Oriol Junqueras aprovechó su estancia en la prisión para hacer el gesto político de recordarnos que la fuerza bruta existe y casi todo el mundo ha corrido a refugiarse en él de una manera u otra. Las disculpas que Arnaldo Otegi ha pedido en nombre de ETA son el hijo tuerto del papel fantasmal y reduccionista que la nueva Transición intenta dar a las porras del 1 de octubre. Cuando las izquierdas utilizan Catalunya para intentar gobernar, ya sabemos qué pasa en los cuarteles del ejército y la policía.

Junqueras nos recordó que la fuerza bruta existía y toda España ha reducido el mundo a su dramatización de una manera casi cómica. Ha pasado lo mismo que pasó cuando el banquero Jordi Pujol hizo notar a los catalanes, y a los obreros castellanos, que los negocios y el dinero también cuentan, en política. El problema es que el 1 de octubre es una cosa mucho más honda que el caso Banca Catalana, y que la burguesía y los trabajadores hace muchos años que no se matan por las calles de Barcelona.

La estructura social, e incluso diría que epistemológica, de Occidente se hunde y España intenta dominar Catalunya igual que siempre, apoderándose de los escombros del mundo que agoniza. Felipe V recicló a Luis XIV, Cánovas del Castillo recicló a Bismarck, Franco recicló a Mussolini, Aznar recicló a Reagan y ahora Sánchez quiere reciclar a Bill Clinton. En el mejor momento de los ideales progresistas, el presidente americano dijo que el mundo sería talibán o sería catalán, y ahora algunos avispados intentan darnos gato por liebre.

Pagaremos dos veces la decadencia de Occidente, porque no hemos entendido que la única fuerza del proceso era la confianza que dio a los catalanes en su inteligencia y su talento

Ya veremos qué pasa cuando se vea que Catalunya es el único baluarte de la nueva España que Pedro Sánchez está intentando levantar con la ayuda del Círculo Ecuestre. Cada vez que leo un artículo de Jordi Amat o que escucho una filípica de Podemos recuerdo las miradas de odio que Sánchez, Rajoy y Albert Rivera propinaban a Pablo Iglesias. El líder de Podemos se retiró para hacerse perdonar el apoyo a la autodeterminación, igual que Rivera lo dejó para no se viera que un catalán no podrá ser nunca presidente de España.

De momento, Sánchez se beneficia de la confusión que el colapso de los valores liberales y meritocráticos de la clase creativa han esparcido en todo Occidente. El miedo que aguantó al franquismo, e incluso al pujolismo, tenía a millones de muertos y de tarados detrás, además de un desembarco de Normandía. El miedo que aguanta al gobierno de Sánchez está hecho de la frivolidad de los sectores sociales más consentidos y más cobardes de la historia de la democracia. Su intolerancia será tan decrépita como su optimismo.

La cosa que lamentaremos más de estos últimos años no serán las comedias de Puigdemont y de Junqueras, sino las excusas que nos han dado para poder volver a abrazar el fatalismo sin ninguna de las viejas razones y con todas sus pulgas. Pagaremos dos veces la decadencia de Occidente, porque no hemos entendido que la única fuerza del proceso era la confianza que dio a los catalanes en su inteligencia y su talento. Hace ya un tiempo que los castillos al aire nos gustan más si son españoles, porque en el fracaso de todo el Estado las miserias de casa quedan más disimuladas.

Hemos perdido la fuerza y la curiosidad y lo pagaremos caro. Huérfanos de políticos, hemos preferido creer que Junqueras y Puigdemont eran la medida de nuestro país y hemos dejado de cultivar los campos. Hemos dejado de creer en la utilidad de la gracia y de la inteligencia, es decir, en la fuerza de las convicciones. Incluso quizás hemos olvidado que teníamos convicciones y hemos convertido el parlamento, los diarios y las aulas en plataformas retóricas, de promoción social de unos valores deficitarios que la historia va a sepultar bien pronto.

Cuando España se vuelva a colapsar lamentaremos nuestra dejadez y nos daremos cuenta otra vez que no hemos sabido crear las herramientas que necesitábamos para poder huir de esta jaula constitucional de monos dementes. De la energía que movía las manifestaciones multitudinarias del procés ya solo quedan las patadas de los barcelonistas quinquis al coche de Koeman, y los discursos sin honor de un pobre oficial condecorado que se llama Trapero.