Los autores de Pseudohistòria contra Catalunya me han hecho pensar en aquel grupo de articulistas que, cuando se constituyó Ciudadanos, se autoproclamaron “intelectuales del siglo XXI”. Si aquella pandilla se creía que iba a llenar su vacío con el cadáver del pujolismo, los historiadores de Sàpiens parece que esperan hacer lo mismo con la cabeza de Jordi Bilbeny.

Un libro de historia que empieza apelando a la “sinceridad” y a la “honestidad”, parece más un sermón de Oriol Junqueras escrito desde la prisión que no un ensayo publicado por académicos. De hecho, si los autores del panfleto hubieran tenido algo importante que decir, ya haría tiempo que sus libros, muy editados y muy distribuidos, se habrían impuesto a las tesis del Institut Nova Història, en prestigio y difusión.

Se escribe para discutir las ideas del poder, no las manías de los marginados. Solo los fanáticos y los farsantes pierden el tiempo con enemigos más débiles, o se dedican a hacer libros colectivos contra discursos que desprecian. Es difícil elevar una idea si estás tan preocupado por tener razón que no puedes soportar la posibilidad de perder el argumento. Si te mueve el miedo de fracasar, la pretensión de parecer equánime siempre te acabará estropeando el libro.

Tratar Bilbeny de deshonesto no tapará las mentiras de los líderes procesistas ni la mediocridad del gremio de historiadores, que es uno de los responsables principales del bajo nivel de la política y del derrumbe que sufrimos. Es lógico que algunos de los académicos más subvencionados de las últimas décadas ahora busquen cabezas de turco para hacerse perdonar. Pero, después de 40 años, estaría bien que la universidad diera algún historiador que tuviera una idea general y propia del país, y un mundo que se aguantara solo.

Si el libro contra Bilbeny tiene algún interés es porque llega con la misma caspa que ha desprestigiado la historiografía catalana. Si no tienes talento para liquidar a Bilbeny tú solo y de una sola vez, no aporta nada que montes una carnicería con tu pandilla. Además, el pasado puede ser complejo pero tiene que inspirar al lector, no ponerle la cabeza como un bombo con discursos paternalistas y un atracón invertebrado de datos supuestamente neutrales.

El libro contra Bilbeny tendrá el mismo recorrido que las gesticulaciones de Artur Mas o que Marta Pascal, es decir, durará mientras dure el clima de rebajas y valencianización. Franco no necesitaba a flautistas de Hamelín para controlar el presupuesto público del país; después de la guerra tenía ya bastante con el exilio y la represión ―a pesar de que una de las primeras cosas que hizo fue impulsar la investigación científica. 

La unidad de España necesita ahora un proceso de destrucción todavía más sutil y más profundo. Cuando la vitalidad no se puede matar de un tiro, hay que matarla despacio, alimentando las vanidades estériles de las momias y los renacuajos más ridículos. “What sphinx of cement and aluminum bashed open their skulls and ate up their brains and imagination?" ―se pregunta Ginsberg en Howl. Yo también hace tiempo que veo los cerebros de mi país destruidos por el hambre, la histeria y la decepción.