PP mejores resultados; personalmente creo que habría sido una diferencia mínima, que no justifica en nada ahora el relevo que han pedido Rivera y Sánchez. Creo, sin embargo, que sí puede servir esta mayor fortaleza en la posición de Rajoy para poner en marcha un proceso de complicidad con el PSOE (no con Sánchez) que permita a la vez tres cosas: llevar a cabo ciertas reformas que el país necesita con urgencia (una reforma de la administración de justicia, un pacto educativo a veinte años y uno energético a cincuenta), ayudar a la reconstrucción del PSOE para, y es la tercera, reconstruir a su vez el bipartidismo.

Porque ahora ya es mayoría la gente que ha percibido que, bien gestionado, el bipartidismo era mejor que la situación actual. Entre otras cosas reconduciría la izquierda no socialdemócrata a un papel minoritario, pero necesario, de mosca cojonera, que pueda instigar al PSOE a ser una izquierda de verdad y no una impostura vestida de bermellón por ser color corporativo de un banco, más que por la rosa de su emblema.

Resulta paradójico que para que Puigdemont le diga a Mas que ahora manda él haya hecho falta esta operación del PDC

Mientras tanto en el más concreto espacio catalán esas cuestiones tienen su efecto, siquiera sea porque el partido fuerte en el Congreso aquí no lo es; siquiera sea porque el partido ganador aquí ha sido en las elecciones generales perdedor (expectativa, en votos, en todo, menos en la importancia que ahora tiene esa izquierda socialdemócrata a la que antes me refería); siquiera porque en el fondo aquí, por esas razones, y por otras, todo el mundo ha perdido. De hecho, el síntoma mayor es la nueva hornada de personas que se han ofrecido a liderar el partido provisionalmente llamado Demòcrata, y que han ganado, la mayor parte (quizás excepción hecha de Albert Batet) personalidades de poco fuste o sencillamente ajenas a los tejemanejes de la acción política hasta anteayer. Resulta paradójico que para que Puigdemont le diga a Mas que ahora manda él haya hecho falta esta operación, pero lo más interesante es ver cómo se han retirado de la primera línea personas hace nada con futuro prometedor como Conesa o Vila, disputando una simpleza que no quema como es el consell nacional, o cómo han decidido apartarse al cuarto de hora de proponerse, personas simbólicas de otros rumbos dentro de la formación como es Germà Gordó.

El provisionalmente PDC (dudo que Interior deje de usar la baza de que induce a confusión el nombre para desbaratarlo) ha decidido ser un partido republicano independentista, del que en algún lugar del programa se mienta un socioliberalismo que ha defendido también Junqueras. No sabemos, pues, cómo va a distinguirse del pasado convergente si no es pareciéndose en demasía a la ERC que las CUP han centrado desde la izquierda. No hay además con ello margen para que Homs pueda usar el grupo parlamentario que le será concedido, para negociar al modo en que en su día lo hizo eficazmente CiU. Y tampoco hay demasiado margen para construir, con esos mimbres de partida, el espacio liberal conservador que Catalunya está reclamando como agua de mayo para ser una alternativa admirada y necesariamente tenida en consideración (por su volumen y por sus propuestas) por España y por el gobierno de España.

Si las CUP son la extrema izquierda y ERC es la izquierda, el PDC debería ser lo otro, pero si su interlocutor sólo puede ser el independentismo y además le da vergüenza ser derecha; si Ciudadanos no puede ser la derecha catalanista y el PSC no es izquierda, ¿quién saca del atolladero una Catalunya que por ahora sigue siendo mayoritariamente clase media con aspiración a que se respete su singularidad? En julio ya está claro que todo esto no lo vamos a resolver. Esperaremos al final del verano.