Si los políticos y sus asesores hubieran tenido ante el conflicto nacional el coraje y el oficio de los médicos y las enfermeras, la democracia no se moriría en Cataluña y Europa tendría algo que ofrecer a los bielorrusos, aparte de la propaganda. En Bielorrusia y en Hong Kong, la libertad no tendrá nunca nada que hacer mientras España marque los límites de la democracia en el continente.
En Bielorrusia ha hecho falta un bloguero de 22 años, exiliado en Polonia, para que se moviera algo. En Cataluña, los exiliados y los presos no tienen capacidad para mover nada, por más que hablen amparados por Bélgica y Suiza. Si pidieran perdón y se retiraran de la política quizás sacudirían el panorama, pero ya se ve que intentarán volver a vender al pueblo antes que abandonar su puesto, y que la esperanza tendrá que salir de debajo de las piedras.
En la política catalana pronto vamos a ver brotes descontrolados de patriotismo como los que últimamente se dan al norte de los Pirineos. Es de difícil pronóstico si las reivindicaciones de la lengua y del país que se ven en la televisión francesa son un síntoma de revitalización o la prueba que la identidad catalana se ha vuelto inofensiva. Los enemigos de Cataluña querrían que el principado se asemejara más al Rosselló, pero también se encuentran en una situación muy delicada.
Bruselas, aliada con Madrid y con París, aprovechará el bichito amarillo de Wuhan para intentar recrear el clima de reconstrucción de la posguerra de 1945. Por suerte la situación no es la misma ni en España ni en el resto de Europa. Las viudas del proceso se preparan para abrazar la nueva paz hispánica, pero pronto van a ver que no hace la misma ilusión dar la bienvenida a Míster Marshall que abrir las puertas de la Moncloa a los hombres de negro.
El proceso de desnazificación que sirvió para imponer la democracia en Europa no servirá para regenerarla, por más muertos que provoque el animalillo asiático. Francia y Alemania han perdido la paz interior, pero su población no está tan desesperada como en 1945 o 1950. Las vacunas de color republicano que París y Madrid administran de forma periódica al mundo mediterráneo han perdido mucha eficacia, y los estragos de la pandemia cada vez desgastarán más las concepciones bobas de Europa.
En la lucha por el alma europea el factor psicológico catalán jugará un papel importante. La desazón que hay en La Vanguardia para fijar una fecha para las elecciones es un termómetro de la prisa que los españoles tienen por cerrar el ciclo y asegurar el control del poco dinero que queda en la bolsa pública. La pelota puede caer de cualquier lado, dependerá del talento y la imaginación de los jugadores pero también de la meterología y de otros factores incontrolables.
España confía en matar a los catalanes de aburrimiento alargando la vida de los títeres del proceso. Bruselas y París confían en estabilizar España y constreñir su monarquía para revivir el mito de la Europa civilizadora y venderlo de rebajas. En vez de humo, Europa necesitaría un ejército para defender la democracia, pero ni Francia, ni España, ni mucho menos Alemania, están avezadas a resolver los conflictos nacionales internos sin usar los cañones.
Si el autoritarismo europeo quiere guerra se la podemos dar. Pero a condición de que hagamos como los ingleses y, pasándonos la propaganda por el forro de los cojones, echemos a los políticos que dan lecciones fétidas de compasión y humanidad y después no cumplen las promesas.