Con dos ministros dimitidos ―Huerta y Montón―, dos en el punto de mira ―Delgado y Robles― y una vicepresidenta enfrentada a la mitad del Gobierno y del PSOE, Pedro Sánchez se habrá dado cuenta a estas alturas que su política de recursos humanos no ha dado el resultado esperado.

Una cosa es que la mayoría de los ministros tuviera acreditado reconocimiento en sus respectivos ámbitos profesionales, y otra hacer política y hacerla en las actuales circunstancias (una legislatura ya comenzada, una crisis territorial sin precedentes, 85 diputados y una derecha dispuesta a arrasar con lo que haga falta). De los segundos niveles, mejor ni hablamos porque, con el reciente fichaje del pintoresco alcalde de Jun para el departamento de análisis estratégicos de La Moncloa queda dicho casi todo.

Así que por mucho que el CIS susurre al oído del presidente que el Gobierno va como un tiro, que el propio Sánchez es el mas valorado entre los líderes políticos y que sería el más votado en unas elecciones, salta a la vista que cada día que pasa el horizonte de este gabinete ennegrece.

Ya no es que los ministros vayan cayendo como chinches o que la vicepresidenta Calvo corra por los pasillos o suspenda in extremis su asistencia a actos agendados para no tener que dar la cara ante la última ocurrencia o el penúltimo escándalo, es que el PP ha salido del poder convencido de que éste le pertenece por derecho, que se lo han arrebatado de forma ilegítima y que no dará el más mínimo respiro hasta recuperarlo.

Sin cuentas públicas, sin capacidad legislativa, con una zapatiesta colosal entre sus ministros y una sucesión de ocurrencias con las que tapar el bloqueo gubernamental, el tiempo juega en contra de Sánchez 

El “caso Delgado” y las grabaciones del capo de las cloacas del Estado que alimentaron y protegieron todos los gobiernos habrá pillado por sorpresa en La Moncloa, pero en el PP sabían con unos días de antelación el dónde y el quién iba a detonar la bomba que llevaba adosada la titular de Justicia.

Dos días después el incendio no ha sido sofocado y nada indica que vaya a serlo porque cada vez que la ministra ha dado una explicación, o ha mentido o ha empeorado la versión anterior. La derecha no soltará la presa, aún sabiendo que entre sus filas pueda haber también algún damnificado por las grabaciones del excomisario de Policía.

Y esto después de que PP y Cs hayan vuelto a cegar la vía parlamentaria para que Sánchez pueda aprobar unos nuevos Presupuestos, lo que impedirá al presidente desplegar el catálogo electoral de medidas sociales con el que pensaba concurrir como pronto en 2019 a las urnas.

Sin cuentas públicas, sin capacidad legislativa, con una zapatiesta colosal entre sus ministros y una sucesión de ocurrencias con las que tapar el bloqueo gubernamental, el tiempo juega en contra de un Sánchez volcado en la política, pero consciente de que las elecciones no se ganan ni en Europa ni en los EE.UU.

Su empeño en no disolver parece una misión imposible que cada minuto que pasa le resta más que le suma, diga lo que diga el CIS a quien, por cierto, ha decidido meter de lleno en la refriega política para ahorrar al PSOE el coste de tener que hacer encuestas propias y para que le informe mes a mes de cómo evoluciona la intención de voto y la valoración de los líderes.

Sin presupuestos no hay gobierno posible, como bien le dijo él a Rajoy hace meses.