Pocos días después de que los médicos nos dieran el diagnóstico de mi madre, me llené una bañera en su casa. Yo solo tengo ducha y alguien me había dicho que el agua con sal relaja y ayuda a sacar mierdas. Para no aburrirme me puse los auriculares y elegí como pude, alargando el brazo desde el agua, un Ted Talk que hablaba, justamente, de los efectos que el estrés tiene en la salud.

El conferenciante era un médico y contaba que, después de lograr plaza fija en su hospital, pagó un viaje a sus padres para celebrar la consolidación de su carrera. Cada dos días lo llamaban desde una ciudad diferente, orgullosos de él y contentos como unas castañuelas. Todo iba bien hasta que una mañana su madre llamó llorando para decirle que su padre había muerto de un ataque al corazón en el hotel donde se hospedaban.

Sin dar detalles, el médico contaba que había viajado a Europa, había hecho el papeleo, había acompañado a su madre de vuelta a casa con el cadáver del marido y había organizado las exequias para que los amigos y los familiares del difunto pudieran despedirse. Entonces, cuando todo parecía hecho, cogió unos días de vacaciones para desconectar del mundo en una isla paradisíaca perfecta para practicar el surf.

Como era de prever ―porque de lo contrario no habría habido Ted Talk―, las vacaciones empeoraron la situación. El primer día el médico notó molestias en la zona del corazón. El segundo, se medicó; el tercero, lo pasó en la cama y el cuarto volvió a casa cagando leches para ingresar en un hospital. La lección era que el estrés es un veneno silencioso y que, en las situaciones difíciles, hay que encontrar momentos para liberarlo, ni que sea respirando hondo.

Yo saqué otra conclusión que me ha vuelto a la cabeza estos días que los vecinos me preguntan qué pasa en Catalunya, y que ya constaté en verano cuando impacté absurdamente contra el fondo de una piscina con el talón del pie izquierdo. Un choque emocional puede ser igual de doloroso que un choque físico. El hecho que el desorden que provoca sea más interno y más sutil no quiere decir que no necesite ser tratado con el mismo cuidado y respeto. 

Cuando sufres un choque emocional lo que pasa es que tu percepción de la realidad cambia de repente, y es como si fueras en un coche y te estamparas contra un muro que alguien hubiera puesto en medio de la autopista por sorpresa. El software que te hace funcionar de forma automática en cierto modo queda desfasado o en cuestión. Si no encuentras la tranquilidad para revisarlo y ponerlo en solfa una respuesta adaptativa de tu cuerpo puede ser enfermar como le pasó al médico del Ted Talk.

Cuando el cuerpo queda atrapado en el pasado se estresa y si no le basta, para afrontar el futuro, con algunas evasiones y algunos vicios compensatorios, empieza a dar señales de alarma hasta colapsarse. Las convalecencias dan tiempo para pensar y para hacer conscientes los mecanismos que nos hacen funcionar de forma espontánea, tanto a nivel intelectual como biológico. Por eso todo el mundo sale cambiado de un problema de salud, sea de origen físico o emocional. 

Cuando algo nos para contra nuestra voluntad buena parte del sistema que funcionaba por defecto se cortocircuita y esto nos permite revisar temores y hábitos adquiridos más o menos profundos. La cara de coche nuevo que la gente pone cuando se recupera no viene de las medicinas ni de los tratamientos, sino del proceso de renovación interna que desencadena el dolor por el solo hecho de tirar al enfermo contra él mismo y la realidad que lo rodea.  

El follón que hay estos días me ha hecho pensar en el Ted Talk y en mi pobre pie, que ya empieza a funcionar, porque Catalunya parece un paciente que hubiera asumido que nunca volverá a hacer vida normal, que nunca se recuperará. Las reacciones del país ―sobretodo de los políticos, que son los que viven más cerca de los traumas nacionales― parecen más destinadas a justificar y a cronificar la dolencia que no a buscar maneras de curarla.

La misma visión del mundo lleva a las mismas costumbres y a las mismas sinapsis y, por defecto, a las mismas emociones, las mismas experiencias y los mismos traumas. No es lo mismo vivir pensando que te puedes curar que vivir dando por hecho que estarás siempre enfermo. No es lo mismo luchar por el futuro abrazando la travesía por el desierto y la incertidumbre que conlleva crearlo, que soñar en un futuro perfecto, envuelto con un lacito, que en el fondo sabes que no llegará nunca. 

La pereza y el miedo que hace la incertidumbre nos empuja a aferrarnos a las cosas que conocemos y el país conoce tan bien la derrota que parece incapaz de prescindir de ella. La derrota se ha convertido en un negocio tan fabuloso, ha ordenado tan bien la sociedad, que todas las inercias nos vuelven a ella. Catalunya  encuentra una especie de seguridad morbosa, y a veces parece el enfermo imaginario de Molière, un cuentista que solo atrae cuervos alrededor suyo. 

Lo primero que tienes que asumir cuando te pones enfermo o sufres un choque emocional es que no puedes volver atrás y que no puedes olvidar lo que has aprendido, aunque haga daño. Es verdad que basta leer los diarios para entender el clima deprimente y autodestructivo en el cual el país ha vivido inmerso en los últimos 300 años. Pero hacer cosas que habría que haber hecho la semana del 1 de octubre no nos volverá aquella oportunidad de oro, a lo máximo servirá de ensayo para otras batallas.

Los chicos que queman contenedores y los chicos que organizan tsunamis después de haberse tragado todas las mentiras de los presos políticos deberían tenerlo muy presente. Los recuerdos y los pensamientos te pueden matar o te pueden abrir un mundo nuevo. Todo depende de cómo uses el cerebro. España es veneno para Catalunya, pero es nuestra clase dirigente y el peso del pasado fallido que obstaculizan la renovación interna que el país necesita para poder rehacerse y curarse de su larga dolencia.