De pronto un día nos olvidamos de las cosas, contamos dos veces la misma historia, no podemos recordar el nombre de una calle, el autor de aquél libro, nuestra canción favorita… Y entonces pensamos ¡es la edad! para engañarnos a nosotros mismos. Miramos para otro lado como si nada sucediera y minimizamos los síntomas para no convertir la falta de memoria en una condena.

La reacción es muy humana: el refugio del olvido voluntario. Todo para no mostrarnos vulnerables y no tener que afrontar las consecuencias. Está en la sociedad y está en los partidos. Deténganse por un momento en el PSOE y observen cómo ha decidido mirar para otro lado estos días ante un acuerdo de gobierno que los socialistas vascos han cerrado a espaldas de la dirección interina de Ferraz y que constituye todo un desafío para el futuro de la socialdemocracia.

Por lo mismo que ha hecho el PSE, al PSC le montaron la sacrosanta Declaración de Granada

El olvido es una opción pero no la mejor forma con la que digerir que la coalición PSE-PNV haya decidido abrir un debate sobre el “derecho a decidir” de la “nación” vasca en el marco de una nueva reforma del Estatuto de Guernika. Por lo mismo, al PSC le montaron la sacrosanta Declaración de Granada, y a Pedro Sánchez, una resolución política que le ató de pies y manos para que fracasara su intento decidido de llegar a La Moncloa apoyado por los independentistas.

Vale que para la estabilidad de España y la de Euskadi es mejor un gobierno del PNV con el PSE que con Podemos y con Bildu. Vale que el nacionalismo vasco no es el catalán. Vale que la experiencia marca la senda del acuerdo y la legalidad a Catalunya. Vale que el texto acordado sólo abre un debate en el que las partes se reservan la defensa de sus posiciones en una ponencia. Vale que la gestora socialista no quiera abrir nuevos frentes con las federaciones que le son hostiles. Vale que se pasen por alto los estatutos del partido que establecen como competencia del Comité Federal la aprobación de los pactos de gobierno. Vale que el PSE aproveche el acuerdo como tabla de salvación a su debilidad electoral. Hay muchos vales, pero no el del olvido.

El PSC incluyó en su programa electoral de 2012 el “derecho a decidir a través de un referéndum acordado en el marco de la legalidad”, y hubo que inventarse una reforma federal de la Constitución para que el socialismo catalán abandonara la defensa de “un Estado plurinacional, plurilingüístico y pluricultural” que admitiera que “Catalunya es una nación”.

Pedro Sánchez buscó por tierra mar y aire un acuerdo que le permitiera llegar a La Moncloa, y para que no lo hiciera con el apoyo, activo o pasivo, de los nacionalistas, se aprobó un texto que decía:

“Rechazamos, de manera tajante, cualquier planteamiento que conduzca a romper con nuestro ordenamiento constitucional y amenace así la convivencia lograda por los españoles durante estos últimos 37 años. La autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento sólo traerán mayor fractura a una sociedad ya de por sí dividida. Son innegociables para el PSOE y la renuncia a esos planteamientos es una condición indispensable para que el PSOE inicie un diálogo con el resto de formaciones políticas”.

Repetimos: ni ruptura del ordenamiento constitucional, ni consultas que fracturen, ni diálogo alguno con las formaciones políticas que defiendan estos postulados.

Así que ni hay lugar para el derecho a decidir legal porque no está recogido en la Carta Magna ni hay reconocimiento posible del PSOE a una nación vasca o catalana porque en Granada se acordó que el artículo 2 de la Constitución no se modificaba. Para la gestora del PSOE será difícil salvar la contradicción de bendecir un acuerdo con un partido que defiende el derecho a decidir después de haber hecho abjurar al PSC del mismo y de desautorizar a Sánchez por buscar un acuerdo con los partidos que también lo defendían. Salvo que quiera, claro, mirar para otro lado para minimizar los daños y no tener que afrontar las consecuencias.