II

"En cuanto a Incierta gloria, no creo que quedara olvidada por motivos generacionales, como dices tú. Ni mucho menos porque algunos catalanes se olvidaran de matar a sus padres. La obra de Sales quedó enterrada por motivos políticos, por los mismos motivos políticos que Jordi Pujol se guardó de reeditar sus dos grandes libros de juventud, publicados a finales de los años setenta, poco antes de que fuera presidente de la Generalitat: Des dels turons a l’altra banda del riu y Construir Catalunya

"Incierta gloria volvió a emerger, después de un largo silencio, cuando el pujolismo empezó a decaer en la segunda legislatura de Aznar. Los últimos tres años del pujolismo coinciden, curiosamente, con las primeras reediciones de la obra periodística de las plumas de los años 30. La obra de Sales se vuelve a valorar coincidiendo con la publicación de la primera tesis sobre Gaziel y las primeras compilaciones de artículos de Xammar, de Josep Maria de Sagarra, de Josep Maria Planes i de Irene Polo. 

"Lo que vuelve a poner en circulación Incierta gloria es la aparición de un público que puede entender la novela porque ya no compra el discurso resistencialista de Pujol. El libro de Sales iba contra el olvido, te obligaba a juzgar a los responsables del alzamiento franquista y esto era justamente lo que los mandarines habían decidido que no se podía hacer. La novela vuelve a emerger cuando los catalanes empiezan a darse cuenta de que se equivocaron al inicio de la Transición, igual que se habían equivocado al inicio de la Guerra Civil al aliarse con las izquierdas españolas. 

"Igual que nuestros políticos se están equivocando ahora evitando el conflicto con el Estado español.

"Cuando compré el primer ejemplar de Incierta gloria, La Vanguardia había publicado un gran reportaje en que celebraba la traducción de la novela al castellano. Recuerdo que quedé estupefacto cuando descubrí que la traducción castellana se presentaba en una edición infinitamente más bonita que la catalana. El volumen en catalán era un librote de papel áspero con unas cubiertas deprimentes de autoedición infumable, ideales para hacerte sentir parte de una cultura inferior. Jaume Vallcorba también empezaba entonces a lucirse con las ediciones de El Acantilado y a descuidar las de Quaderns Quema.

"Como dije, era la época de la mayoría absoluta de Aznar. El PP había lanzado una campaña de apropiación de la cultura catalana. CiU había perdido el pulso de la época y Aznar quería convertir el partido de Pujol en su marca blanca en Catalunya. Son los años de Soldados de Salamina, el primer libro que Javier Cercas escribió para intentar blanquear el fascismo de su padre. También son los años en que se insiste en convertir a Josep Pla en un referente español, bilingüe y apolítico, manía que contribuyó tanto a inspirar mi libro —y ya me perdonarás que me cite.

"El PP no pensó que, debilitando a CiU, también liberaría al país de los prejuicios que habían asegurado su docilidad. No es casualidad que los prejuicios que servían para frenar el independentismo fueran los mismos que impedían entender la novela de Sales. Para leer un libro, tienes que estar previamente de acuerdo con lo que se dice en él o, cuando menos, tienes que estar en sintonía. A pesar de que en la verdad todo el mundo se reconoce, no siempre estamos preparados para asumirla o para aguantar las consecuencias de decirla.

"La misma Incierta gloria es la mejor novela que tenemos sobre la guerra, pero no es tan buena como decimos. Toda la cursilería del libro, que no es poca, es fruto de este rey desnudo de la cultura catalana que dices que no osamos señalar. Sales lloró la juventud perdida porque había perdido amigos en la guerra, pero sobre todo lloró la juventud perdida porque no tenía fuerza para explicar por qué un señor como Pompeu a Fabra murió convencido de que la violencia era ‘la única manera de entenderse con los castellanos’.

"Es comprensible que ningún catalán de su generación escribiera nada tan luminoso sobre el fascismo como, por ejemplo, Kurzio Malaparte, que también vio atrocidades y también se levantó por encima de los bandos. Para escribir, igual que para vivir con alegría, tienes que poder proyectarte en el futuro. Es difícil encontrar fuerzas para pensar con rectitud cuando el contexto trabaja para exterminarte. Como tú has dicho, Sales tenía una concepción casi militar de la literatura, pero la descripción más esmerada que yo he encontrado de la situación de los catalanes en la España del siglo XX la he leído en autores extranjeros.

"En cuanto a la necesidad de matar a los padres, no creo que tu abuelo escribiera para matar a los suyos. Matar a los padres no te ayuda a superarlos, solo te hace más vulnerable. En un país ocupado lo que se tiene que matar son los humos de los fracasados. Lo que se tiene que evitar es que las almas enfermas transmitan su trauma a quienes todavía no han sido domesticados por la pedantería y el miedo al aislamiento. Me parece que este es el tema de las novelas de Rodoreda, a pesar de que la he leído de forma inconstante y fragmentada. 

"La gran intuición que mueve a su literatura es la idea de que, en una sociedad en la que todo el mundo se siente en peligro y, por lo tanto, todo el mundo calcula constantemente, incluso el gesto más pequeño tiene una gran potencia destructiva. Es el hecho exótico de vivir en un país ocupado, y de ser del todo consciente de ello, lo que hace que Rodoreda viva como una lucha casi cósmica el contraste entre los pequeños cálculos de la gente y la fuerza ciega de la creación. 

"Pensemos en Colometa, que se encuentra en medio de este choque de fuerzas como una barquita en medio de una tormenta bíblica. Vive indefensa en un mundo que le es extraño y que no sabe cómo gestionar. Parece una reina destronada que ha quedado atrapada en un pasado que no recuerda. No sé por qué cuesta tanto de decir que Colometa representa el alma del pueblo de Catalunya que no comprende por qué sus dirigentes no son personas normales. Como los animales o como los hombres esclavizados, Colometa no calcula, existe y basta, no se plantea el origen de su sufrimiento.

"A partir de la Segunda Guerra Mundial, Rodoreda descubrió —igual que Dalí o que Miró— que los catalanes podían compartir gran parte de su dolor con media humanidad. La derrota de Hitler sacó a la cultura catalana de su aislamiento. Colometa habría podido ser una esclava sexual coreana o una judía austríaca o una labradora occitana o una aristócrata prusiana. 

"El cataclismo de 1940 socializó, a una escala sin precedentes, el síndrome de estrés postraumático que Rodoreda sufrió después de huir por los caminos de Francia perseguida por los aviones nazis. Por eso puede escribir sobre Catalunya desde Suiza. Rodoreda no necesita el país, tiene suficiente con coger el vacío que la guerra y la dictadura le han dejado y universalizarlo. No necesita anclarse en el localismo, añadir detalles de Barcelona que los lectores catalanes puedan reconocer, como le pide Joan Sales en alguna de las cartas.

"Si pensamos en el momento político que vivimos, el eco que ha tenido la reedición de La muerte y la primavera tampoco es nada extraño. Yo solo he leído cuatro páginas, pero el pueblo de la novela me pareció una metáfora magnífica de un campo de concentración. Mientras vivíamos como si no estuviéramos ocupados o como si la libertad política no se tuviera que ganar y defender con el cuerpo, era difícil que nadie pudiera entender o identificarse con el tipo de terrores que describe la novela.

"Tampoco hay que insistir en el valor simbólico que debía de tener la primavera en el imaginario republicano de Rodoreda. Solo hay que recordar que Joan Sales se inspiró en el abril shakesperiano para dar título a Incierta gloria y montar el artificio sentimental que disfraza la herida que realmente mueve el libro, que es la ocupación de Catalunya. La primavera se asocia a los momentos de libertad que ha vivido el país porque estos momentos han sido efímeros, igual que los amores frustrados. 

"La primavera de aquel pueblo infernal, lleno de represiones y de rituales absurdos, que Rodoreda describe en la novela, ¿no serían los felices días de principios de los años 30? ¿La primavera no serían aquellos días en los cuales la escritora decía que podía pasear por las calles de Barcelona con un libro de Dostoievski bajo el brazo, convencida de que ya lo sabía todo y de que no tendría que sufrir nunca más por el futuro de su país y, sobre todo, de su idioma?"

Bohigas se movió en su silla y, con una amabilidad reptiliana que, por un instante, me hizo verla como un alienígena de estos que salen en las series de invasiones extraterrestres, dijo que mis opiniones eran respetables pero que ella no era partidaria de dejarse llevar por instrumentalizaciones políticas. Me ahorré decirle que instrumentalizar a Rodoreda es ignorar la herida desde la que escribió. Es una cosa que, naturalmente, ella no osaría hacer en París con un autor francés.

No sé qué habría dicho Pons Alorda de todo esto si todavía hubiera estado en la librería. Supongo que me habría dado la razón, pero no sé con cuántos kilos de matices. Gonzalo Torné habría abierto los ojos como platos y se habría puesto, con la satisfacción de sentirse comprendido por la tribu, de parte de Bohigas

Del encuentro con J. ya hablo otro día. Supongo que ha ido bien y que tengo muchas cosas por decir. Sin embargo, todo lo que escriba ahora al respecto, sobre todo si es objetivo, tendrá el efecto de una aguja de vudú clavada en el ojo de un muñeco.