La decisión de ERC de mantener a Ernest Maragall como cabeza de cartel por Barcelona se puede deber a una multitud de factores. Puede ser que nadie viera venir, o no se creyera del todo, la candidatura de Trias, que ha sido como lanzar una piedra en un estanque tranquilo. O quizás en ERC llegaron a la conclusión de que no lo podían relevar, que había una especie de deuda moral con él, después de que hace cuatro años el mercenario Manuel Valls diera la alcaldía a Colau. O, sencillamente, no disponían de nadie claramente mejor para convertirse en alcaldable. Tal vez, que Maragall repita como candidato se debe a una combinación de todo.

Sea como sea, existe la sensación, que los sondeos que hasta ahora conocemos corroboran, que Ernest Maragall tiene pocas posibilidades de repetir la victoria que consiguió en las elecciones municipales de Barcelona. Todo lleva a pensar que su momento ha pasado, ha quedado atrás, y que todo aquello que antes lo hacía un candidato potente ha desaparecido, se ha fundido. Hace cuatro años, los que mandan en ERC lo vieron claro, y por eso forzaron la máquina para que el candidato acabara siendo Ernest Maragall y no Alfred Bosch, aunque este segundo había ganado las primarias. Ahora es como si los elementos que en 2019 se conjuraron para hacerlo ganador, le fueran en contra. Como si nada fuera ya como antes. Se desvanece de momento el sueño republicano de mandar a los dos lados de la plaza de Sant Jaume. En este contexto, el lema "¡Maragall, más que nunca!" no sería más que un reconocimiento voluntarista de lo difíciles que se han vuelto las cosas.

Un factor fundamental en las elecciones del próximo mes de mayo es la figura de Ada Colau. La líder de los comuns ha conseguido, desde 2015 hasta esta parte, generar una notable polarización en la ciudad. Están los que son partidarios de ella, e incluso aquellos que la adoran, pero también hay muchos barceloneses que desconfían o, directamente, no la pueden ni ver. Muchos a quienes no les gusta ni la ideología que exhala la alcaldesa —y sus correligionarios— ni, todavía menos, sus propuestas y actuaciones sobre Barcelona. Para entendernos, a muchos les cae mal ella, pero todavía a muchos más les irrita, por ejemplo, su famoso "urbanismo táctico".

Trias es visto por muchos votantes republicanos de 2019 como el voto útil de cara al 28 de mayo

Esta polarización ha generado una vacante, ha generado un vacío. A Barcelona le hacía falta alguien que interpretara el papel de anti Colau. Y he aquí que el retorno de Xavier Trias encaja, se ajusta como un guante a la necesidad de un personaje que pueda capitalizar el malestar provocado y que encarne una actitud y una forma de ver la ciudad completamente diferente. Podríamos decir, estirando un poco el argumento, que las perspectivas favorables de Trias se deben en buena parte al hecho de que Colau y los comuns, y no otra persona u otro partido, hayan gobernado la capital de Catalunya durante los últimos tiempos.

Eso Xavier Trias lo tenía claro mucho antes de aceptar definitivamente volver a batirse con la alcaldesa. Tenía claro que tenía que plantear la disputa como un duelo a dos. Un duelo entre dos caracteres, dos ideologías y dos Barcelonas opuestas. O ella o yo. Enseguida y de forma muy evidente, Colau aceptó este esquema. Lo hizo, por ejemplo, cuando Trias, en un hábil movimiento, la invitó a comer y cuando declaró que el exalcalde es su rival más importante. Además, Colau sabe que si gana Trias, puede ser igualmente alcaldesa, pero no así si quien gana es Jaume Collboni, por ejemplo.

En este planteamiento no es solo que Ernest Maragall queda fuera de juego, es que se convierte en la víctima principal. Porque, como ya evidencian las mencionadas encuestas, de donde Trias está absorbiendo más votos es de ERC. Trias es visto por muchos votantes republicanos de 2019 como el voto útil de cara al 28 de mayo. Con todo, Trias quiere ir más allá. Sabe que no es suficiente con quitarles a los republicanos una parte del electorado. Es por eso que ha eliminado totalmente de su discurso la cuestión independentista y intenta que no se note mucho que él es candidato de Junts, el mismo partido de Puigdemont o Borràs.

Unas fuerzas parecidas, se me podrá decir, actúan sobre Jaume Collboni, el alcaldable socialista. Sí, pero con dos salvedades, que en gran medida lo preservan. En primer lugar, el PSC es una formación al alza, una formación que se encuentra en una situación mucho mejor que en 2019. Del mismo modo, parece que la figura de Collboni se ha reforzado. En cuanto al hecho de que el PSC haya gobernado —y gobierne todavía, a pesar de que Collboni haya dejado el Ayuntamiento— tiene un doble efecto: lo puede perjudicar a ojos del anticolauismo, en cambio y al mismo tiempo, hace más dificultosa la posible fuga de votos de él hacia la alcaldesa.