El final de la última temporada de Juego de Tronos me hizo pensar en la humillante decapitación de Ned Stark ante sus hijas, por orden del rey Joffrey, aquel niño bastardo con cara de muñeco diabólico que muere igual que vive, de una manera repelente y sádica. Un amigo me dice que el honorable padre Stark es más un manifiesto que un personaje de la historia, y tiene razón. Juego de Tronos te avisa enseguida de que no es una saga de aventuras pensada para consolarte de tus mierdas y que con las cosas del poder no hay atajos ni decisiones al margen.

He revisitado la serie antes de engancharme a la última temporada y me parece que tiene una idea altísima de la vida y de la política. Los abusos, las imposturas y los errores se pagan tarde o temprano. Las desgracias y las taras personales encuentran redención, mientras se tratan con esfuerzo e inteligencia. El héroe, cuando no es un hijo bastardo, es un enano o un eunuco, o un aristócrata tullido o una mujer en un mundo de hombres. Todas las muertes están justificadas, por bestias que sean. Solo los personajes que saben ser fieles a las virtudes que representan y, sobre todo, que saben hacerlas crecer sobreviven a las carnicerías.

La serie es ideal para aleccionar el mundo de invertebrados satisfechos que ha creado el consumismo. Cuando los héroes dejan de defender intereses más grandes que ellos, el caos les cae encima. En medio de una cruenta guerra de familias, la confusión entre las necesidades del amor y las necesidades del poder somete a los personajes a decisiones trágicas que les persiguen toda la vida y que solo consiguen superar a base de afilar el carácter. Nadie es prescindible, pero todo el mundo tiene una oportunidad. La felicidad está hecha de momentos, igual que las victorias y las derrotas, cuando saben digerirse. 

Como la vida misma, Juego de Tronos es un tejido inmenso de equilibrios finísimos, en el cual no hay descanso ni nada que venga regalado. La esperanza mantiene despierta la intuición solo cuando es genuina y cuando no pide nada a cambio. Mientras miraba la serie, pensaba en la biografía de Winston Churchill que estoy leyendo. Churchill se pasó la vida exponiéndose a la muerte de formas que los amigos encontraban frívolas. Quizás intentaba recordarse que, para pensar bien, tienes que controlar las emociones y, por lo tanto, sobrevolar el miedo de perder todo aquello que crees que te has ganado o consideras tuyo. 

A través de la metáfora del muro de hielo, la serie te presenta la vida como una lucha épica contra la muerte y la mentira que se libra constantemente y sin posibilidades objetivas de éxito. La finalidad del poder, te dice la serie, igual que la finalidad del amor, no es el privilegio de dormirte a la paja sino el privilegio de mantenerte activo en el juego tanto tiempo como sea posible. En realidad no hay tanta diferencia entre los reyes y los cortesanos que se van cavando sin querer su propia tumba y el ejército de zombies que amenaza de conquistar el mundo de los hombres con su fuerza sonámbula. 

La última temporada empieza con la civilización al límite del colapso. Mientras el ejército de zombies atraviesa el muro de hielo, un secreto celosamente guardado está a punto de demostrar que ni siquiera Ned Stark era tan honorable como parecía. Cersei, la mala oficial de la serie, vuelve a estar embarazada y, por lo tanto, vuelve a tener un motivo más grande que ella para defender su poder con dientes y uñas. Daenerys y Jon Snow están a punto de descubrir que el amor es como un relámpago que te parte en dos mitades y que te obliga a reconsiderar la idea que te habías hecho de ti y de los otros.  

El enano, el eunuco, las niñas Stark, el caballero manco, todo el mundo tiene fantasmas en el sótano que se afanan en salir y para invadir su vida, exactamente como nos pasa a nosotros. La serie te recuerda que nadie tiene una visión general del mundo, ni una idea clara del papel que juega en él. La saga te recuerda que el acto de fe más grande que se puede hacer es creer en uno mismo, como incluso hace la bruja Melissandre, que no acierta ni una, pero no deja de utilizar sus poderes tenebrosos. A través del mundo cruel que la serie te presenta, te das cuenta que nadie sabe del todo por qué demonios ha nacido, pero que nadie quiere vivir sometido o engañado ni tiene ninguna prisa para morirse