Nada como azuzar el debate catalán para que Albert Rivera recupere el espacio que perdió tras la moción de censura que impulsó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno. El líder de Ciudadanos se marchó de vacaciones pidiendo un nuevo 155, y a su regreso no ha tenido mejor ocurrencia que ponerse, mano a mano con Inés Arrimadas, a retirar los lazos amarillos con los que el independentismo reclama la puesta en libertad de los políticos presos. Y esto, claro, tras acusar de inacción al Ejecutivo ante esta guerra de símbolos, como ya ha hecho también el PP, erigiéndose al mismo tiempo en el único partido que defiende la libertad frente a quienes quieren “imponer sus ideas a la fuerza”.

Ni una palabra dijo cuando los nudos aparecieron colgados en espacios públicos, ni de lo que hizo o dejó de hacer al respecto la Fiscalía o el Gobierno de Mariano Rajoy, ni tampoco de la responsabilidad de los ayuntamientos por no aplicar sus respectivas ordenanzas ante el uso partidista de los espacios públicos, que en definitiva es donde está el origen y a la vez la solución al problema.

Si ya en julio el TSJC avaló la retirada de la estelada que el Ayuntamiento de Sant Cugat instaló en una plaza, el sentido común y la jurisprudencia dicen que lo que no puede hacer una administración —sea local, regional o estatal— tampoco debe hacerlo un ciudadano particular, porque de igual forma está apropiándose de un espacio público de uso común.

Pero más allá de motivaciones políticas, tras la guerra de lazos parecen asomar las ganas de confrontar, tanto del independentismo como de las derechas, porque si quienes colocan cruces y lazos en plazas y calles buscan mantener la tensión, Rivera y Pablo Casado no persiguen nada distinto cuando reclaman a Pedro Sánchez que envíe a la Guardia Civil a retirar lazos y aplique otro 155 por una guerra de banderas.

Tras la guerra de lazos parecen asomar las ganas de confrontar

Si este asunto, cuya solución inmediata podría haberse encontrado en las ordenanzas municipales, es utilizado políticamente en el modo que lo ha hecho el líder de Ciudadanos, mejor no pensar hasta dónde está dispuesto a llegar en la estrategia de Ciudadanos este otoño, y más teniendo en cuenta que el independentismo anuncia alto voltaje y promete nuevos episodios de tensión política, también entre la Generalitat y el Gobierno de Sánchez, a quienes ya se les ha roto el amor sin apenas haber empezado a probarlo. El duro cruce de cartas entre el ministro del Interior y su homólogo catalán sobre la competencia en seguridad y la defensa del juez Llarena han sido sólo el principio de lo que está por llegar antes del juicio a los líderes del procés.

En todo caso, si una democracia no puede tolerar que una parte de la sociedad invada con consignas políticas calles y plazas que son de todos, tampoco debería callar ante partidos que azuzan el debate en busca de votos, en busca de un espacio perdido en la agenda mediática. Lo que hay en Cataluña, quizá, no sea sólo una fractura social ni un problema de convivencia, sino una irresponsabilidad política mayúscula de un líder como Rivera, que se barrunta que sin Cataluña podría no ser nada en el resto de España. Una superproducción, por cierto, que ya protagonizó el PP en otros tiempos, y que no consiguió más que engordar el independentismo.