Ahora que la política española ha encontrado un momento de tranquilidad con la investidura de Rajoy es probable que el ambiente de crispación y de caos interno vuelva a reavivarse en Catalunya con cierta violencia. Los últimos meses, Barcelona ha vivido en una calma tensa, protegida por la polvareda mediática que la lucha por el poder ha levantado en Madrid.

Solo hace un més que el presidente Puigdemont anunció un referéndum para después del verano y me parece que nadie lo ha digerido todavía. Los liderazgos son mediocres. Los discursos son flojísimos. No está claro si los políticos independentistas están montando el campamento para iniciar una ofensiva o si, más bien, lo desmontan discretamente antes de intentar retirarse.

Me da la impresión que, durante unas semanas, todo el mundo tratará de alargar el momento de tregua, y aquí incluyo al bando unionista que tampoco tiene resuelta, ni mucho menos, su articulación política en Catalunya. Quien tiene más números para llegar fresco a los meses decisivos del referéndum será el nuevo partido de Ada Colau y de Xavier Domènech, que anuncia presentación el próximo mes de marzo.

Ciudadanos también tiene un congreso pendiente. La militancia madrileña del partido de Albert Rivera, ya dobla la que tiene el partido en Catalunya. El primer congreso de ámbito estatal a la fuerza tendrá que cambiar los equilibrios internos del partido. Con el poder todavía centralizado en Barcelona, y acostumbrados como están algunos dirigentes a sumar los beneficios de España y Catalunya, habrá decepciones y víctimas.

A medida que dependa de las dinámicas de Madrid, Arrimadas tenderá a perder el barniz de inocencia que la diferenciaba de Sánchez Camacho o de Garcia Albiol. El actual secretario general del PP catalán ahora es presentado por Rajoy como un hombre importante y no cabe dentro de su camisa de sheriff, pero hace un par de meses Génova quería cambiarlo por Dolors Montserrat, que ahora será ministra y que es una chica buena, más inofensiva y obediente que Marta Pascal.

En la antigua Convergència hay nervios, y con razón. Después de tantos cambios y tantos trucos, Pujol todavía manda y me dicen que sigue soñando con poner algún día a su hijo Oriol -total, si el ciclo político termina como algunos pretenden, toda Cataluña querrá olvidar los últimos 10 años. Mientras tanto, la vieja guardia de los Turull, los Gordó y compañía se van desangrando poco a poco, bajo la vigilancia de los jóvenes leones, que está previsto que vayan al sacrificio al ritmo de las necesidades, una vez hayan hecho el trabajo sucio.

Si Puigdemont no cumple, el centro de gravedad político se desplazará hacia los comunes. Las esperanzas que una parte de ERC todavía tiene de ocupar el espacio de la vieja CiU son poco realistas. Junqueras ha hecho el muerto con mucha astucia en los últimos meses. Pero el presidente de ERC es una cabeza de turco más golosa y efectiva que el mismo Puigdemont para el españolismo. Y también para estos nuevos liberales de pacotilla que esperan sentados que Madrid los llame para crear un nuevo Front de l'Ordre.

Aunque el PP habla de diálogo y negociación para arreglar el conflicto territorial, si el referéndum fracasa es probable que el problema acabe trasladándose a Madrid, donde el capitán Rufián seguirá repartiendo leña, mientras Podemos y una parte del PSOE utiliza Catalunya para intentar echar al PP. Hasta ahora, Catalunya ha demostrado una capacidad indiscutible para trasladar sus frustraciones a la política española, y estoy seguro de que con el referéndum pasará el mismo.

Pasó con la Primera República y con la Segunda, "el engaño más grande que los catalanes hemos hecho a los castellanos" en palabras de Gaziel. Si los problemas de Catalunya vuelven a socavar el régimen español, el país perderá otra vez el control de su destino. De momento parece que la CUP, Demócratas y los independientes de ERC están en condiciones de ofrecer a Puigdemont el apoyo que va a necesitar cuando suenen los primeros cañonazos.