Uno entra en la madurez cuando a medida que pasa el tiempo tiene la certeza de saber cada vez menos de todo. Sólo en la adolescencia, como síntoma pasajero de la inexperiencia y la inconsciencia, se creen tener todas las respuestas. Por eso dejó escrito Bertrand A. Russell que el problema del mundo era que los ignorantes están completamente seguros de todo y los sabios, llenos de dudas.

Pues al conseller de Empresa i Coneixement de la Generalitat, Jordi Baiget, le acaban de cesar por sabio. El hombre tenía dudas sobre el referéndum del 1 de octubre y por decirlo le han destituido de modo fulminante, de lo que se colige que Carles Puigdemont es un ignorante, de acuerdo a la doctrina del escritor y filósofo británico, o está en plena adolescencia.

El caso es que la decisión ha hecho correr ríos de tinta y no pocas reacciones incluso en el bloque secesionista porque hasta en el PDeCAT, Francesc Homs y Joana Ortega han mostrado en público su descontento con la actuación del Molt Honorable, hasta el punto de que el primero ha declarado estar “hasta los huevos”. No ha podido ser más explícito.

Que alguien no pueda opinar libremente en el seno del Govern dice mucho de su president, pero más aún de la falta de consenso, no ya en la sociedad catalana, sino en el independentismo para proclamar de forma unilateral la República catalana. Ya no es España, sino la propia Catalunya y sus gobernantes quienes tienen un grave problema para salir de su propio laberinto.

Hasta los huevos están los españoles de que el gobierno de Rajoy y el de la Generalitat sean incapaces de hablar, sentarse a negociar y encontrar un punto de encuentro

Hasta los huevos está Homs y muchos catalanes, independentistas o no, del viaje a ninguna parte que les propone Puigdemont. Hasta los huevos está la izquierda de que la derecha no salga de su inmovilismo. Y hasta los huevos están los españoles de que el gobierno de Rajoy y el de la Generalitat sean incapaces de hablar, sentarse a negociar y encontrar un punto de encuentro.

La desconexión fue antes emocional que política. Hace mucho que una parte de España desenchufó de los problemas de Catalunya –no hace falta más que mirar cómo y desde cuándo caen en picado las audiencias de todas las televisiones cuando en las tertulias se habla del asunto–. Y hace mucho también que una parte de Catalunya desconectó de un Madrid representado por la derecha y del que sólo recibía portazos, llamadas al boicot de sus productos y sentencias judiciales.

Así que todos llegamos al verano un poco hasta los huevos de quienes nos representan. Los catalanes porque quieren soluciones a sus problemas reales y no a falsas quimeras. Y el resto de españoles, por lo mismo y además porque no soportan cómo el PP aguarda impasible que llegue el temido choque de trenes y que éste le reporte un puñado de votos más allá de Catalunya.  Sí, hasta los huevos, señores. Así que siéntense, ¡coño!, dialoguen y encuentren una salida para que podamos vivir juntos otros 40 años. Todo lo demás es una locura que sabemos cómo y por qué empezó, pero no cómo puede acabar. Y en ningún caso, desde luego, puede ser como insinuó la ministra de Defensa: con el ejército desfilando por las Ramblas.