He recibido un libro en inglés coordinado por Flocel Sabaté, The Crown of Aragon. A Singular Mediterranean Empire, que me ha hecho pensar, curiosamente, en la biografía que me estoy leyendo de Charles de Gaulle. El líder de la Francia libre no tenía el carisma natural de Winston Churchill, el hombre que le abrió las puertas de la historia cuando su país y su ejército lo dejaron en la estacada.

De Gaulle era un hombre introvertido y estirado, que tenía un físico repelente. Mauriac lo comparaba con los pájaros de las marismas, las piernas delgadas y largas, el cuerpo corpulento y una cabeza pequeña ataviada con unos ojos escrutadores e inexpresivos de ave de carroña. Con los años, Churchill cogió cara de bulldog, pero no perdió nunca la jovialidad porque no arrastraba el peso torturador de ningún puritanismo religioso o patriótico.  

Tanto Churchill como De Gaulle tenían una idea tremendamente sentimental y mítica de su país; pero esta imagen los vertebraba porque era pensada y consistente, fruto de horas y horas de soñar ante los libros. A diferencia de los políticos que hemos tenido en Catalunya, Churchill y De Gaulle no separaban la cultura del instinto y la imaginación. El hecho de leer, y de saber más historia que nadie, no los empujó a refugiarse en el cinismo, la melancolía o la pedantería de los eruditos. Sabían que la acción es la medida más real de la inteligencia. 

La cultura, mezclada con las experiencias fuertes que vivieron con su forma audaz de ir por el mundo, los empujó a luchar con tenacidad para imponer la idea que se habían hecho de su país y del papel que querían tener en la historia. Sin la emoción que les despertaba el patriotismo nadie les habría seguido en unos tiempos tan difíciles como los que vivieron, pero sin una buena formación su determinación les habría mandado contra las rocas, como le pasó a Hitler.

El libro del Flocel Sabaté sobre la corona de Aragón me ha hecho pensar en ellos porque he encontrado algunos de los pocos planteamientos de fondo con entidad que he leído sobre nuestra historia medieval. Si no sabemos quiénes somos, ni qué lugar ocupamos en los mapas de la historia y del mundo; si no entendemos que los catalanes jugamos en la corona de Aragón un papel parecido al que los castellanos han querido jugar en España, nos pasaremos siglos moralizando sin llegar a ninguna parte

El libro de Flocel me ha recordado por qué Josep Pla quería escribir una historia de la diplomacia catalana, antes de la guerra, y por qué finalmente no la escribió nunca. Si miro a nuestros políticos a la luz de Churchill y De Gaulle, veo que Macià y Companys no tenían suficiente cultura, y que a Tarradellas y Cambó les faltaba el sentimiento. Maragall tampoco sentía el país y Pujol empequeñeció la imagen que tenía de él para no chocar con Madrid. Mas era un gestor, igual que Montilla, y fuera de los carteles no tenía ni la emoción ni el conocimiento.

La combinación que la cultura hace con la emoción es lo que da el empujón y la constancia imprescindible para que el talento no se acabe convirtiendo en un abanico de virtudes pintorescas, más o menos malogradas. Tanto Churchill como De Gaulle se escaparon de la prisión, cuando fueron capturados por sus enemigos. Era otra época, pero la vida de las dos figuras, y la relación que tenían con los libros y la historia de su pueblo, nos ayuda a entender por qué lo máximo que la política catalana llega a producir son meras caricaturas.