Recibo por Whatsapp una captura de pantalla donde se lee: Ara en castellano. Explicamos Cataluña. El emisario me propone que escriba un artículo. Con falsa ingenuidad, me pregunta si la función de los periodistas no es la de informar y analizar. ("¿No son los maestros los que explican"?). También se lamenta de que la cabecera recurra a la ñ después de la batalla que se libró para que el castellano de Catalunya conservara la denominación original de los topónimos del país.

Desde el primer número, el Ara ha servido para intentar esterilizar la cultura catalana. Cuando los impulsos patrióticos empezaron a desbordarse y La Vanguardia y El Periódico empezaban a sufrir, salieron el Derecho a Decidir y el diario Ara. Si La Vanguardia se ha dedicado a menudo a laminar la memoria del país, la función del Ara ha sido banalizarla. No dudo de las intenciones de los que escriben, pero si el diario ha fallado a las expectativas es porque se ha hecho desde el complejo y publicarlo en castellano no servirá para arreglarlo.

Todavía recuerdo la extrañeza que me produjo aquella portada inaugural que mostraba al doctor Broggi abrazado a un negrito. El diario quería vender la idea de que abrazaba el futuro, pero en realidad lo que abrazaba era un sentimiento de culpa inducido por la política. El mensaje subliminal parecía pensado por Jordi Cañas: aunque seamos independentistas, no somos xenófobos ni racistas. Igual que pasó con la imagen electoral que presentaba a Mas como un Moisés, en las sobremesas hubo risas pero, en publico, casi todo el mundo aplaudió.

Desde que nació, el Ara se ha especializado en tratar de desarmar a los catalanes a base de hacerles sentir culpables de los males del mundo para immediatamente ofrecerles el remedio de la superioridad moral. Cuando leo el diario siempre pienso en la propaganda que los rusos introducieron entre la izquierda caviar de Francia y Alemania para minar Europa desde el corazón mismo de su cultura. Hace unos días el magazine Catorze del Nació Digital publicó un artículo que llevaba hasta el paroxismo esta idea pánfila de la vida que caracteriza al diario Ara, y que en seguida le dio el aire caricaturesco de los productos en declive.

Primero creí que se trataba de una broma. El autor, un tal Guillem Clua, que es dramaturgo y tiene un instragram dedicado a homenajear los músculos de su cuerpo, describia el barullo de miedos que le pasan por la cabeza cada vez que coincide con una chica en la portería de su casa. Se ve que Clua se ha encontrado con algunas mujeres que prefieren subir por las escaleras de su finca antes de compartir el ascensor con él a causa del miedo que tienen de ser agredidas o pasar un mal rato en el cubículo.

Debo admitir que, quizás porque no soy gay, yo no siento igual que Clua la "peste del heteropatriarcado" y, si nunca he vivido un episodio similar, no me he dado cuenta de ello, cosa que me sabe mal. Aun así, tengo una vecina mucho más joven que, desde hace ya algunos años, me mira con aquella sonrisa diabólica de lolita que disfruta con la fantasía de que podría dominarme con un solo gesto. Entiendo que si a mí me puede incomodar encerrarme con ella en el ascensor los días que estoy bajo –porque en general me divierte–, una mujer puede tener razones fuertes para evitar el ascensor, en algunos casos.

Ahora bien, una cosa es ser empático y otra diferente es estar alelado. Una cosa es tener presente que una mala experiencia puede llevar a una mujer a sentirse violentada dentro de un ascensor y otra caer en una neura digna del protagonista de La tardor barcelonina o de las Memorias del subsuelo. Una cosa es controlar los instintos y muy diferente es intentar castrarlos, estigmatizarlos o huir de ellos por la vía de un perfeccionismo artificial; como si la tensión sexual entre hombre y mujer no fuera previa a los ascensores y sobre todo no fuera el motor más creativo y subversivo de toda civilización.

Leía el artículo y pensaba qué efecto haría traducido al castellano. También pensaba en el desprecio que algunos españoles sienten por algunos catalanes, y que sólo he visto en las películas de nazis y en la literatura, cuando el verdugo ve su deshumanización reflejada en la destrucción espiritual de la víctima. El autor, después de una disquisición sobre las microagresiones machistas, llegaba a la conclusión de que la mejor solución para él y para todas las mujeres que se encuentran con él en la portería es que siempre suba a pie: "Al fin y al cabo no es tanto esfuerzo y mis glúteos necesitan con urgencia una tonificación extra".

Pues bien, me parece que la idea de hacer el Ara en castellano para superar la crisis de lectores se parece mucho a eso, y la reticencia de algunos independentistas a la autodeterminación, también. Tú encuentras a una mujer en la puerta del ascensor y en vez de actuar con normalidad, como eres hombre, vas escaleras para arriba para no herirle los sentimientos o que te acuse de asediarla. Estas sublimaciones torpes de los traumas y del deseo sólo generan depresión y resentimiento, y sirven para hacer el mal en nombre del bien. Después no nos puede extrañar la mala leche que sale cuando rascas bajo las sonrisas de conejo, la alegría de Playmobil y el formalismo contrahecho que corre por el país.

Las almas nobles se reverencian a ellas mismas y por lo tanto no se esconden como animalitos, ni dejan el mundo en manos de fuerzas que desprecian, ni mucho menos sospechan de la dignidad de sus afectos y de sus intuiciones.