El objetivo principal de las primarias no es hacer emerger el talento del país, ni mucho menos defender un mundo de santos, es anorrear a las cúpulas de los partidos que hasta ahora han impedido la aplicación del resultado del 1 de octubre. Las primarias deben servir para oxigenar los espacios que el autonomismo ha quemado y para plantar la semilla de una democracia catalana genuina, independiente de los intereses de Madrid. 

A las primarias no se presentan necesariamente los mejores, se presentan los supervivientes, que no es lo mismo, a pesar de que a veces lo parezca mucho. La regeneración, la meritocracia, la transparencia, estas ideas que se asocian a las primarias, piden un marco de libertad que ahora no tenemos. El idealismo democrático serviría de poco si los ciudadanos no pudieran liquidar primero, en una urna, las agendas políticas controladas por España. 

Las primarias son una idea ganadora porque su función principal es coser la fractura existencial que el 1 de octubre abrió entre la calle y la política. Desde la celebración del referéndum, la distancia que separa a los políticos de sus votantes va más allá de los discursos y de las ideas, y hay que crear un espacio que permita reconstruir, desde la base, y sin traumas, el sistema de representación que legitima las instituciones ante el pueblo.

Mientras los políticos de partido ven la independencia como una meta que no compensa el riesgo de perder el nivel de vida que la autonomía les promete, los votantes perciben que, si Catalunya no consigue la independencia pronto, España utilizará la globalización para acabar de destruir sus intereses y sus ambiciones. Estas dos actitudes, que vienen de dos maneras muy distintas de vivir y de sufrir la represión, sólo se pueden intentar hacer converger y armonizar a través de los ejercicios de democracia radical. 

Como se ha hecho evidente en el último año, el sistema autonómico se pensó como un dique de contención para poder defender siempre, en último término, la unidad de España. Hoy mismo ya es demasiado fácil de comprender por qué Catalunya Ràdio y TV3 hablan más de Vox que no de las primarias. La utilización que los partidos de la Generalitat hacen de algunos temas sensibles se parece a los dicterios que Trump lanza contra la inmigración, y me recuerda que Dalí se escondía detrás de un bigote más largo de lo normal, durante la dictadura.

Teniendo en cuenta que los esfuerzos que los partidos hicieron para folklorizar la idea del referéndum no impidieron que España se lo tomara seriamente, los intentos de silenciar las primarias difícilmente impedirán que el sistema autonómico se erosione hasta la médula. ERC y PDeCAT pueden reunirse para consensuar estrategias contra una propuesta que afecta a la base misma de su poder. También pueden identificar las primarias con Jordi Graupera porque siempre es más fácil intentar controlar o eliminar una persona que una idea.

Lo que ya no podrán evitar es que la filosofía de las primarias los vaya arrastrando hacia imposturas cada vez más grotescas o hacia la destrucción de las agendas y de los vínculos que los conectan con España. En los dos casos, tarde o temprano el sistema autonómico colapsará, y el mandato del 1 de octubre sólo necesitará unos políticos, surgidos de las urnas, que lo quieran aplicar. Al fin y al cabo, como explicaba Bru de Sala el otro día, las cartas son bastante buenas y los alemanes ya han superado el nazismo que permitió a Franco asegurarse 70 años de paz.