Rosa dels Vents ha sacado una compilación de textos de Pere Calders ideal para hacerse cargo de la procesión de gegants y de capgrossos que ha dominado los debates de la prensa en las últimas décadas. El título del libro, Sobre el feixisme, l’exili i la censura, habría tenido hasta hace poco un aire melancólico fácil de folklorizar y difícil de vender. 

Sin el 1 de octubre, las comedias de siempre prevalecerían y no tendríamos abiertos, de forma tan descarnada, los debates que la Transición intentó cerrar en falso. Los presos y los exiliados hacen imposible volver a presentar a Calders como un autor inofensivo, de una cultura local y moribunda, como lo describía La Vanguardia el día siguiente de su muerte: “Se mantuvo obstinadamente fiel a su pequeño país, su cultura y su lengua milenaria”. 

Los artículos, combinados con el pasado reciente, dejan en evidencia hasta qué punto hace años que damos vueltas al futuro del país como un asno ligado a una noria. Viendo la actualidad de los temas que plantea el libro, es fácil de entender que Serra d’Or censurara a Calders y lo tratara de racista y que, a la vez, La Vanguardia lo fichara para escribir en catalán, contando de convertirlo en una figura exótica, de un tiempo irrecuperable.

Los artículos de la compilación recuerdan que el periodismo se hace con un ideal de ciudadano en la cabeza y, por lo tanto, mirando el mundo desde un país concreto, cosa que lleva a profundizar en una historia, una cultura y unas contradicciones internas. Es lo que dice la Balanguera que cuanto más honda es la raíz más arriba puede elevarse el alma. Quizás por eso, el libro no solo tiene fuerza para poner el debate político actual en una perspectiva crítica, sino que, además, ayuda a contextualizar la obra literaria del autor. 

Estos días, mientras leía el volumen, he abierto Ronda naval sota la boira. No sé si algún crítico ha visto hasta qué punto la novela explica las dinámicas de una sociedad que va la deriva. Me dicen que Joan Sales tuvo la obra secuestrada porque encontraba que era poco comprometida y realista, pero el hecho es que el libro es un retrato actualísimo, perfectamente vigente, de la Catalunya fatalista, invisibilizada por la dictadura. 

El capitán de Ronda Naval podría ser Lluís Companys, pero también podrían ser Quim Torra o Artur Mas. Así mismo la mayoría de los artículos, viñetas y relatos de este volumen ―buenísimo el cuento del perro que se hace decir Calígula pero en realidad se llama Espartero― podrían estar firmados hace una semana. Calders escribía con una serenidad fácil de pervertir en un país que se ha avezado a presentar las virtudes como defectos para complacer a los españoles. 

El libro pone en evidencia la estulticia de los articulistas que insisten en enfocar los problemas catalanes como si Calders y otros escritores de su calidad tuvieran que ser contrahechos para hacer un hueco a Cobi. El prólogo, firmado por Diana Coromines, rompe la costumbre de contraponer el patriotismo con el cosmopolitismo y de explicar nuestros autores como si Catalunya fuera una burbuja impermeable, desconectada del resto del mundo

La mirada periodística de Calders nos pone en contacto con la inteligencia de un país que no se ha rendido nunca. Ni en 1640, ni en 1714, ni en 1939, ni tampoco en 1978, cuando la Transición traicionó a los catalanes que habían resistido los métodos totalitarios de la reeducación franquista. La columna que Calders dedica a Francesc Candel se tendría que estudiar por la lección que da de la utilización de la ironía en un contexto de represión y de barbarie encubierta.

Incluso cuando escribía periodismo, Calders tenía el toque y la delicadeza del artista. Yo creo que lo ayudaba el hecho de haber vivido con un mínimo de coraje. Y también que nunca tuvo miedo de asumir que la lengua catalana nos pone en relación con una historia que viene de mucho antes que el Estado español y que, por lo tanto, siempre, siempre, aspirará a superarlo y a dejarlo atrás. 

El hecho es que basta con coger los viejos artículos de Calders, escritos en democracia o bajo dictadura, y ponerlos al ladito de las columnas que firman las estrellas de hoy para ver lo fácil que es, cuando escribes, confundir tu inteligencia con el miedo de gusano que te da el poder.