Este domingo, Guillem Martínez publicó en Contexto una conversación con Jordi Amat y Gonzalo Torné que fue derecha a la carpeta que tengo abierta para estudiar los fenómenos de posguerra. Mientras leía el artículo, no me sacaba de la cabeza la fotografía de Amat que ilustraba el texto. La barba de resaca, la cara entumecida y seria, la mirada enturbiada por algún pensamiento grave. El cuadro era perfecto para el título de la pieza: "¿Cultura catalana: un invierno postnuclear?".

Me hizo gracia porque Torné aparecía junto al articulista de La Vanguardia despeinado, pero sonriente. También hacía cara de acabarse de levantar, pero en vez de aparecer con una camiseta de cuello gastado y una informalidad triste, de señor que ha trabajado toda la noche, lucía una camisa y una americana desenfadada, de bohemio de ocasión. Se le veía más vivo, más despierto, menos preocupado por su futuro. Como si tuviera que ir a cerrar las vacaciones a alguna terraza ampurdanesa, antes de volver a Barcelona.

La propaganda que Martínez hacía a los entrevistados también era fiel a la fotografía. Torné era presentado como un novelista en castellano en eclosión, “un espectáculo inusual y digno de ver”. En cambio, Amat aparecía a los ojos de Martínez como un escritor heroico, que se ha complicado la vida y se ha enfrentado a los mitos de la tribu con una obra incomprendida y rompedora. La sensación de haber entrado al túnel del tiempo tenía su momento más cómico cuando Martínez se declaraba partidario de “épater le bourgeois” en una conversación “transversal”.

En los años ochenta, Pere Calders ya hacía mención de los intelectuales que utilizan Catalunya para disfrazar de heroísmo el miedo que les da desafiar las manías del Estado. No es el caso de Torné, que preferiría que Franco resucitara, antes que ver como se aplica el resultado de un referéndum. Pero sí que es el caso de Amat y de Martínez, que navegan en la crítica a la cultura procesista para no tener que profundizar en el conflicto nacional y poder escribir en castellano. 

De hecho, Amat y Martínez no dejan de ser un plato de segunda categoría, para Torné. Desde el octubre de 2017, el novelista ha intentado atraer a Contexto figuras como Marina Porras, Abel Cutillas o Miquel Bonet y ha fracasado en todos sus intentos; ni siquiera ha podido con Adrià Pujol, a pesar de la pelota que le hace en Twitter. Era previsible que la “conversación transversal” consistiría en vender escritoras feministas y a despotricar del independentismo poniéndolo todo en el mismo saco. 

Marina Porras hizo un hilo en Twitter que explica muy bien el objetivo de la comedia. Cualquier visión de la tradición que ponga el conflicto nacional en el centro, o que le dé una importancia relevante, es tratada siempre de reduccionista y de inconsistente por la policía erudita de turno. Las críticas que Amat y Torné hacían a los planteamientos de Porras sobre Gabriel Ferrater, sin ni siquiera molestarse a citarla, las he vivido yo con Josep Pla, Nèstor Luján o Lluís Companys. 

Para comprender el alcance del invierno nuclear sería más útil preguntarse por qué Jordi Amat vuelve a reírle las gracias a Francesc Marc Álvaro, o por qué continúa imitando a Enric Juliana, a su edad, o por qué publica artículos cada día más dejados y mal escritos. Todo el mundo sabe que si la señora Porras hace su tesis sobre Ferrater, le dará mil vueltas al libro del Amat, por mucho que La Vanguardia, Contexto o TV3 toquen los tambores.

Durante la conversación, se criticaba la tendencia que el independentismo tiene a dejarse arrastrar por el pensamiento mágico. Yo no soy partidario de emplear conceptos que parecen salidos de un tuit de Gabriel Rufián. Pero, para mí, pensamiento mágico sería pretender que los comunes tenían alguna posibilidad de desmontar la paradita caciquil catalana. O separar la producción de una cultura de su relación con el poder. O hablar de la obra de Torné sin hacer constar que es un producto literario típico de una sociedad de nuevos ricos sin una experiencia sólida del lujo y la cultura.

Criticar la herencia del pujolismo pretendiendo que basta con crear otro panfleto en catalán, desinfectado de voces que molesten al estado español, para tener tranquilo el gallinero, sí que es pensamiento mágico. El régimen de Vichy necesita unos enemigos que hinchen globos para crear una dialéctica que lo aguante. Martínez es el cronista ideal para hacer de contrapunto a los discursos de Quim Torra y Pilar Rahola. En la prosa contrahecha y sincopada de sus artículos sobre el procés ya se veía que detrás de sus críticas no había nada que no fuera su vanidad herida y el ogro español. O sea, otro esclavo.