Faltan pocos minutos para las seis de la tarde cuando me encuentro con Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), que me ha citado en la cafetería de la librería +Bernat de Barcelona. "Si no vengo yo, vendrá mi doble, no sufra", me dijo enigmáticamente después de enviarle mi propuesta de entrevista con un DM en Twitter. Quizás por eso, cuando nos saludamos, no sé si soy yo quien le da la mano blanda por los nervios, como un marqués de visita al Vaticano, o si es él quien me la da blanda porque, en realidad, está haciendo a la perfección el papel de persona golpeada por la vida después de haber leído demasiados libros de Kafka. Todo escritor es en esencia un impostor, pienso, pero en el caso del narrador barcelonés, la suplantación de identidades falsas ha sido una vía de escape desde la cual crear una obra literaria de prestigio mundial. Aunque en 2024 ya tenga setenta y cinco años y no sea aquel joven redactor de Fotogramas que el año 1968 publicó una entrevista sonada a Marlon Brando, el autor que acaba de sacar a la venta Ocho entrevistas inventadas (H&O Editores, 2024) sigue manteniendo su espíritu transgresor, irónico y metaliterario. Tanto, de hecho, que no me atrevo a afirmar al cien por cien que el hombre que viste americana beige y destapa una botella pequeña de agua delante de mí sea realmente Enrique Vila-Matas.

¿Le puedo tutear, señor Vila-Matas?
Sí, solo faltaría. Solo exijo que me hablen de usted cuando me posee al fantasma de Hamlet, pero hoy no es el caso.
Bien, me quedo más tranquilo. ¿Eso del espectro hamletiano es esporádico o recurrente?
Solo acostumbra a pasarme el penúltimo martes de los meses que tienen treinta días.
¿Solo los martes?
Es el día que en casa, con mi mujer Paula, cenamos judías verdes con patatas. Desde hace años, cuando voy a comprar al mercado del Ninot, pienso de forma irrefrenable en Shakespeare.
¿La aparición es siempre después de cenar?
Normalmente sobre las once menos cuarto de la noche, justo cuando termina First dates en la tele.
No me pensaba que fueras espectador de un programa televisivo de citas.
Decía Paul Eluard que "el amor existe en el mundo para olvidar el mundo". Desgraciadamente la gente cree que los escritores nos pasamos el día mirando películas de Antonioni en Filmin o leyendo libros de Juan Rulfo antes de ir a dormir, pero no es así siempre. Se puede ser novelista y mirar programas de Carlos Sobera.
¿Cuántos años hace que sufres estas apariciones fantasmales?
Desde finales de los años sesenta, cuando compré un volumen conjunto de El rey Lear, Macbeth y Hamlet en la librería de viejo que había cerca de mi casa.
Se encontraba cerca del paseo de Sant Joan, ante el cine Chile, ¿verdad?
Sí. Antes de la pasión por el cine vinieron aquellos libros y la certeza de que la vida es una farsa que todos estamos condenados a representar.
¿Lo explicaste a alguien, entonces?
No, lo mantuve en secreto, como quien sufre almorranas. O como quien lee el Ulises de Joyce y no se atreve a confesar que no entiende nada.
¿Qué haces cuando te conviertes en el fantasma de Hamlet?
Primero de todo, pensar qué pinta tengo con el pijama Massana comprado hace años en una mercería del barrio.
Capote, Proust o Nabokov escribían a menudo en pijama.
Sí, un pijama puede ser tan literario como una Olivetti 46, si uno cree. Pero es precisamente después, al olvidarme de la estética, cuando a menudo sufro unas irrefrenables ganas de buscar a mi hijo, Hamlet, el príncipe de las preguntas enigmáticas.
¿Por qué?
Para preguntarle cómo lo podemos hacer para desaparecer. Pero nunca lo acabo encontrando y acabo yendo a la cocina para coger un yogur desnatado de la nevera.
Buscando a Hamlet acabas encontrando algo que José Coronado anunciaba como solución para regular el tráfico intestinal.
Desgraciadamente, sí. La realidad es a menudo decepcionante, por eso prefiero inventármela a mi manera.

Cuando eras joven y trabajabas en Fotogramas mentiste inventándote una entrevista a Marlon Brando.
Inventar no es mentir. Prefiero decir que ficcioné la entrevista, que no es lo mismo. Elisenda Nadal, la directora de la revista entonces, me pidió que tradujera al castellano una entrevista que habían hecho en inglés a Marlon Brando, pero yo no sabía inglés.
¿Y ella creía que sí? ¿También habías mentido en eso?
No, me lo había inventado. Había ficcionado mi nivel de inglés en el currículum, y precisamente eso hice con la entrevista: interpretarla con mi nivel de inglés. Tenía que escoger entre confesar que no dominaba lo suficiente bien el idioma o probar de entender lo que fuera y transcribirlo con mis palabras. ¿Entre el miedo a ser despedido o el reto de crear lo que no existe, usted qué escogería, señor Antoni?
La segunda opción, porque es la más alejada de la realidad mundana.
Pues eso es el que hice, pero no lo expliqué a nadie y tampoco Marlon Brando se enteró nunca, evidentemente.
Después repetiste el ejercicio con otra gente, sin embargo. ¿Necesidad o vicio?
¿Vicio? Le aviso de que si continúa con este tono tendré que levantarme y abandonar la conversación.
Perdona. No querría que llegáramos a las manos. No pretendo emular tu entrevista frustrada con Rudolf Nuréyev.
Un ejemplo claro de necesidad: no lo podía entrevistar porque la noche antes nos habíamos dado de hostias en el paseo de Gràcia, saliendo del Drugstore. ¿Cómo querías que me presentara al día siguiente en su hotel para entrevistarlo?
Y la solución fue inventarse otra entrevista.
Ficcionarla, por favor. Ficcionarla. Interpreté lo que él me había dicho la noche anterior en la discoteca, lo que pasa es que su castellano era precario y yo había bebido ya tres lumumba.
Lumumba?
Sí, era un cubata muy famoso en esa época. Cacacolat y brandy, con hielo. Se llamaba así en homenaje a Patrice Lumumba, líder revolucionario congoleño asesinado por la CIA.
¿Por qué un cubata de Cacaolat llevaba el nombre de un líder anticolonial congoleño?
Ni idea, sólo sé que la bebida era negra. Algunas veces yo decía a las camareras 'ponme un Joseph Conrad'.
¿Y te entendían?
No, pero entonces les explicaba que El corazón de las tinieblas estaba ambientado en el Congo belga, así conseguía que me preguntaran si era escritor.
Estábamos hablando de la noche con Nuréyev.
Sí. Me pareció que me había confesado que "la danza me conecta con los coros", supongo que refiriéndose a los coros de canto de cuando era pequeño, pero yo entendí que la danza lo conectaba con los toros.
"La danza me recuerda a los toros", titulaste, en efecto.
Así fue, pero como te he dicho, no era ningún invento. Era mi interpretación personal de lo que el bailarín había dicho. O de lo que yo recordaba que había dicho. A Terenci Moix le impactó tanto la frase que al día siguiente, en Bocaccio, oí como le preguntaba a Vázquez Montalbán si había leído las barbaridades que decía Nuréyev.
Con Juan Antonio Bardem o Francisco Rovira Beleta pusiste en boca suya frases u opiniones que ellos nunca te habían expresado.
Yo prefiero decir que acomodé a mi gusto aquello que me habían dicho. ¿Qué prefiere, señor Antoni, una mala entrevista fiel a la realidad o una buena entrevista surgida de la interpretación de la verdad?
La segunda opción, pero entonces aquella entrevista no es periodística, sino literaria.
Dijo George Steiner que "el genio de nuestra época es el periodismo", ya que vivimos en la era de la postficción.

En el prólogo de Ocho entrevistas inventadas, Mario Aznar habla del concepto de 'facción' que ya hace años que defiende Albert Chillón.
Cualquier texto posee cierto grado de ficción en el momento en que, como artefacto lingüístico y discursivo, teje un puente discursivo con el mundo.
¿Y con Patricia Highsmith cuál fue este puente?
Con ella el problema es que no existió ninguno porque fue profundamente antipática conmigo, pero yo tenía que publicar la entrevista en La Vanguardia. La solución fue engordarla con fragmentos de una entrevista suya en el diario francés L'Express y recrear, a partir de aquel texto, mi hipotética conversación con ella.
¿Eso no es mentir?
No, es crear a partir de una base de verdad. La prueba es que en la entrevista, publicada el año 1983, Highsmith me decía que una vez, en un hotel de Positano, le había parecido ver desde la ventana de su habitación el espectro de Ripley, el protagonista de su novela más famosa.
¿Era verdad?
Yo nunca dije que fuera mentira y lo publiqué en el periódico. Una década más tarde, un día me llamó mi amigo Rodrigo Fresán diciéndome que había leído los diarios de Patricia Highsmith, publicados el año 1990, y que sorprendentemente en una entrada explicaba que estando de vacaciones en el sur de Italia, la autora había tenido una visión desde su hotel y le había parecido ver al joven Ripley caminando por las calles de Positano, posiblemente preparando el asesinato de su propia creadora.
Por lo tanto, el año 1990 el mundo descubrió un pasaje vital de Highsmith que La Vanguardia había publicado en exclusiva mundial siete años antes.
Así es, pero nunca nadie fue consciente, ni siquiera yo, que solo era consciente de que no digo mentiras.
Highsmith temía que un personaje de la ficción creado por ella misma la matara, y tú debutaste con un libro, La asesina ilustrada, que teóricamente provocaba la muerte de todos los lectores que se enfrentaran al texto.
¿Lo ha leído, señor Antoni?
No, porque tengo solo treinta y cinco años, amo la vida y no quiero morir.
La vida es solo una frase.
En eso estamos de acuerdo. Una frase que vamos estirando, modificando, borrando y reescribiendo con el paso del tiempo. ¿La vida es vivir dentro de esta frase o más bien es escribirla?
Escribir es desposeerse, por eso me gusta la ironía cuando escribo: porque es la forma más alta de sinceridad.
¿Me permites ser sincero, Enrique?
Sí, claro.
No he puesto en marcha la grabadora del móvil porque he venido con la entrevista ya escrita.
No pasa nada, me encanta que así sea. ¿Ahora me permite ser sincero a mí, señor Antoni?
Faltaría más.
El penúltimo martes de los meses que tienen veintinueve días, entre las seis y las siete de la tarde, también me posee el alma de alguien que no soy yo.
¿De quién?
De la persona que tengo en frente en aquel momento.
Hoy es martes, día 20 y del mes de febrero. Eso quiere decir...
Eso quiere decir lo que cree que quiere decir, sí. ¿Por qué cree que le he tratado de Usted todo el rato?
Ahora lo entiendo todo. Claro, ja decía Rimbaud que "je est un autre".
Así es.
Si publico esta entrevista inventada en ElNacional.cat me tildarán de mentiroso y quizás me despidan, sin embargo.
No sufra, tiene mi permiso y la aprobación de André Gide. Además, la literatura es un juego en el cual hay que arriesgar. ¿No?
Sí.
Lo podrán tildar de ventrílocuo, de fabulador o sencillamente de escritor, pero nunca de mentiroso. Recuerde lo que escribió Machado: también la verdad se inventa, señor Antoni. No lo olvide nunca.