Pronto hará un año que te pusiste las gafas de submarinista y me dijiste: te espero en el agua. Yo acababa de llegar. Estaba sentado en la arena con los tejanos bajados a media pierna mientras buscaba la mejor manera de sacarme los calzoncillos para ponerme el bañador. Ni siquiera tuve tiempo de espiar tu delantera que ya andabas hacia el mar con este ritmo que os da a las señoras saberos reinas de la playa.

“Me parece que le gusto” ―pensé―, “si no, me haría cumplidos”. Después me llevaste a nadar en un mar de rocas llenas de erizos y de medusas y me hiciste trepar por unos arrecifes, que tú ya conocías, a pesar de que te había dicho que venía con la rodilla hecha caldo. Mientras intentaba seguirte sin acabar en el hospital, gritaba, en posiciones extrañas, a menudo de cuatro patas: “Parezco un gusano de Esquerra Republicana”. No éramos los únicos que nos reíamos, en la cala.

Si todo va bien, este verano también nos haremos un hartón de reír. Te volverás a mofar de las descripciones de Josep Pla mientras la playa se vacía de gente y la electricidad del anochecer nos abraza. Volveremos a hacer la caldereta en aquel restaurante, donde hablamos de nuestros padres tanto rato. A mí, me espera un verano difícil, de ver cómo se desvanece un mundo que ya solo tendré la ocasión de compartir contigo como una parte de mi propia historia.

Este verano, incluso en el mejor de los casos, una parte de mi estará de luto. Por suerte, ya hace años que evito hacerme mucho caso. No quiero morir en mis afectos o en mis pensamientos, que suelen tener pocas contemplaciones conmigo y con los otros. Por eso ahora soy capaz de escribir sin perder la concentración, incluso cuando las piernas me flaquean y el mundo tambalea a mi alrededor. De todas maneras, qué demonios le diría a mi corazón, si está tan triste y tan contento a la vez.

Los viajes que tengo que hacer últimamente entre el cielo y el infierno son una prueba que no había pasado nunca. Pensar en aquel día tan redondo y desprovisto de expectativas a veces me hace daño, pero al mismo tiempo me reconforta. Hay jornadas que se clavan en la memoria como una prueba de los regalos que la vida te puede hacer si no le pones trabas. Algunos recuerdos son talismanes que te ayudan a navegar en medio de la tormenta, cuando los cosas que no puedes mejorar es fácil que empeoren con una idea de bombero o un ataque de pánico.

Me alegro de que seáis tu y tus gafas submarinas las que, estos días, me hagáis presente cómo era mi mundo antes de este terremoto. Quizás estar a tu lado acabará siendo una manera de que vivan siempre. Al final, somos nosotros que morimos, no el amor. En aquel día de playa siempre encuentro intacto el recuerdo de la esperanza de algunos momentos que creía que iba a vivir, pero también encuentro la pólvora que todavía puedo quemar en perfecto estado de conservación.