La política catalana tiene un problema que se puede ver en Juego de Truenos, en las películas de Walt Disney y en las mejores novelas románticas. Cuando los héroes se sienten inseguros, intentan volver a los paraísos donde fueron felices. A veces incluso intentan reproducirlos de una manera artificial, pero curiosamente nunca encuentran el descanso que buscaban. En general lo que encuentran es el infierno que querían evitar.

Aplicado en Catalunya, las encuestas que encumbran como alcalde a Maragall son el fruto del miedo promovido por una oligarquía que hace años que intenta volver al 2005, es decir, a la situación anterior al auge del independentismo. La remontada del PSC y la utilización gratuita del castellano por parte de ERC y PDeCAT son fruto de este ambiente perdedor. La evolución de Ada Colau hacia la estética del chándal forma parte de la misma tendencia regresiva.

Por miedo a chocar de cara con el estado español, Rufián se refugia en los discursos republicanos de sus padres y Puigdemont busca el espaldarazo de madrileños comprensivos como hacía la antigua CiU. La españolización de TV3 y el Parlament, o algún tuit sobre el Barça en castellano de Antoni Puigverd, ponen de manifiesto hasta qué punto el encarcelamiento de los líderes procesistas ha despertado viejos fantasmas.  

Mientras el Estado prepara a los españoles para poder aplastar a Catalunya por la fuerza, en nombre de la democracia, los políticos de ERC y PDeCAT se dejan arrastrar por la tentación de volver a una época idílica que no podrán resucitar. Los partidos de la Transición han perdido el control del Estado y quien manda desde el 3 de octubre es el Rey. Vox es el partido favorito de la Zarzuela y ha arrasado en los cuarteles y entre los ciudadanos que tienen permiso de armas. 

En los viejos paraísos socialistas que añora Maragall, o sus amigos Iceta y Mascarell, solamente queda el ejército español. Basta de ver el retrato del Rey que la Zarzuela ha presentado hace poco. El artista ha pintado a un monarca desplazado, en la parte inferior de un cuadro vacío como un discurso de Ciudadanos. La mirada de odio del Borbón, representada con un detallismo minucioso, es más propia de un autócrata que no de un líder europeo. 

El cuadro parece un homenaje a los escarnios que Goya y Velázquez pintaron para denunciar la España negra, pero advierte del futuro que nos espera, si nos distraemos. Intentando volver atrás o conservar la posición con políticos del pasado, perdemos un tiempo precioso y allanamos el camino a la violencia de manera inconsciente. Desde el momento que el Estado alió a Vox con los jueces y la policía que no hay margen para que Catalunya y España compartan urnas de manera justa.

No hay nada que Catalunya pueda negociar con el Estado, excepto un desmantelamiento del país similar al de 1939, pero con traje de democracia. La única incógnita que queda para resolver es si Catalunya será capaz de desarrollar una cultura democrática suficientemente fuerte con el tiempo que tiene antes del próximo choque o bien si será arrastrada otra vez por el aquelarre español de turno, como pasó en 1580, en 1640, en 1705, en 1870 o en 1936. 

Si el independentismo de Barcelona queda bajo el mando de políticos socialistas como Maragall y Mascarell, Catalunya no se podrá defender cuando las izquierdas españolas se colapsen. La manera como terminó la alianza entre Soraya y Junqueras en una situación más favorable que la actual, ya anticipa qué destino espera a los intentos de Iceta y Maragall de promover un referéndum de tres preguntas o cualquier otra solución. 

Cuando ERC y PDeCAT intentan dominar el independentismo desde arriba, con la ayuda de la oligarquía socialista, amplían los límites de la represión posible porque hacen más difícil a los catalanes defenderse. Si Jordi Graupera entra en el Ayuntamiento la conexión entre los políticos y el pueblo que defendió las urnas el 1 de octubre se reavivará y volverá a las instituciones. En la medida que el independentismo recupere la confianza y vuelva a pensar ofensivamente se podrá a avanzar a los movimientos del estado español y tendrá una oportunidad de vencerlo, cuando el Rey vuelva a perder los papeles.