La situación política catalana me recuerda a una anécdota que leí en unas memorias sobre la Guerra Civil. Se ve que, después de incautar la revista Mirador, que entonces era la publicación más europea de España, los anarquistas fueron a pedirle a Just Cabot, su director, que continuara llevando el papel como si no hubiera pasado nada. 

El argumento de los anarquistas era que una revista tan brillante perdería la gracia y la credibilidad si no la dirigía alguien que conociera bien el negocio y que fuera capaz de mantener la calidad literaria de los colaboradores que escribían. Cabot, que era un hombre serio, con las ideas muy claras, y un humor a prueba de bombas, respondió a la comitiva de revolucionarios que lo fue a ver:

―Esto que me pedís es como si un ladrón me robara el reloj en medio de la Rambla y me preguntara allí mismo cómo se le da cuerda.

Cabot acabó sus días exiliado en París, regentando una tienda de libros de viejo en una calle de Montmartre, con la única compañía de un perro peludo y tranquilo, que todo el día dormía a sus pies. Mirador cayó en la misma vulgaridad que el resto de publicaciones incautadas por los revolucionarios y fue de las primeras en cerrar cuando el papel empezó a ir escaso. 

El gesto de Cabot, sin embargo, preservó el mito de la revista, y la fuerza de su recuerdo ha sobrevivido hasta nuestros días. Primero inspiró las mejores páginas del semanario Destino, que era una copia falangista de la revista suavizada por la derrota de los nazis. Después sirvió de modelo al suplemento Tele/Estel, que sacó aquella mítica portada con un guardia civil que miraba a un canario enjaulado en una parada de la Rambla, para ilustrar la situación del catalán.

Ya entrada la democracia, Huertas Claveria y Carles Geli publicaron un estudio de la revista que sirvió para dar el pistoletazo de salida a la recuperación del periodismo de antes de la guerra. Si Cabot se hubiera puesto a seguir tirando el semanario una vez controlado por los anarquistas, ni el semanario habría mejorado ni él habría podido salir de Barcelona sin recibir un disparo en la Arrabassada o pasar por una checa.

Pues bien, los políticos catalanes tuvieron la oportunidad de salvar el prestigio de la Generalitat y del Parlament dejando la autonomía en manos de los promotores del 155. Ya escribí en el perfil de Quim Torra que dejarse investir en un clima de represión tan agresivo serviría para degradar la política del país. Pocas semanas antes, Junqueras había chillado al propio Torra en una visita que le hizo en la prisión exigiéndole la constitución de un nuevo gobierno autonómico. 

El resultado está a la vista. La descomposición del mundo político catalán recuerda a la olla de grillos que organizaron Companys y sus muchachos cuando se avinieron a colaborar con el comité de Milicias antifascistas. Las instituciones catalanas, sin fuerza para defender la soberanía de su pueblo, se han convertido en un manicomio regentado por sus mismos locos. Torra, que conoce la historia, es tan cómplice de la situación como Junqueras o Puigdemont.

La distinción que los periodistas del régimen hacen entre las instituciones y el president no existe. La autonomía está muerta, como ya escribí después del 1 de octubre. Justamente por eso, el Estado necesita que sean los políticos catalanes los que desacrediten el Parlament y la Generalitat. Se trata de destruir su prestigio antifranquista y antiborbónico antes que caiga en unas manos dispuestas a impulsar la autodeterminación, esta vez con voluntad política.

Las maniobras de Laura Borràs y Damià Calvet para desbancar a Torra no tienen la más mínima importancia. Igual que no tiene ninguna importancia la estrategia de Junqueras de construir una alternativa al virreinato pujolista, con el imaginario de la derrota republicana. La política catalana es un zoológico de pasiones sórdidas, una olla a presión llena de animalitos alborotados por el terror que produce el chef cuando sube el fuego y afila el cuchillo.

Los políticos catalanes morirán de su propia muerte, mientras España se lo mira, representando el guion escrito por Madrid. La autonomía fue ideada como un comedero para contener las pulsiones depredadoras de los españoles y los anhelos independentistas de los catalanes. El 1 de octubre hizo caer los cartones y, si los partidos catalanes lo hubieran aprovechado para negarse a participar más en la comedia, el problema todavía lo tendría la democracia española.

La gran aportación a la historia de los partidos procesistas será haber destruido el prestigio del autogobierno que tanto costó de conseguir durante el siglo XX. Curiosamente, cuanto más parece que se aleja la posibilidad de una Catalunya independiente, más se convierte en la única esperanza y el único objetivo razonable del país. Con su insistencia a vampirizar unas instituciones cada día más caducas, los partidos processistas se han convertido en el aliado más efectivo del estado español. 

El prestigio es la piedra angular del poder. Habrá qué ver que hacen los catalanes con el agujero precioso que dejará cuando se acabe de caer.