El escándalo del CatalanGate ha tenido esta semana, en especial, el miércoles en la sesión de control y el jueves con la convalidación del decreto anticrisis derivado de la guerra de Ucrania, dos puntos culminantes, seguramente un prólogo ―ni siquiera el primer capítulo― de una larga o corta, pero intensa, obra que para algunos acabará en tragedia, es decir, con la pérdida de poder.

Una vez hecho público el CatalanGate hace unos 12 días, los acontecimientos, a la velocidad de la luz, han superado ampliamente al PSOE y han dejado descolocado al PP. A los de Génova, con un silencio vergonzante, pero con la cobertura del griterío concertado de los medios de extremo centro, le ha venido grande la crisis y el casadismo continúa tan sólido e inmóvil como nos tiene acostumbrados los últimos tres años.

¿Qué ha pasado? Pues que quien ha tenido la sartén por el mango la ha utilizado y se ha hecho un hartón. Quien tenía ―y tiene― la sartén por el mango es el 30% largo del Congreso que es independentista-filoindependentista-izquierda del PSOE y alguno más que ya tenía ganas de ajustar cuentas.

Por una parte, no sólo el Gobierno no ha sabido reaccionar a la crisis de las escuchas ―que, reitero, no ha hecho más que empezar―, sino que, por vía de su ministra de Defensa y jefa del CNI, ha reconocido que hay que espiar a los independentistas. Sea pérdida de nervios o explosión controlada, lo cierto es que el Gobierno se ha quedado con las vergüenzas al aire. Esta foto se quedará para siempre. Ya veremos lo solidario que es el Gobierno, si lo era antes, si lo es ahora y lo será en el futuro. Como cada día se escribe una hoja de este drama democrático con tono, como todas estas revelaciones, de sainete, no tardaremos en saber qué se cuece en el seno de la Moncloa entre sus habitantes.

Como a simple vista el Gobierno estaba perdiendo comba, el 30% largo del Congreso ha jugado la pelota. Como siempre, y lejos el sueño húmedo de las mayorías absolutas, Sánchez carece de mayoría y a cada votación parlamentaria decisiva tiene que reconstituir la de la investidura. Ya tuvo un serio aviso de que eso no sería gratis total con la votación de la contrarreforma de la reforma laboral. Suerte de la chapucería del diputado popular ―y encartado penalmente― Casero que, dice, se equivocó al votar y la ley salió adelante con solo con un voto más, el suyo. [Por cierto, ¿dónde están los resultados de los recursos/quejas/querellas que interpuso el PP reclamando contra un error propio que hace presentar como una cacicada?].

No sólo el Gobierno no ha sabido reaccionar a la crisis de las escuchas, sino que, por vía de su ministra de Defensa y jefa del CNI, ha reconocido que hay que espiar a los independentistas

Ahora el objetivo, si el Gobierno no estaba de acuerdo con un pacto realmente depurador del espionaje político ―con graves afectaciones al derecho de defensa, ¡derecho que no se restringe nunca!―, era presionarlo y demostrar que los pactos, aunque parezca mentira, están para ser cumplidos y, si lo son escrupulosamente, todavía mejor. Sin embargo, al mismo tiempo, había que rectificar el tiro ―¡y más estando por el medio Defensa!― y no perjudicar a las propias bases, dado que el decreto-ley que se tenía que convalidar el jueves contenía importantes medidas de aligeramiento de un pesado panorama social: precio de combustibles, limitación del precio de alquileres [por cierto, a quien habla tanto y tan mal del derecho fundamental de la propiedad le vendría muy bien repasar la ubicación constitucional de este derecho], medidas de aseguramiento, liberalización parcial y financiación energética... 

La cuestión, de primero de florentinismo ―lo cual es mucho decir de una política tan chapucera y embarrada como lo es la española, donde una piedra pómez es más suave―, era matar dos pájaros de un tiro. Es decir, hacer sufrir de lo lindo al Gobierno por haber seguido con la política pepera de espionaje como si no hubiera un mañana, pero, simultáneamente, sin lesionar el alivio de un sufrimiento social que empezar a ser crónico. Pues, mano de santo. El 30% largo del Congreso de Diputados en aparente fragmentación, vía Bildu, da al Gobierno los votos finales que le hacían falta. Y ERC vota cerradamente no a la convalidación del referido decreto.

A Bildu no le ha costado mucho el cambio de actitud, pues ha vuelto a su posición inicial, la mantenida de apoyo hasta el fin de semana pasado. ERC no podrá ser tildada por los hiperventilados de guardia de seguidista y genuflexa hacia el PSOE. Ahora son otros, los puros de toda pureza, los que no quieren ni oír hablar de romper pactos con la sucursal catalana del PSOE.

El PSOE, como se demostró ayer viernes ―y seguirá así―, será objeto de todos los calificativos más aberrantes: el más bonito, que pacta con ETA, así, sin ambages, como alguna lideresa local ya ha proclamando. Pero hace toda la pinta de que el PSOE, la infamia de ser tildado de títere de ETA, ya lo tiene asumido, lo da por supuesto. Lo que ha sido una ficha nueva es el segundo estropicio de la mayoría de la investidura.

No vale amenazar por parte de PSOE a la sociedad democrática con que, si él pierde, vendrán cosas peores. Lo que tiene que hacer es trabajar para que eso no pase, trabajar de lo lindo y sinceramente. Si el PSOE, que es el primero interesado en que no vuelvan PP & friends, no quiere que vuelvan, lo tiene fácil: negociar, se dice en democracia. Lisa y llanamente.