"Estoy tan desesperada que te empiezo a ver como un candidato a follar conmigo", me dice una feminista con silueta de estrella del rock, juvenil, simpática y muy rubia, que no acaba de encontrar un hombre que le guste. En otra época me habría atragantado con la hamburguesa. Yo soy hijo de una generación romántica, todavía estuve a tiempo de sacar mi esto de la boca de una chica para decirle, candorosamente: "Ya lo acabarás cuando lo dejes con el novio".

Ahora recuerdo aquellos años de aprendizaje con una sonrisa divertida. Internet ha transformado el mundo y ha hecho que las relaciones sean cada vez más singulares, menos previsibles y estereotipadas. Cuando era joven, las chicas se tapaban el culo con el jersey y llamaban la atención de los machos alfa a través de ideologías radicales, de cariz humanitario y socialista. La liberación de los gais ha dado al erotismo una manga más ancha, pero también más cruda y demagógica.

Yo creo que se tendría que follar igual que se vive, con intención. Si no se folla con intención la especie y la cultura degeneran, sobre todo ahora que los preservativos han limitado la capacidad de los hombres de esparcir su ADN de manera arbitraria. Es verdad que a menudo se folla con intenciones estrictamente gimnásticas. Tengo amigos que lo hacen y me da la impresión que muchas mujeres se añadirían a la fiesta si sufrieran una mutación genética como la que ha sufrido este crustáceo de un acuario de Alemania que se puede reproducir a voluntad, sin necesidad de copular con un macho.

Aunque el tópico biológico dice que el hombre tiene poca capacidad de resistirse a una oferta sexual que venga de una mujer guapa, follar por follar es cansado y empobrecedor, incluso si tienes un fondo de cajón muy rico. A las señoras les gusta jugar con la idea del pecado y estoy seguro de que la rubia sólo quería ver cómo reaccionaba. Aun así me hizo pensar en un libro de Henry Miller en el cual el autor se pasa unas líneas llenando la vagina de su amante de cosas estrambóticas hasta que al final se acaba poniendo también todo él dentro.

Una mujer que te hace propuestas sexuales primero debería tratar de despertarte una emoción parecida. Tus ideas, tus miedos, tu mundo de fantasía, tendrías que querer entrar con toda tu alma y colonizarla como si fuera la vagina del cuadro de Courbet. Aunque algunas chicas pretendan el contrario, porque copian patrones masculinos, si en el sexo femenino tan sólo pones el músculo y tu vanidad tarde o temprano su propietaria se sentirá prostituida y desconectada de su cuerpo.

En el negociado del erotismo las mujeres son el receptáculo de las emociones y la sensibilidad que el hombre no podría enseñar en el mundo sin ponerse en peligro -por eso se dice que cuando un hombre cae tienes que mirar qué mujer se viste. Sólo cuando una mujer es capaz de despojar al hombre de su ego, puede absorber las fuerzas salvajes y preciosas de su interior y convertir el sexo en una fuerza creativa para los dos. Eso, claro, pide una cierta ambigüedad, confianza y un maquiavelismo lo bastante sutil.