Deberíamos abrocharnos el cinturón y empezar a explorar soluciones creativas porque ya se ve que el final de la utopía americana traerá asociado un abanico muy rico de decepciones y descalabros. Poco a poco empieza a quedar claro que las élites americanas impulsaron la globalización más por avaricia y prepotencia que no por idealismo, un poco como nuestros dirigentes procesistas pero al por mayor y con el capitalismo radical como fuente de dogmatismo. 

Lo contaba uno de los artículos más leídos este verano en Medium, una plataforma que pronto va a dar dolores de cabeza a los digitales catalanes, acostumbrados a publicar en función de criterios folclóricos y de control político. El artículo lo firma Umair Haque, uno de los ensayistas digitales más influyentes de los últimos años. Tiene gracia porque su tesis ya la había escuchado, en forma de boutade, en aquella entrevista que Soler Serrano le hizo a Josep Pla a finales de los años setenta, a saber, que el capitalismo llevado hasta el extremo conduce al comunismo. 

Haque describe una economía americana al borde del colapso. Recuerda que las condiciones de vida de una gran masa creciente de ciudadanos de los Estados Unidos hace pensar cada vez más en las miserias que pasaban los europeos que cayeron en la órbita soviética durante la guerra fría. América, dice Haque, se ha vuelto un país dominado por grandes corporaciones que acaparan la riqueza y que utilizan la escasez controlada de bienes y productos básicos para manipular a los ciudadanos y explotarlos. 

Como el artículo tiende a idealizar el estado del bienestar europeo, sin tener en cuenta que no se hubiera podido edificar sin la protección americana, he pedido la opinión a algunos amigos del otro lado del Atlántico. El último Foreign Affairs elogia el primer año de la administración de Donald Trump, pero los testimonios recogidos me hacen pensar que el mandatario norteamericano podría ser un nuevo Gorbachov, una de estas figuras impotentes y pintorescas que los sistemas promocionan cuando empiezan a hacer aguas. 

Obsesionadas por convertir el capitalismo en una fuente de enriquecimiento inagotable, dice Haque, las élites de los Estados Unidos han llevado la economía americana a una situación que no se veía desde los tiempos de república de Weimar. La comparación, con las noticias de los diarios a mano, no hace gracia. El auge de los populismos europeos no se puede explicar sin la mezcla de buenismo y de hedonismo frívolo y subvencionado que dejó la República de Weimar sin defensores, cuando el crack del 29 obligó a los Estados Unidos a concentrarse en sus problemas.

El desfallecimiento de los Estados Unidos ha esparcido un desconcierto enorme por Europa. Acostumbrados a vivir bajo el ala del gigante americano, los países de la Unión Europea ven aflorar viejas contradicciones que la marcha de la economía les había permitido esconder bajo la alfombra. La utilización económica de la inmigración ahora se gira contra muchos estados del continente. El discurso políticamente correcto, que tenía que favorecer la cohesión social, se ha convertido en un obstáculo para la creatividad y la libertad de pensamiento, y es una excusa formidable para polarizar el sectarismo y satanizar a los adversarios. 

España, que es el territorio europeo que nota más deprisa las contradicciones de cada época, parece abocada a ver la colisión de dos nacionalismos igual de obscurantistas. La indignación y el victimismo se han convertido en una mina electoral. Como explica cada día La Vanguardia, el procesismo espera ensanchar la base aprovechando las sentencias de la justicia española contra los presos políticos. Hace unos días un diputado unionista montó un cirio en el Parlament porque se sintió amenazado por un independentista que traía a cuestas a su hija. 

Otra de las consecuencias que puede tener el desfallecimiento americano es un empobrecimiento de la cultura digital, cosa que también acabaría laminando el debate interno de las democracias. Internet era una de las bases del proyecto norteamericano, como lo fue la autodeterminación antes de la irrupción de los totalitarismos. La idea de la cibersobiranía promovida por China choca con los intereses globalistas norteamericanos, pero también con las aspiraciones políticas de Catalunya. 

El mismo dominio .cat no habría podido emerger si internet hubiera sido concebido bajo el prisma autoritario de Beijing u otros capitales de regímenes centralistas emergentes. Teniendo en cuenta que en ninguna parte del mundo no hay tantos usuarios de internet como en China, es posible que la libertad se encarezca los próximos años. Según cómo se gestione la próxima crisis, que no parece muy lejos, las primaveras árabes podrían acabar siendo recordadas como el canto del cisne de internet y de la democracia. 

Francis Fukuyama, en su último artículo publicado en la Foreign Policy, propone instituir un servicio nacional obligatorio y eliminar el multilingüismo de las escuelas, para fortalecer la conciencia cívica de los ciudadanos. Como todas las ideas, el capitalismo y la democracia se pueden utilizar para hacer el bien o para hacer el mal y no hay que ser historiador para saber qué impacto puede tener cualquier contrarreforma, en Catalunya, si nos pilla dentro de España y en manos de los políticos que han gestionado el independentismo los últimos años. 

Catalunya no habría asomado la nariz tan fácilmente si el número de democracias no se hubiera multiplicado por tres en el mundo entre 1970 y 2008. Es un dato que habría que tener en cuenta a la hora de reformular el discurso y de regenerar esta clase política apoltronada que, los últimos años, nos han hecho perder un tiempo tan precioso con sus promesas incumplidas y sus chantajes emocionales.