Creo que toda la polémica declarada en los medios por el resultado de las elecciones en Ripoll nos plantea la oportunidad, y la obligación, de reflexionar sobre temas que son clave para este país y que no podemos descuidar de ningún modo. Hasta ahora, toda la controversia ha venido en forma de un o un no a lo que representa la señora Sílvia Orriols y Aliança Catalana, no sin un cierto fariseísmo muy característico del momento que vivimos. Creo que mucho más productivo que la caza de brujas que se está llevando a cabo sería que entre todos planteáramos un análisis en profundidad sobre qué ha pasado en Ripoll. Yo no puedo pretender tener más que una visión parcial, pero con todo el respeto por la gente de Ripoll, creo que la actual polémica ha hecho aflorar cuestiones candentes, que dudo que la gestión de los actuales partidos hegemónicos sabrá comprender ni solucionar, visto el simplismo partidista que los caracteriza.

Una primera cosa que hay que rebatir es este tipo de lectura subterránea que impera en el sentido de que en Ripoll hayan podido aflorar 1.400 votos de "fanáticos racistas de extrema derecha". A ver. Ripoll es una población muy digna, de donde, nos guste o no, surgió un grupo radicalizado que cometió 16 asesinatos de gente inocente el año 2017. Más allá de la simplista lectura que lamenta un supuesto afloramiento de impulsos fascistas en los nuevos votantes ripollenses, ¿no sería más que justificado suponer que mucha gente pidiera soluciones drásticas —las que fueran— para determinados pozos negros asociados con la manera en que se ha gestionado este asunto? Y no estoy pensando en nada racista, evidentemente, todo lo contrario, sino en una demanda de soluciones ante la inmensa inoperancia de los partidos clásicos en este frente (y tantos más).

En lugar de reñir a Orriols, los otros partidos tendrían que preguntarse qué parte de culpa ha podido tener su inoperancia en el afloramiento de este voto

Yo soy de los que piensa que la conducta de nuestra clase política, a raíz de los devastadores atentados del 17 de agosto de 2017, ha sido de todo menos comprensible. Y teniendo en cuenta que en Ripoll es muy probable que acabe formando parte del nuevo equipo de gobierno un partido —el PSC-PSOE— que repetidamente se ha negado en las Cortes de Madrid a permitir la creación de una comisión de investigación parlamentaria sobre el 17-A, ¿qué puede inducir a los vecinos de Ripoll a pensar que no se pueda reproducir un caso parecido? ¿No es gravísima esta falta de transparencia ante un caso donde, además, hay muchos indicios de la existencia de una escandalosa complicidad Estado-yihadismo, tal como ha admitido Villarejo y sugerido el propio exministro García-Margallo? Es más, hay que preguntarse en qué país democrático no habría hecho caer el gobierno un caso tan grave. Pero en España no. Y puestos a comparar, ¿qué es peor, la supuesta inclinación de una parte de los votantes de Aliança Catalana hacia las ideas de extrema derecha o la muy real voluntad de la clase política autonomista de apoyar a Felipe VI y a los gobiernos de Madrid en la ocultación sistemática de un más que probable crimen de estado? Además, no es el PSC el único punto oscuro en esta trama (del PP y Vox, ya ni hablamos). ¿Por qué, quién puede explicar la extraña inhibición de la señora Colau con la política conmemorativa del 17-A, la falta de un acompañamiento como Dios manda a las víctimas internacionales y el rechazo a instalar un monumento en la Rambla? Parece que todo el espectro autonomista catalán se haya conjurado para hacer olvidar el significado de aquellos trágicos hechos con el buenismo colaboracionista que lo caracteriza, indispuesto, como se muestra siempre, a hacer enfadar a un rey que, él sí, es un by-product directo de la extrema derecha española a quien —ahora sí— tantas cosas se perdonan.

Creo que a nadie puede extrañar que una parte de los electores de Sílvia Orriols hayan podido participar de esta más que justificada visión. Igualmente, es posible que también hayan podido tener claro que los actuales partidos parlamentarios catalanes simplemente no han estado a la altura de defender con la dignidad requerida lo que se votó el 1 de octubre y la causa de este pueblo. Lo cual no quiere decir que esté nada de acuerdo con Sílvia Orriols en cómo se tiene que proceder en este frente, ni en la cuestión de la integración de inmigrantes. Pero más que criminalizarla —ella tendrá sus cosas buenas y menos buenas, como todo el mundo— lo que tendrían que hacer ciertos partidos es una severa autocrítica que les permita entender por qué ha resultado tan votada. En lugar de reñirla, tendrían que preguntarse qué parte de culpa ha podido tener su inoperancia en el afloramiento de este voto. ¿Qué soluciones ofrecen ellos para resolver algunos de los temas candentes a los que Sílvia Orriols, sin duda, ha apuntado el dedo? No puede ser que todos sus votantes sean estúpidos, ni fascistas, como tantos parecen reclamar. En todo caso, es vital escuchar a Ripoll con todo el respeto del mundo.

Y acabo este breve artículo con unas palabras del admirado Jair Domínguez, con quien coincido plenamente: "A quien parece que no veré en la tele ni en la radio es a la señora de Ripoll. Preocupa mucho su opinión. En algún código deontológico desconocido se dice que no puede hablar. Pues a mí me interesa saber qué dice. Porque para solucionar un problema lo que no puedes hacer es esconderlo" (escrito en Twitter el 14 junio 2023 a las 09.25).