Me llega, entre las noticias frescas y ligeras del verano, que son estas que te hacen sonreír y divagar al mismo tiempo, que la hija del escritor Pere Calders se ha vuelto seguidora de los culebrones turcos más exitosos. Me dicen que la moralina engomada y sentenciosa de TV3 empezaba a llevarle malos recuerdos, de la época del NO-DO, y que ahora, cuando tiene ganas de distraerse, en vez de ponerse un programa en catalán, busca producciones realizadas en Estambul. 

―Son malas ―dice―, pero como mínimo no me dan gato por liebre.

La noticia, mezclada con los discursos actorales que suenan en Bruselas, me ha recordado a las dificultades que yo mismo tengo para encontrar, últimamente, series que me enganchen. De joven, me harté de ver culebrones anglosajones doblados al catalán. Después, aparecieron los portales piratas, tipo Cuevana o Seriesyonkis. Las plataformas de pago acabaron de mejorar mi inglés y, sobre todo, me hicieron sentir parte de un mundo riquísimo, que me protegía de la pobreza espiritual que nos intenta endilgar España. 

De las series que me enganchan tiendo a recordar tan solo una intuición o un estado de ánimo, más que no los personajes o las tramas. Roseanne me gustaba por los sarcasmos que la madre disparaba contra su propio aburrimiento para poder disolverse en la vida de familia. Magnum me encantaba por la relación que establecía entre los comportamientos maduros y la criatura invicta e instintiva que hace viriles e interesantes a los hombres. La gracia de Mad About You era que creía en el amor sin dramas.

Las series que me han interesado en los últimos años ya eran más retorcidas. Californication, Doctor House o Walking Dead, para mencionar tres de simples, te empujaban a entrar en visiones del mundo más espesas, torturadas y barrocas. Black Mirror explotó el miedo al futuro con un sadismo inigualable. Breaking Bad puede servir para intentar comprender los orígenes del populismo, si se mira como la historia de un señor que quiere recuperar lo que ya ha perdido al precio que sea. 

House of Cards intentó poner épica al cinismo para intentar integrarlo en la democracia, pero tuvo un problema que se ha agravado en otras serías. Igual que pasó con Game of Thrones, los guionistas no supieron resolver la última temporada. Vieron que habían ido demasiado lejos y acabaron aferrados a los tópicos de la época. El paquete de series prometedoras naufragadas cada día es más numeroso, pero hay un par que explican bien la relación entre la incapacidad resolutiva y la debilidad que impera en los momentos de confusión o decadencia: Here and Now y The Romanoffs. 

Estos días, mientras miro Sweetbitter, pienso mucho en el estancamiento de la ficción occidental y la atracción que las series turcas pueden producir en una persona cosmopolita y sofisticada. Sweetbitter es la historia de una camarera que trabaja en un restaurante de Nueva York sin perspectivas de futuro ni un pasado en el cual pueda apoyarse. La idea de la serie es que la curiosidad es la tabla de salvación de todas las dificultades y la base de todas las conquistas. Tanto da que la curiosidad se fije en detalles banales, como Knausgaard en sus libros, mientras la curiosidad sea genuina. 

Las series turcas quizás son obvias y groseras. Seguramente van llenas de mujeres pobres y sumisas y de señores ricos con bigotes de cepillo que provocan picor ―a pesar de que me dicen que los productores miran de poner tantos rubios querubines como pueden―. Pero la vitalidad no se puede fingir, ni se puede imitar. Incluso cuando se expresa de forma primitiva e indómita es más refrescante y atractiva que la sordidez y la pedantería gratuita, por más que se barnice de efectos especiales. 

Mad Men ya contaba que la guerra había dejado Occidente en manos de cínicos autocompasivos, que vendían gato por liebre sin escrúpulos. La dejé cuando vi que la mitología de la serie tenía la misma capacidad desertizadora que su protagonista. Hay gente que cree que la vida es un juego de suma cero y se engancha a las ficciones para observar el mundo sin ser vista. Yo soy más bien idealista y miro series para despertar la imaginación y encontrar recursos que me ayuden a defender la libertad de mis amores todo lo bien que pueda.

Espero que los países democráticos se pongan pronto las pilas. Si no, acabaremos todos aprovechando la globalización para engancharnos a ficciones de otras culturas menos sofisticadas pero más vivas. Ni que sea para no tener la sensación de que los guionistas nos explican cuentos chinos cada día más pequeños y enrevesados, como los políticos de tercera división que tenemos que sufrir en los telediarios.