Es sabido que cuando La Vanguardia reapareció después de la victoria franquista, los editores del diario quisieron borrar cuatro años de historia retomando la numeración anterior a la Guerra Civil. Lo pensaba mientras leía el prólogo que Xavier Pla ha escrito para el epistolario de Eugeni Xammar, publicado por Quaderns Crema. En política todo es símbolo, nada se puede pensar como casualidad, ni siquiera el hecho de que Xammar vuelva a primera línea en plena resaca del 155, presidida por Quim Torra.

El prólogo sabe relacionar muy bien las ratafías, los quesos y los mitos sentimentales del presidente autonómico catalán con la nostalgia que algunos intelectuales de la tercera vía y del procés tienen del PSC de los años noventa de Girona. Con un instinto finísimo para navegar en el clima de retroceso, el estudio de Xavier Pla retoma la conversación sobre Xammar ahí donde la dejaron Charo González o Arcadi Espada. Es como si no hubiera pasado nada desde los años del tripartito. 

Me sabe mal tener que decir que el único interés del prólogo es el talento camaleónico del autor. Pero me cuesta ver qué relación importante se puede establecer más entre los personajes que circulan por las cartas de Xammar y el esfuerzo que el estudio hace para ligar la vida del articulista al imaginario cultural español, más o menos progresista. El epílogo de Amadeu Cuito es ideal para profundizar en el abismo que España intenta crear siempre entre la memoria personal de los catalanes y los discursos académicos. 

El prólogo no se entiende sin las becas del ministerio que el filólogo de Girona ha recibido en los últimos años para estudiar el periodismo de entreguerras español. Pero tampoco se entiende sin el clima político actual y las represalias que August Rafanell sufrió hace unos años, después de publicar los primeros estudios sobre Catalunya y Occitania. Igual que el pujolismo, el procés quiso conquistar el poder prescindiendo del pensamiento y la cultura y ahora todo tiene una calidad de globo sin vida y sin fiesta.

Si no situamos bien a los articulistas en su contexto es imposible entender cuál es la función del periodismo y cómo se escribe y por qué se escribe en la prensa. Xammar es fruto de la primera generación de periodistas que publican teniendo Barcelona como la única capital de referencia. Su articulismo no se puede explicar sin el fracaso de Eugeni d'Ors y su idea de Catalunya y de Europa, pero tampoco sin la influencia que el imaginario del Pantarca ―y la historia que evocaba― tuvo en el periodismo catalán. 

Xammar escribió, igual que vivió, sobre una base que se tambaleaba pero que queda lejos de los Chávez Nogales, los Jorge Semprún y los diarios de Madrid, aunque publicara artículos en ellos. El periodismo se ejerce en relación a las jerarquías que se consideran legítimas y a las posibilidades de articular, a través de los hechos, un ideal de ciudadano moderno y, por lo tanto, político. Cuando Xammar deja de escribir después de la guerra y dice que de la Catalunya ocupada solo le interesan los silencios está haciendo periodismo, a su manera.

El prólogo de este epistolario, pues, tiene interés si eres capaz de ver cómo Xavier Pla se ahorra de contar que Xammar quería promover un alzamiento en el Rif y un atentado contra Alfonso XIII. O cómo pasa por alto la caricatura de Primo de Rivera que resuena en la famosa entrevista que le hizo a Hitler, cuando el dictador todavía era un caudillo de cervecería. El filólogo de Girona ni siquiera se fija en la sátira que rezuma la crónica del Putsch de Munich, publicada dos meses después del pronunciamiento español ―que se realizó con el apoyo de las facciones conservadoras del catalanismo.

Podría poner más ejemplos, como por ejemplo el reportaje de la Checoslovaquia de Masaryk, recogido en El ou de la serp, que también aparece decolorado en el prólogo de este copioso epistolario, que aprovecha demasiado la capacidad propagandística de los volúmenes gruesos. Xavier Pla resalta con habilidad elementos folclóricos, como por ejemplo la relación del periodista con Tarradellas y Augusto Assía, pero rebaja otros que ayudarían a comprender el estilo pugilístico de Xammar y cómo se lo montó para mantenerse dentro del ring sin caer en el provincianismo, la pedantería, ni comerse los mocos de los españoles.

Ahora que España se afana otra vez para meternos en la máquina del tiempo con la colaboración dócil pero erudita del progresismo y del pujolismo melancólico, creo que merece la pena recordar que conocí al president Torra en 2007, justamente a raíz de un artículo que se decía "Xammar, perdónalos".