El otro día, una amiga que me quiere mucho, pero que a veces no puede evitar reñirme porque considera que escribo artículos demasiado duros, me dio, con aquella falsa inocencia de las abuelas que lo ven todo, un libro corto de Jonathan Littell, titulado Chechenia año III. El autor de Les Benignas, aquel mamotreto genial que ganó el Premio Gouncourt, conoce bien el país y en el 2008 escribió un reportaje demoledor sobre el sistema de dominación ruso.

A medida que pasas páginas, la impresión que vas teniendo es que todos los países ocupados se parecen y que las desgracias que hoy pasan en Chechenia pasaron en Catalunya hace un par o tres de siglos. Aquí también se utiliza la verdad para mentir, el talento para destruir, la moral para marginar y la propaganda para reírse en la cara de la gente hasta el punto de humillarla y desmoralizarla a un nivel profundo. Aquí las derrotas también se monetarizan, y el pretexto de la reconstrucción -el hacer país- también es la base del discurso político y económico.

En Catalunya hace tiempo que no hay violencia física. Pero no hay que leer mucho para comprender por qué la palabra seny tiene un prestigio tan inmerecido, y siempre sale de las mismas bocas. Uno de los elementos que impacta más del libro es que Littell te presenta la violencia más brutal como si fuera un asunto secundario, al lado de las dificultades que los chechenos tienen para amar, pensar y trabajar en su país de forma digna y constructiva.

Littell describe una Chechenia corrupta hasta la médula, donde nada es lo que parece y todo tiene un aire de espejismo irónico y cruel. Te das cuenta de que en los países controlados por terceros, los beneficios económicos son inversamente proporcionales a los beneficios espirituales y que la trama de intereses tejida entre Grozni y Moscú es una malla asfixiante que doblega a la mayoría de voluntades y condena a los espíritus más duros a vivir exiliados en el bosque, como si fueran animales.

Con el retrato que Littell hace de Kadírov -el presidente Checheno-, es más fácil de explicar el papel que el pujolismo y la corrupción han jugado en los últimos años. Es como si la paz y el progreso que disfruta Catalunya fueran el resultado de un proceso larguísimo de interiorización del conflicto y de degeneración del país. Aquí no sabemos si no hay violencia porque no hay o porque ya no hace falta -por eso el independentismo remueve tantas cosas. Aparentemente, todo lo que queda es el chantaje emocional de la Catalunya estraperlista, tragona y usurera que lo mide todo según la carta del restaurante y la temperatura de Madrid.

En Catalunya, si te pasas de la raya, no te secuestran ni te torturan a tu familia, antes de ofrecerte un trabajo que destruya silenciosamente tu talento. Aquí las humillaciones son más íntimas y discretas, y el teatro es más brillante. Aquí, como mucho, un amigo que esté a punto de venderse, te advertirá: "Me da miedo que te conviertas en un resentido". O un sicario te dirá: "Eres un corrupto". O un amor inolvidable, dejará caer: "Es que no quieres nada". O un vendido, te soltará, intentando ponerse por encima de ti: "Eres un perdedor".

Vivir en Catalunya es un lujo. El sistema como mucho hurga en tu fibra emocional, y te excluye de un sistema clientelar -un sistema que ahorra mucho trabajo a Madrid y nos lo da a nosotros. Lo pensaba mientras miraba el vídeo de la campaña del Volem Acollir -que parece copiado de las campañas independentistas del queremos votar. Yo también estoy a favor de hacer cumplir los tratados internacionales, y que Catalunya tenga voz en los temas europeos. Pero no estoy a favor de blanquear algunas caras, diarios ni partidos, con el sufrimiento de los refugiados.

Siempre que Catalunya saca la cabeza, los españoles nos envían a un ejército de buenos chicos con el carro de las causas alternativas. La campaña de los refugiados encaja con el rol represivo que el moralismo teatral y narcisista juega en la Chechenia descrita por Littell. En la biografía de Companys explico las burradas que el presidente mártir hizo antes de darse cuenta de que, de entre todas las causas dignas del mundo, la libertad de Catalunya es la única que sólo tiene los catalanes para defenderse.

Id apuntando. Los mismos que ahora juegan con los refugiados son los que dirán que hay que negociar con el Estado, en caso de que el gane el referéndum -y eso si no les da por decir que el resultado es inaplicable. Siguiendo las lógicas que Littell describe, me da la impresión de que los españoles empiezan a aceptar que, finalmente, el referéndum se celebrará y confían que podrán desvirtuarlo desde dentro del mismo independentismo.

El libro de Littell me ha recordado los dietarios de posguerra de Néstor Luján. Cuando Luján se da cuenta de que Franco ha ensuciado a todo el mundo y que hacerle oposición es como conducir un camión por un corral, escribe: "Todos somos hijos de Caín". Pienso mucho en esta frase. Sobre todo cada vez que la situación política me empuja a criticar a alguien que quiero. Cuando el conflicto es de base las decisiones tienen que ser más radicales y tienes que tener la piel más dura, para escribir.

Teniendo en cuenta que eso que no osamos decir o pensar también nos acaba pasando factura, ahora que no nos matan siempre será mejor pagar el tributo a la verdad que seguir contribuyendo a una comedia tan decrépita y descolorida.