Cuenta un exministro popular que cuando dejó la responsabilidad de gobierno no se enteró de lo que ello suponía hasta el día que salió de su domicilio, abrió la puerta del coche y se sentó en los asientos traseros. Tras comprobar que el vehículo no se movía, de repente, pensó: “¡Ah coño!, si no me siento delante, esto no arranca”.

A Mariano Rajoy no le pasará eso nunca. Como ex jefe de gobierno, el Estado le proporciona un sueldo vitalicio —ya sea en forma de pensión o de retribución por un puesto en el Consejo de Estado—, coche oficial, escoltas, chóferes y otro tipo de privilegios.

Pero mucho más importante que el estatus que mantenga el expresidente es para el PP el futuro inmediato de todos sus cargos. Con Rajoy sin decidir aún qué hará de su vida, la batalla por la sucesión está abierta y recorre todas las conversaciones de veteranos y cachorros. Todos siguen en estado de shock por lo vivido en la última semana. Y es que la digestión de haber sido expulsado del poder en apenas dos días no es cuestión de horas, sino de meses o quizá de años por mucho que los “sorayos” se deshagan ahora en comentarios amables y atenciones que nunca tuvieron mientras controlaron el CNI, la televisión pública y hasta la composición de algunos consejos de administración más allá del sector público.

Quien más y quien menos hace sus predicciones, pero nadie sabe nada porque Rajoy no es hombre de compartir confidencias ni en las sobremesas de ocho horas ni cuando llega a casa, ahora en el acomodado barrio de Aravaca. Así que, a la espera de saber si sigue o se cierra el ciclo “mariano”, se escruta cada movimiento, cada gesto, cada palabra… Así será hasta que llegue el comité ejecutivo nacional convocado para el martes, en el que Rajoy tendrá que decidir si se queda o se marcha del todo.

Por el momento, los ecos que llegan apuntan a que el presidente del PP pretende controlar el proceso, hacer una salida ordenada e influir en el relevo con la convocatoria de un congreso extraordinario que elija al sucesor. Esto será si le dejan y en un par de días no sale a la palestra alguien que le exija que se aparte antes de que le aparten de Génova. Con Bárcenas de nuevo en la cárcel y Lapuerta donde Dios le tenga, este fin de semana Rajoy medita sobre si atrincherarse en Génova o retirarse en Sanxenxo.

Y cuentan que los más interesados en el primer escenario son los partidarios de una sucesión ordenada, con fecha y con un candidato al relevo predeterminado. Así piensan quienes más cerca están de Dolores de Cospedal que, a diferencia de Soraya, ha vuelto a ser quien más cerca ha estado del expresidente en las últimas y más críticas horas de su salida de la Moncloa. Fue la exministra de Defensa quien le consoló en sus ocho horas de sobremesa el día de la moción de censura y fue también ella quien salió en comparecencia pública a exigir que cesaran los rumores sobre su dimisión como presidente del Gobierno, porque no iba a suceder en ningún caso.

En el PP atribuyen a los “sorayos” cuando no a ella misma el empeño en que Rajoy se fuera antes de que lo echaran de la Moncloa. El gesto del bolso en el escaño del presidente mientras se debatía la moción no podía ser más premonitorio de lo que tramaba la ya exvicetodo. “Tú te vas y yo controlo todo”. Cuentan que los gritos entre Saénz de Santamaría y el equipo de Rajoy que se escucharon en la zona de gobierno del Congreso fueron exactamente por eso, por el empeño de Santamaría por hacer de la censura una oportunidad política para su triste carrera de opositora venida a más desde que Rajoy se fijó en ella.

Aun despojada ya del boato que le proporcionaron el BOE y el despacho de la Moncloa, sigue postulándose para ser ella quien tome ahora las riendas del partido sin reparar que en el PP nunca tuvo aceptación ni predicamento y que barones y cargos intermedios no le auguran más futuro que subirse al coche y soltar eso de “Ah coño, esto no arranca”. Y no lo dicen solo por su ausencia de raíces en el partido, sino por ser además la responsable de haber fracasado en la solución del conflicto catalán por afrontar el desafío “como si fuera un problema menos de la cuenca hidrográfica del Ebro”. El entrecomillado es de uno de sus compañeros, que no amigo, de la mesa del Consejo de Gobierno.