La ambición. El ejercicio absoluto del poder. El mando a costa de todo tipo de transgresión, incluido el asesinato de los adversarios. Tan clásico y tan actual. Está en Macbeth y está en nuestra política. Pedro Sánchez contra Susana Díaz; Pablo Iglesias contra Iñigo Errejón y Soraya Sáenz de Santamaría contra quien se ponga por delante de su pretensión desmedida. Da igual que se llame Cospedal, Casado, Maroto, Levy, Feijoo, Alonso o Soria… Y si en el camino se cruza el último plumilla del último digital que se eche a temblar.

La pugna por el liderazgo no es sólo cosa de socialistas o podemitas, si bien lo de ellos ha dado para ríos de tinta y lo de otros para algún que otro renglón escondido. Es lo que tiene el mando, que en este caso va acompañado del BOE, de los Presupuestos Generales del Estado, del CNI y del reparto publicitario… Todo sirve para silenciar hasta que todo estalla. Y en el PP ya ha estallado. La caída de José Manuel Soria ha puesto al descubierto una lucha por el poder popular en la que la vicepresidenta del Gobierno quiere el camino libre de obstáculos.

Quienes precipitaron la salida de Soria -obligada por otra parte- sabían bien dónde apuntaban: Sobre la cabeza de Mariano Rajoy

Con o sin sociedades offshore en Panamá, dicen en Génova que el ya exministro de Industria siempre fue un enemigo a batir y que sus contrarios han tirado de dossiers para quitárselo de en medio. No tanto porque su nombre asomará alguna vez a las quinielas de la sucesión, sino por su cercanía al presidente del Gobierno. Quienes precipitaron su salida -obligada por otra parte- sabían bien dónde apuntaban: sobre la cabeza de Mariano Rajoy.

Alguna vez se ha escuchado en público al presidente en funciones destacar entre sus errores, de los últimos cuatro años, “no haber sido más simpático”, pero nunca el haberse rodeado de una pléyade de desleales que trabajan para su proyección personal como ha sido el caso de su número dos en el Gobierno. “Que no lo diga no quiere decir que no lo piense”, apunta uno de los jóvenes vicesecretarios a los que Santamaría ningunea desde su atalaya de la Moncloa.

Rajoy aguarda plácido el momento para la caída de Soraya, que llegará como antes cayeron otras torres que acumularon idéntico poder y parecidas ambiciones

Desde que estallara el caso Bárcenas, Rajoy es consciente de quién dio la cara para que se la partieran junto a la suya propia y quién se enfundó en el traje institucional como si nunca hubiera lucido la gaviota en la solapa. Cuentan en los mentideros del PP que desde entonces la mirada del presidente sobre su número dos, que un día muñe complicidades para su promoción personal con grupos mediáticos y otro con las empresas del Ibex, dejó de ser la misma. Y que mientras ella, como Macbeth, dice: “Adelante, engañemos a todos fingiendo la inocencia y que esconda el rostro hipócrita lo que conoce el falso corazón”, Rajoy aguarda plácido el momento para su caída, que llegará como antes cayeron otras torres que acumularon idéntico poder y parecidas ambiciones.

Recuérdese lo que fue y lo que es hoy Esperanza Aguirre o, por citar un ejemplo del otro bando, el poder que acumuló en el último gobierno socialista Teresa Fernández de la Vega hasta que Zapatero se lo arrebató de la noche a la mañana.

De momento, y a pesar de su zapatiesta del jueves pasado para no afrontar sola la rueda de prensa posterior al cese de Soria, perdió la batalla para asumir ella las funciones del ministerio de Industria, que Rajoy traspasó finalmente a Luis de Guindos. Pues eso. Que igual Soraya ya no es tanta Soraya ni sus tentáculos alcanzan donde alcanzaban.